A continuación puede leer el Evangelio y la homilía del Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile), Mons. Felipe Bacarreza Rodríguez:
Evangelio del día (Juan 15:1-8)
1«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.
2Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.
3Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado.
4Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
5Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.
6Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.
7Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.
8La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.
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Homilía de Mons. Bacarreza:
En el Evangelio del domingo pasado Jesús revelaba su identidad en relación a los hombres por medio de una alegoría: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11.14). En el Evangelio de este domingo, tomado del capítulo XV del Evangelio de Juan, Jesús revela su identidad con otra alegoría: "Yo soy la vid".
Antes de entrar en el significado de esta alegoría, nos detendremos en el sujeto de esa afirmación: Yo. Cuando alguien dice "yo", sabe ciertamente lo que está diciendo; está aludiendo a su propia persona. Lo sorprendente es que cada uno exprese toda su propia realidad con un vocablo tan breve: sólo dos letras (en la lengua inglesa es sólo una: I). El contenido encerrado en esas letras es inmenso. Cuando alguien dice "yo" sabe perfectamente a qué se refiere; pero si se le pide definir ese vocablo no puede hacerlo. Nadie puede definir su propia persona exhaustivamente. Sólo Dios, de quien somos creaturas, puede definir nuestro yo personal. San Agustín lo decía con una de sus fórmulas insuperables: "Tu, Domine, intimior intimis meis" (Tú, Señor, eres más íntimo a mí que lo más íntimo mío)(Enarr. In Ps. 118, S. 22,6). Mucho antes lo sabían los sabios de Israel: "Señor, tú me escrutas y me conoces; me conoces cuando me siento y me levanto... aún no está en mi lengua la palabra, y ya tú, Señor, la conoces entera" (Sal 139,1.2.4).
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