A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
La semana pasada, desde el martes hasta el jueves, estuve en Kazajistán, amplísimo país de Asia central, con ocasión del séptimo Congreso de los Líderes de las religiones mundiales y tradicionales. Renuevo al señor presidente de la República, y a las otras autoridades de Kazajistán mi gratitud por la cordial acogida que me ha sido reservada y por el generoso empeño profuso en la organización. Así también doy las gracias de corazón a los obispos y a todos los colaboradores por el gran trabajo que han hecho, y sobre todo por la alegría que me han dado por poder encontrarles y verles a todos juntos.
Como decía, el motivo principal del viaje fue participar en el Congreso de los Líderes de las religiones mundiales y tradicionales. Esta iniciativa se lleva adelante desde hace veinte años por las autoridades del país, que se presenta al mundo como lugar de encuentro y de diálogo, en este caso a nivel religioso, y por tanto como protagonista en la promoción de la paz y de la fraternidad humana. Tras la independenci de este país ya se han hecho siete congresos aquí.
Una imagen puede representar bien todo esto: un grandísimo salón de planta circular, con los instrumentos tecnológicos más modernos, con una enorme mesa redonda en el centro donde estábamos sentados los líderes religiosos y, alrededor, estaban colocadas las delegaciones de varias instituciones y organismos internacionales. Esto significa poner las religiones en el centro del compromiso para la construcción de un mundo en el que nos escuchamos y nos respetamos en la diversidad. Esto no es relativismo, es escucharse y respetarse.
Y esto hay que reconocérselo al gobierno kazajo que, tras haberse liberado del yugo del régimen ateo, propone ahora un camino de civilización que mantiene unidos política y religión, sin confundirlas ni separarlas, condenando claramente fundamentalismos y extremismos.
El Congreso discutió y aprobó la Declaración final, que va en continuidad con la que se firmó en Abu Dabi en febrero de 2019 sobre la fraternidad humana. Me gusta interpretar este paso adelante como fruto de un camino que parte de lejos: pienso naturalmente en el histórico Encuentro interreligioso por la paz convocado por san Juan Pablo II en Asís en 1986; criticado por las personas que no tenían clarividencia.
Pienso en la mirada clarividente de San Juan XXIII y San Pablo VI; y también a la de grandes almas de otras religiones – me limito a recordar a Mahatma Gandhi. ¿Pero cómo no recordar a tantos mártires, hombres y mujeres de todas las edades, lenguas y naciones, que han pagado con la vida la fidelidad al Dios de la paz y de la fraternidad? Lo sabemos: los momentos solemnes son importantes, pero después está el empeño cotidiano, es el testimonio concreto que construye un mundo mejor para todos.
Además del Congreso, este viaje me ha permitido encontrar a las autoridades de Kazajistán y a la Iglesia que viven en esa tierra.
Después de visitar al señor presidente de la República -a quien todavía agradezco su amabilidad-, nos dirigimos en la nueva Sala de Conciertos, donde pude hablar a los gobernantes, a los representantes de la sociedad civil y al cuerpo diplomático.
Destaqué la vocación de Kazajistán de ser país del encuentro: en él, de hecho, conviven cerca de ciento cincuenta grupos étnicos y se hablan más de ochenta lenguas. Esta vocación, que se debe a sus características geográficas y a su historia, fue acogida y abrazada como un camino que merece ser animado y sostenido.
Como también deseé que pueda proseguir la construcción de una democracia cada vez más madura, capaz de responder efectivamente a las exigencias de toda la sociedad. Es una tarea ardua, que requiere tiempo, pero ya es necesario reconocer que Kazajistán ha hecho elecciones muy positivas, como la de decir “no” a las armas nucleares y la de buenas políticas energéticas y ambientales.
En lo que se refiere a la Iglesia, me ha alegrado mucho encontrar una comunidad de personas contentas, alegres, con entusiasmo. Los católicos son pocos en ese vasto país. Pero esta condición, si es vivida con fe, puede llevar frutos evangélicos: sobre todo la bienaventuranza de la pequeñez, del ser levadura, sal y luz contando únicamente con el Señor y no en alguna forma de relevancia humana. Además, la escasez numérica invita a desarrollar las relaciones con los cristianos de otras confesiones, y también la fraternidad con todos.
Por tanto, pequeño rebaño, sí, pero abierto, no cerrado, no defensivo, abierto y confiado en la acción del Espíritu Santo, que sopla libremente dónde y cómo quiere. Hemos recordado también, esa parte gris de los mártires de ese Pueblo santo de Dios, que ha sufrido durante décadas la opresión hasta su liberación. Hombres y mujeres que han sufrido tanto por la fe a lo largo del periodo de la persecución. Asesinados y encarcelados.
Con este pequeño pero alegre rebaño celebramos la Eucaristía, también en Nursultán, en la plaza de la Expo 2017, rodeada de arquitecturas muy modernas. Era la fiesta de la Santa Cruz. Y esto nos hace reflexionar. En un mundo en el cual progreso y regreso se cruzan, la Cruz de Cristo permanece el ancla de salvación: signo de la esperanza que no decepciona porque está fundada en el amor de Dios, misericordioso y fiel.
A Él va nuestro agradecimiento por este viaje, y nuestra oración para que sea rico de frutos para el futuro de Kazajistán y para la vida de la Iglesia peregrina en esa tierra.
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