Conocida como la Guerra Cristera, este fue uno de los momentos más trágicos del pasado mexicano. Hace poco más de un siglo, los católicos se levantaban contra el gobierno del país para defender sus derechos.
Después de la aprobación de una serie de leyes que anulaban la actividad litúrgica, la educación religiosa y la presencia de sacerdotes y religiosas, fueron miles las personas que no se quedaron de brazos cruzados. Mientras continuaban practicando su fe en privado, salían a las calles para reclamar la vuelta de las muestras públicas de devoción.
En este conflicto que se alargó tres cruentos años, fueron los hombres los que empuñaron las armas. Las mujeres no se quedaron en casa. Al menos no todas. Un grupo de jóvenes, que fue creciendo de manera exponencial a medida que avanzaba el conflicto, se unió a la causa para formar parte del engranaje bélico, sino disparando un fusil, sí dispuestas a ejercer de enlace, de distribuidoras de armamento y de todo aquello necesario para ganar la batalla.
Sucedía el 21 de junio de 1927. La Guerra Cristera había empezado unos meses antes. Hasta entonces, las mujeres habían intentado realizar distintos boicots ante las autoridades republicanas y organizar actividades en las iglesias cerradas. Ahora, sin embargo, viendo que su papel debía ser más activo, se dispusieron a dar un paso más.
Las diecisiete mujeres que se reunieron en Zapopan, Jalisco, aquel día de verano, pretendían formar una organización de ayuda al ejército cristero. Lo hicieron a instancias de don Luis Flores González.
En pocos días, ya eran más de un centenar; en dos años habían alcanzado la cifra de veinticinco mil distribuidas en más de cincuenta grupos a lo largo y ancho del territorio mexicano.
Su nombre, Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco, hacía honor a la recientemente santificada doncella de Orléans. Las mujeres que se unieron a ellas eran mayoritariamente jóvenes católicas de orígenes muy diversos, desde campesinas hasta estudiantes, pasando por mujeres trabajadoras de las ciudades, aunque también había viudas y madres de familia. Unidas por una misma fe, se sometieron a una estricta disciplina militar. Según sus estatutos, las Brigadas eran “una sociedad mexicana, exclusivamente femenina, cívica, libre, autónoma y racionalmente secreta”.
Las brigadistas debían realizar un juramento de rodillas, delante de un crucifijo, diciendo estas palabras:
“Ante Dios, Padre, Hijo, Espíritu Santo, ante la Santísima Virgen de Guadalupe y ante la Faz de mi Patria, yo X, juro que aunque me martiricen o me maten, aunque me halaguen o me prometan todos los reinos del mundo, guardaré todo el tiempo necesario secreto absoluto sobre la existencia y actividades, sobre los nombres de personas, domicilios, signos… que se refieran a sus miembros. Con la Gracia de Dios, primero moriré que convertirme en delatora”.
Tras realizar el solemne voto de silencio, se organizaban para llevar alimentos, medicinas, dinero y municiones a los soldados, cuidar de los heridos y realizar labores de espionaje. Las mujeres de las BB (“Brigadas Bonitas”, como se las conocía popularmente), pasaron durante mucho tiempo desapercibidas. Aprovechaban sus actividades cotidianas para despistar al enemigo que nunca sospecharon que campesinas o jóvenes que paseaban por las calles llevaran escondidas en un chaleco una gran cantidad de balas.
Así lo explicaba Jean Meyer en su obra La Cristiada: “En la capital de la República, en la misma fuente y por el primer paso de los mercados de la capital (especialmente La Merced para los envíos con destino al oeste), se aprovisionaban las Brigadas Femeninas, y las muchachas se endosaban los gruesos chalecos llenos de las balas que era preciso llevar hasta los campos de batalla.”
A pesar de que pudieron actuar con total impunidad durante buena parte de la Guerra Cristera, las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco terminaron siendo descubiertas.
Fue en la primavera de 1929 y, a partir de entonces, muchas de ellas se enfrentaron con absoluta dignidad a las vejaciones a las que fueron sometidas. Sin desfallecer, dispuestas a morir por Cristo, emulando a los mártires, desquiciaron a sus carceleros, quienes intentaron conseguir nombres y datos de sus colaboradores y colaboradoras sin conseguirlo.
Muchas pasaron por la cárcel y, tras ser torturadas, fueron liberadas. Otras fueron violadas. Las que tuvieron peor suerte, fueron ejecutadas. Los testimonios de las supervivientes eran desgarradores. “Es imposible describir los sufrimientos de estos días en prisión”, recordaban Zenaida Llerenas y su madre. Antonia Castillo, explicó a Agustín Vaca para su libro Los silencios de la historia: Las cristeras la historia de Cuca Hueso quien tras ser apresada “la trataron muy mal, la amenazaban con atacarla a ella personalmente y todo eso. Cuca era muy sencilla y muy buena, era una santa. Dice: – Pero mira, yo sentía junto a mí al ángel de la guarda, lo sentía junto de mí y me cuidó.”
Todas ellas habían hecho un juramento y sabían, desde el primer momento a lo que se enfrentaban, pero asumieron el riesgo para conseguir su objetivo, que el catolicismo no fuera desterrado de México. Como aseguró Margarita Gómez a Agustín Vaca: “Le voy a decir con franqueza, yo quería ser mártir, esa fue toda mi ilusión… salvar mi alma, y por eso me metí, mi madre me permitió, mi confesor también me lo autorizó, así es que ya qué esperaba, yo tenía voluntad, y por esa fue la causa que me metí. ”
Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco demostraron que las mujeres tenían el mismo coraje que los hombres, siendo un elemento clave en la Guerra Cristera. Como concluyo Agustín Vaca, “con su participación en el movimiento, las mujeres desafiaron abiertamente la decisión del régimen político que amenazaba con arruinar las instituciones que daban sentido a gran parte de sus vidas, sobre todo la familia, la religión y la educación”.
En un poema escrito por un militar cristero se homenajeaba con estas bellas palabras a las mujeres de las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco.
Yo estoy seguro compadre
que todos los nombres
de las heroicas mujeres
en el cielo están escritos
pues con su sangre y tormentohicieron posible el triunfo
de los soldados de Cristo
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