De acuerdo con el programa publicado por la Diócesis de Asís – Nocera Umbra – Gualdo Tadino, el sábado 1 de agosto se llevó a cabo la apertura de la solemnidad del perdón a las 11:00 a.m. (hora local) con una Misa presidida por el recientemente elegido ministro general del Orden de los Frailes Menores (OFM), P. Massimo Fusarelli.
Al finalizar la Eucaristía inició “la apertura del perdón” en la que ha sido posible recibir la indulgencia plenaria hasta las 12:00 a.m. del 2 de agosto.
El “perdón de Asís” se expande a todas las iglesias parroquiales y a las iglesias franciscanas del mundo.
Para obtener la indulgencia plenaria para sí mismo o para un difunto al visitar la Porciúncula es necesaria la confesión, la participación a la Misa y la Eucaristía, además de rezar el Credo y el Padre Nuestro por las intenciones del Papa.
El domingo por la tarde, 1 de agosto, el Obispo de Asís – Nocera Umbra – Gualdo Tadino, Mons. Domenico Sorrentino, presidió el rezo de vísperas de la Solemnidad del Perdón de Asís en la Basílica de Santa María de los Ángeles.
En el solemne momento de oración, Mons. Sorrentino reflexionó sobre la importancia del “perdón de Asís” y explicó qué es lo que hay en “esta grande gracia obtenida por San Francisco para toda la Iglesia, especialmente para los pobres” ya que “la gracia del perdón de Dios, la cual todos tenemos siempre necesidad, la pedimos en la liturgia, el Sacramento de la Reconciliación cuando presentamos nuestros pecados”.
Sin embargo, el Prelado destacó qué es lo que nos “hace volver al abrazo de Dios, a que esa enemistad no exista más, y volvemos a tener relación de hijos” que nos permite ser santos.
Gracias al don del Bautismo “estamos llamados a vivir cada vez más el camino de santidad, de modo que nuestra vida sea el reflejo puro de Dios” es decir, que “nuestra vida se convierta en un paraíso”, afirmó Mons. Sorrentino.
“San Francisco nos dice eso con la gracia del perdón: que el paraíso puede comenzar desde acá”, señaló.
En esta línea, el Obispo de Asís destacó que San Francisco, tras la experiencia mística de la “alegría tan grande del paraíso”, dijo: “Deseo que sea para todos, que la vida en esta tierra también sea un paraíso”; por lo que pidió a la Virgen para que “quienes visiten esta iglesia se sientan también en el paraíso”.
Por ello, Mons. Sorrentino invitó a liberarse de los grandes pecados y de los “pequeños defectos cotidianos” para “vivir más allá de la mediocridad con el deseo de santidad” y agregó que ese es el don de la Indulgencia, que nos permite “abrir el corazón a Dios y ser santos”.
Sin embargo, el Prelado advirtió que “no funciona en forma mágica” sino que “es necesario que nosotros de verdad queramos abrir el corazón y querer ser santos, no es automático. Funciona con la gracia de Dios, que es segura, por lo que es necesario recibir esta gracia”.
“Nosotros realizamos un camino al acudir a la Porciúncula, es un camino, es una decisión que tomamos, es una gracia que recibimos. Es necesario en el compromiso de santidad de vida”, destacó.
Por último, el Obispo de Asís invitó a “testimoniar a Jesús y el Evangelio en forma fuerte. En este momento, más que nunca, es necesario una Iglesia que resplandezca en santidad”.
“Debemos testimoniar que el encuentro con Jesús transforma nuestra vida, y con ella, nuestras relaciones, transforma nuestra familia, nuestra comunidad, la economía, la política. Jesús es capaz de transformar todo”, concluyó Mons. Sorrentino.
Historia de la Porciúncula
La Porciúncula es una pequeña capilla dentro de la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles en las afueras de Asís en Italia. Allí, San Francisco de Asís recibió su vocación en el año 1208 y vivió la mayor parte de su vida en este lugar.
En el año 1216, mientras Francisco estaba en la Porciúncula, en oración y en contemplación, se le apareció Cristo y le ofreció que le pidiera el favor que él quisiera. En el centro del corazón de San Francisco siempre estaba la salvación de las almas.
Él soñaba que su amada Porciúncula fuese un santuario donde muchos se pudieran salvar, entonces le pidió al Señor que le concediera una indulgencia plenaria (o sea, una completa remisión de todas las culpas), para que todos aquellos que vinieran a visitar la pequeña capilla, una vez que se hubieran arrepentido de sus pecados y confesado, pudieran obtenerla. Nuestro Señor accedió a su petición con la condición de que el Papa ratificara la indulgencia. Y fue el Papa Honorio III quien aprobó esta indulgencia.
La Porciúncula fue también el lugar donde San Francisco recibió los votos de Santa Clara. El 3 de octubre de 1226, muere San Francisco, y en su lecho de muerte, le confía el cuidado y protección de la capilla a sus hermanos.
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