Una estatua para Joselito

El Santuario, construido en un terreno de 16.5 hectáreas con una capacidad de hasta doce mil personas, se ha erigido como el lugar por antonomasia para venerar las reliquias de los mártires mexicanos de “la Cristiada”; sacerdotes y laicos beatificados y canonizados por los últimos tres papas, destacando la efectuada el 21 de mayo de 2000 por san Juan Pablo II.

Dentro de este Santuario, cuya altura de sesenta metros domina ampliamente el llano donde se asienta Guadalajara y parte de su zona metropolitana, fue puesta a la veneración de los fieles la estatua del niño cristero y mártir, José Sánchez del Río (1913-1928), conocido como Joselito en su ciudad natal de Sahuayo (en el vecino Estado de Michoacán).

Se trata de una estatua de tamaño natural (1.70 metros de altura) y que fue entronizada en una de las capillas del Santuario de los Mártires de Cristo Rey. Bendecida por el cardenal y arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles, el acontecimiento se produce cinco años después de que el 16 de octubre de 2015 el Papa Francisco elevará a los altares a Joselito.

Una fe viva

La escultura de bronce, con un peso aproximado de 130 kilos, es obra del escultor mexicano Carlos Espino, quien falleció hace dos años. Según el rector del Santuario, el padre Gerardo Aviña, refleja muy bien el momento de la muerte de Joselito cuando la soldadesca –que le ha desollado las plantas de los pies– le hace seguir caminando hacia su propia tumba.

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La expresión en el rostro y en el cuerpo de Joselito en la escultura de Espino tiene que ver con la fe viva que el niño cristero reflejaba en su lucha por la libertad religiosa en un México cuyo gobierno estaba lleno de odio contra la religión católica. Con el dolor del martirio, el niño avanza decidido hacia la muerte, confesando su adoración a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe de Guadalupe, estandartes de la lucha cristera.

JOSELITO

@cardenalrobles

La carta a su mamá

Es célebre su advertencia hecha ante el temor de su madre de que su hijo, tan de corta edad, se metiera de lleno en la lucha de los ejércitos que en el Occidente de México (y en buena parte del centro del país) peleaban contra las tropas del gobierno: “Mamá, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo”. Y en una carta que pocos días antes de morir pudo enviar a su madre desde la cárcel de Cotija, le decía:

Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá, resignate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero por Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes, diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú, recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir hubiera deseado.

En la homilía de la Misa en la que bendijo la escultura, el cardenal Robles apuntó: “Vale la pena, queridos jóvenes, que miren el testimonio de un joven, nacido en el seno de una familia cristiana común y corriente, pero que tuvo él el valor de descubrir a Cristo y de serle fiel (…), y darle gracias a Dios por el testimonio de nuestros mártires mexicanos de Cristo Rey”.

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