La guerra confronta siempre a una contradicción: el espanto y rechazo, por un lado, pero por el otro el reconocimiento a aquel dispuesto a dar la vida por defender el propio pueblo
Hay entre los héroes, desde tiempos de antaño, ministros cristianos que asisten a quienes combaten. En ocasiones, a ambos lados. También los hubo en la Guerra de Malvinas, cuyo 40 aniversario se conmemora este 2 de abril, recordando el enfrentamiento entre la Argentina y Gran Bretaña sobre el control del archipiélago en el Altántico Sur.
Al menos 22 sacerdotes participaron asistiendo a las fuerzas armadas argentinas que combatieron en el conflicto bélico. Como evocaba en diálogo con Aleteia el obispo castrense argentino monseñor Santiago Olivera, fueron a las islas a acompañar “en lo propio sacerdotal, animar, confesar, celebrar la Eucaristía, y sostener en la misión del servicio que tocaba asumir y vivir” a los combatientes. Pero mucho más.
El propio prelado destaca de entre los capellanes –entre los que se cuentan sacerdotes del clero castrense, de otras iglesias diocesanas y también religiosos-, al padre Vicente Martínez Torrens, salesiano, quien tiempo después editó el libro Dios en la Trincheras (Editorial Ágape), con los escritos registrados en su diario de guerra.
Dice en la introducción de ese libro el padre Torrens que si bien era convocado para lo sacramental, conservar la moral, e incluso el consejo, a veces “el capellán tiene que permanecer con sus manos entrelazadas con el herido. Sin palabras”. En otras, la sepultura de los caídos.
El rosario
Además del acompañamiento sacerdotal de los capellanes, la mayoría de los combatientes tenía un rosario consigo. En distintos libros publicados reseñando los combates y el testimonio de los veteranos hay referencias a la importancia del rezo en el día a día del conflicto. En una ocasión, como reseñamos ya en 2018, una cuenta del rosario desvió una bala que podría haber acabado con la vida de un comando argentino.
Heridas por sanar
Tras la guerra, no cesa el acompañamiento del combatiente. “Sin lugar a dudas que hay heridas por sanar; trato con varios de ellos, que han ido a las islas y los que han permanecido en continente”, relata monseñor Olivera sobre una misión compartida tanto por la diócesis castrense, como por la Iglesia en general. Una misión, como quedó de manifiesto en las distintas actividades conjuntas organizadas por organizaciones de veteranos y los obispados castrenses británicos y argentinos, en la que las Iglesias de los países otrora enemigos colaboran.
Este mismo marzo se realizó un encuentro internacional en Buenos Aires. “El encuentro en Luján y en Buenos Aires con veteranos de guerra ingleses y argentinos, con la presencia del obispo castrense de Gran Bretaña con cuatro capellanes de su diócesis, nos ha marcado el camino que se puede ser enemigos en el tema de la guerra, en la contienda, pero terminada la guerra somos amigos, y más, o por lo menos debemos tratarnos como tales por lo que significa lo cristiano para nosotros”.
“Nos damos cuenta que hay muchas heridas por sanar, no solo físicas sino psicológicas, familiares, por lo que implica el shock, la experiencia traumática de la guerra”, agrega monseñor Olivera y completa: “En la Argentina, lamentablemente, por el contexto histórico que se dio, cuando volvieron nuestros soldados no fueron reconocidos como se merecía; por eso 40 años después es una buena oportunidad para tener en cuenta y resarcir aquellas cosas que haya que reparar”.
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