Es posible que lo hagas sin pensar en ello...
Nos referimos a la Santísima Trinidad en nuestra vida diaria, aunque no pensemos en ello. Cada signo de la cruz es una invocación a la Santísima Trinidad, como todos los sacramentos.
Vivimos en el espacio de la Santísima Trinidad, por lo que nunca estamos solos.
El beato cardenal Stefan Wyszyński, que estuvo injustamente encarcelado durante varios años, decía que nunca estaba solo porque se dirigía a la Santísima Trinidad: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
«Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena»
El Espíritu Santo es el que conoce la Verdad y conduce a la Verdad. No se trata sólo de la ausencia de falsedad y de la honestidad.
La plenitud
La plenitud de la Verdad es Jesús. El Espíritu Santo nos lleva a Jesús. Dios quiere darnos lo mejor.
«Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes».
Jesús subraya una relación muy profunda con el Padre. Jesús utilizaba a menudo la palabra aramea «Abba» cuando se dirigía a Dios Padre.
Según los exegetas, la palabra «Abba» procede del vocabulario de los niños pequeños. Es muy directa y tierna.
Nadie en la época de Jesús se atrevía a llamar así a Dios. Jesús es el primero que se dirige a Dios con tanta sencillez, con cercanía y sin ningún temor. Como un hijo a su padre.
La Santísima Trinidad es la fuente del amor. Por eso nos dirigimos a la Santísima Trinidad en nuestras oraciones. Queremos sacar agua de la propia fuente, no de una cisterna.
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