Un confinamiento para rescatar amistades que creía perdidas

En estos días de cuarentena, he recibido la llamada de Claudia una de mis amigas más cercanas

Fuimos compañeras de clase en la universidad, y por una afinidad personal, pronto comenzamos a compartir nuestros afanes e inquietudes más íntimas, y desde entonces, siempre tuvimos la confianza de abrir nuestros corazones.

Como siempre, me ha hecho reír, participándome que pronto terminará estudios de postgrado, y al hacerlo aumenta su felicidad y la mía. La puedo imaginar haciendo ademanes y gesticulando al hilvanar sus frases, pues he llegado a conocerla tan bien, que la puedo ver, sin hablar a través de una videollamada.

Es una relación de amistad y confidencia.

En lo personal, pienso que el común de las personas en realidad contamos con los dedos de una mano una amistad así, tan necesaria para reconocernos a nosotros mismos como personas. Sin embargo, la llamada de Claudia y mi confinamiento me hicieron reflexionar sobre la importancia de rescatar otras formas de amistad, que fui relegando, olvidando o dando por perdidas. Son también muy valiosas para mí.

Me propuse para ello implicarme de tal forma que fuese yo, y no las circunstancias de la vida, quien determinase el reencontrarlas y conservarlas en la medida de lo posible. Así que recuperé contactos, hice llamadas y envié mensajes a través de WhatsApp, como quien tiene una varita mágica para eliminar las sombras rezagadas en el tiempo.

Me he comunicado con amigos de antaño, forman parte de mi historia personal, los conocí a lo largo de mi vida y ahora son muy distintos a mí desde un punto de vista social, cultura y  económico. Muchos de ellos no se conocen entre sí.

En muchos casos, recibí animadas respuestas por saber de mí, así como agradecimiento por el hecho de acordarme de ellos. Percibí en el entusiasmo de sus respuestas, la alegría por una nueva oportunidad que nos brinda la madurez, de saltar por encima de prejuicios que nos habían afectado, y no tenían realmente que ver con nuestro verdadero ser. O por el hecho de saber que compartimos la responsabilidad de haber dejado enfriar la amistad, y podíamos rescatar.

Descubrí, que, sin saberlo, faltaba a la caridad ya que había quien sufría de soledad, pasaba por una quiebra o se encontraba enfermo. También por conservar una imagen que ya no correspondía o nunca correspondió  con su realidad personal, en la que los recordaba como engreídos, decaídos, escurridizos o resentidos.

También consideré que lo mismo les podía haber pasado a ellos respecto de mí, y lo asumí haciéndoles ver con mi actitud, que no era así, y que, ante los malos recuerdos, no guardaba lista de agravios, ni esperaba que ellos lo hicieran.

Igual admití mi inmadurez por alejarme de los exitosos, porque no me sustraje la verdad de que cualquiera puede simpatizar con la desgracia del amigo, pero se necesita ser muy fino para alegrarse de sus éxitos.

Finalmente, he hecho una lista en la que voy anotando la fecha de la última llamada que les hice, algún tema que tocamos, o sucesos de sus vidas, para no dejar pasar mucho tiempo sin tener una comunicación y hacerles ver lo que me importan.

Mi teléfono ha comenzado a recibir a diario por sus whatsapps, muchas veces con reenvíos, con lo que sé que de alguna manera ya estoy de nuevo en sus vidas. Cuando yo hago lo mismo, anexo un corto mensaje para hacer sentir mi cercanía.

Lamentablemente he debido reconocer que en algunos casos entré en contacto con la vulgaridad, la superficialidad e incluso la grosería, así que, con la conciencia en paz, he usado el necesario cernidor con la pena de cortar por lo sano.

Con todo, el saldo es muy favorable y es posible que, en esta nueva etapa de la amistad, en algunos casos puedan surgir las confidencias, como prueba de que nos escuchamos con el corazón, haciendo cierto que sin la amistad, la perfección humana quedaría incompleta y, sin ella, la felicidad no sería posible.

“Yo lo dije siempre, y lo diré y lo digo, que es la amistad el mayor bien humano—Ortega y Gasset

Por Orfa Astorga de Lira.

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