¿Se derrumban los pilares de tu vida?

¿Qué hago cuando se tambalean y caen los pilares sobre los que construyo mi vida? ¿Dónde queda ese sueño que Dios ha querido soñar conmigo cuando todo parece resultar mal? Una alianza de amor, una vocación a caminar a su lado.

Yo he tejido sueños y me han cortado la trama. Tiene algo este tiempo de tragedia, de final inconcluso. Algo de injusticia y de abandono en mitad de mi vida protegida y segura.

Con miedo a reinventarme intento recomponer las piezas del jarrón roto. Levantar de nuevo sobre sus mismas ruinas el edificio caído.

NURSE
Shutterstock | eldar nurkovic

Salud, economía, familia, amor, autoestima

Pienso en el pilar de la salud sobre el que me sentía fuerte y seguro. He convertido la salud en un ídolo. Me preocupo de estar sano, comer sano, vivir sano. Y ahora un virus pone en jaque mi seguridad, mi paz mental.

¿Y si enfermo y muero? No contaba con ello, con que nadie cercano y querido muriera. La salud es algo sagrado. ¿Por qué me la quita ese Dios al que amo? Me rebelo.

La salud era un pilar firme, inamovible, ni el paso del tiempo podría acabar con ella. Algo encontraría para ser eterno en la tierra.

Siento que ahora mismo un pilar se derrumba. Me aferraba como un náufrago a mi dinero, a mi economía, a mis sueños de crecimiento. Tenía planes y proyectos. Y se han venido abajo.

La inseguridad amenaza mi negocio, el de tantos. Otro pilar destruido. ¿Y ahora qué?

Mi familia, mi entorno, mis amores. Ese pilar fiable hoy parece bastante frágil. ¡Cuántas familias rotas, cuántas sueños fracasados, cuántos amores frustrados!

Pensaba que mis amores estaban bien, eran perfectos. Y al llegar esta crisis me doy cuenta de la debilidad de mis vínculos. Amores frágiles que no aguantan la sacudida de las olas. Leía el otro día:

«Algunos no saben vivir sino exigiendo. Exigen y exigen siempre más. Tienen la impresión de no recibir nunca lo que se les debe. Son como niños insaciables, que nunca están contentos con lo que tienen. No hacen sino pedir, reivindicar, lamentarse. Sin apenas darse cuenta se convierten poco a poco en el centro de todo. Ellos son la fuente y la norma. Todo lo han de subordinar a su ego. Todo ha de quedar instrumentalizado para su provecho. Desaparece el reconocimiento y la gratitud. No es posible vivir con el corazón dilatado. Se sigue hablando de amor, pero ‘amar’ significa ahora poseer, desear al otro, ponerlo a mi servicio«[1].

Cuando no sé amar como Dios ama es lo que sucede. Y entonces me quedo solo. Y se hunde ese pilar del amor. Pilar central.

Hay otro pilar que también se tambalea en este tiempo. El pilar de mi propia aceptación y alegría de vivir conmigo mismo.

Soledad, silencio

La soledad puede ser demoledora. En un tiempo como el de ahora en el que todo se paraliza he pasado mucho tiempo conmigo mismo y la soledad duele.

No sé estar a solas. No sé estar conmigo, en silencio, y pensar, y rezar. Me doy cuenta de que un mundo detenido me acaba matando.

Desaparecen los escapes, las salidas, las argucias que encontraba para no enfrentar el silencio en mi alma. Me llenaba de ruidos. Y ahora confinado me confronto con mis propios demonios y me desespero.

¿Qué queda?

¿Qué pilar queda firme en mi vida? ¿Cuáles han caído? Es este tiempo una invitación a mirar al cielo buscando anclar mi vida en el corazón de Dios, en el centro del costado abierto de Jesús. Allí soy amado como soy y valgo lo suficiente para ser amado siempre.

Esta certeza la puedo encontrar en un tiempo de incertidumbre. Cuando han caído las patas de mi mesa, surge del cielo un lazo lanzado al vacío de mi alma. ¿Quiero sostenerlo entre mis manos?

Me da miedo asirlo y dejar caer los pilares que intento que no caigan con esfuerzos de malabarista. ¿Y si atado a esa cuerda veo caer todo a mi alrededor y surge el miedo? ¿Y si me suelto? ¿Y si Dios me suelta?

Es una apuesta absurda. Todo o nada. Ahora o nunca. No quiero retener mi mundo viejo y limitado. Quiero abrirme a un nuevo mundo.

No quiero volver al día antes del virus. Quiero un nuevo comienzo. Me reinvento. Me vuelvo a crear o dejo mejor que sea Dios el que me recree a partir del barro de mi vida.

Él sabe modelar un hombre nuevo, una comunidad nueva, una familia hecha con jirones de mi hombre viejo. Todo se aprovecha, nada se pierde para siempre.

Quiero pensar que mi vida puede ser mucho más grande y pura, más libre y santa. Una sola cuerda lanzada desde el cielo.

Pero yo no logro ver la mano de Dios sujetando entre las nubes mi fragilidad. Sé que está ahí, escucho su voz en forma de susurro, la sombra de una brisa.

Siento una ráfaga de aire que me calma. Una voz lanzada desde el cielo. No tengo motivos para dudar, para temer, para caer.

Ahora que lo he dejado todo me siento más libre. Soy más suyo, más de Dios, más niño, más confiado. Me gusta esta nueva vida que puede estar naciendo en mí. 

[1] José Antonio Pagola, Arturo Asensio Moruno, El camino abierto por Jesús. Juan

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