Los recuerdos del día de mi ordenación y de mi primera Misa, hace 70 años comienzan con elogios a Hufschlag [Nota del traductor: localidad alemana en la zona de Traunstein, que Benedicto XVI reconoce como su verdadero hogar] No era un pueblo como tal, no había iglesia, ni escuela, ni gendarme, pero había una posada, una oficina de correos y una estación de tren.
El día de nuestra ordenación sacerdotal, el 29 de junio de 1951, desde muy temprano, todo Hufschlag esperaba la salida de mis padres y de mi hermana. Debía ser sobre las 4 de la madrugada cuando partió un taxi con ellos tres dentro y toda Hufschlag se volcó sobre nuestra casa, para decorarla espléndidamente para acogernos.
Cuando llegamos sobre las 9 de la noche, era difícilmente reconocible. Papá había hecho que la pintaran de nuevo y había renovado la entrada. Por la mañana, temprano, los habitantes de Hufschlag habían construido un arco triunfal a la entrada del jardín y adornado maravillosamente de verde toda la casa. Cuando llegamos esa noche, descubrimos que también todo el interior de la casa había sido renovado.
La costurera de nuestra madre era una amiga que nos había estado esperando y nos había preparado una cena maravillosa.
Nuestra llegada a Traunstein sobre las 18 horas fue festiva y preciosa. Las calles estaban cubiertas de guirnaldas. Mi hermano preguntó si había una gran fiesta en Traunstein. El conductor se limitó a responder sorprendido: “¡Por supuesto!”. El gran número de personas pronto mostró de manera inequívoca de qué se trataba la fiesta que se celebraba en Traunstein.
Nuestro amigo Rupert Berger había ya llegado y nos esperaba junto con el resto del clero vestidos con el hábito coral.
Después de la maravillosa celebración en la iglesia de San Oswald, hubo un pequeño contratiempo. Mis padres y mi hermana se habían adelantado hacia Hufschlag. Era claro que tanto mi hermano como yo necesitábamos cualquier tipo de transporte para volver a casa, pero todos pensaban que íbamos a ser llevados por un coche oficial.
Obviamente no era el caso, así que nosotros dos nos encontramos de manera imprevista solos ante la casa parroquial. Nos enteramos que la procesión festiva que había comenzado en Hallabruck se interrumpió rápidamente porque se notó que quienes debían acompañarla no estaban presentes.
La misma tristeza que nos sorprendió a ambos ante la iglesia de San Oswald en Trausntein, se extendió también en la procesión festiva. La solución llegó de un modo bastante extraño: un abogado del tribunal del distrito de Traunstein, que mi hermana conocía por ser secretaria de abogados, pasó con su pequeño coche particular. Nos vio y se paró para preguntarnos si necesitábamos ayuda. El abogado se disculpó por su pequeño vehículo, pero si nos podía ayudar, obviamente estaba feliz de hacerlo.
Así finalmente llegamos en un coche extrañamente pequeño a la multitud que nos esperaba, sorprendida por un vehículo completamente informal, pero felices de ver que la procesión podía comenzar.
La jornada de nuestra primera Misa, el 8 de julio de 1951, comenzó a las 4 de la madrugada con disparos de cañón, algo para nada obvio en la Alemania de después de la Guerra.
Nuestro vecino de Hufschlag, el representante Lois, había estado en un campo de concentración durante casi toda la era nazi y por eso recibió una compensación económica. Algo casi igual de importante para él fue que era el único en ese periodo de postguerra que recibía explosivos, que utilizaba para retirar árboles del terreno.
Cuando llegó el día de nuestra primera Misa, llegó también la hora para este don de la postguerra: según la antigua usanza, las grandes fiestas, en especial las visitas de los jefes de Estado, comenzaban con unos disparos de cañón. Estaba claro que nuestra primera Misa cumplía con los requisitos más exigentes. Así que inició la jornada con un fragor festivo que despertó a todos y nos hizo muy felices.
El 8 de julio, mi hermano y yo celebramos nuestra primera Santa Misa en la iglesia de San Oswald. Estábamos de acuerdo que a las 7 de la mañana yo celebraría la Misa con los jóvenes católicos, mientras que mi hermano mi hermano celebraría la Misa dominical cantada a las 9 en punto. Pedí al profesor de Freising, Alfred Läppe, que predicara la homilía. No pudo hacerlo debido a una cita con el dentista. Así que lo hizo el pastor Georg Els, que fue un famoso e importante predicador.
Su modo despreocupado de hablar con los parroquianos de Traunstein seguramente sorprendió a quienes vinieron de fuera. Entre otras cosas, dijo que la gente tenía que cantar con más fuerza, y no dejar que los ratones hicieran ruido a los lados del coro.
A la primera Misa solemne le siguió un almuerzo en el sótano del restaurante Sailer y posteriormente una oración de agradecimiento en la iglesia de San Oswald. Finalmente una gran tormenta cerró todas las celebraciones.
Traducido y adaptado por Blanca Ruiz. Publicado originalmente en ACI Stampa.
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