Durante la audiencia que concedió en el Palacio Apostólico Vaticano a los obispos amigos del Movimiento de los Focolares, el Santo Padre propuso como ejemplo de esa unidad el carisma de la fundadora de la Obra de María, o Movimiento de los Focolares, Chiara Lubich, de la que destacó su “sentido y servicio de la unidad”.
“En medio de las laceraciones y destrucciones de la guerra, el Espíritu depositó en el joven corazón de Chiara una semilla de fraternidad, una semilla de comunión”. Una semilla que, “se desarrolló y creció atrayendo a hombres y mujeres de todas las lenguas y naciones con la fuerza del amor de Dios, que crea la unidad sin anular la diversidad, al contrario, valorizándola y armonizándola”.
Recordó el Papa que el carisma de los obispos está vinculado a ese carisma de la unidad: “Los obispos estamos al servicio del pueblo de Dios, para que se edifique en la unidad de la fe, la esperanza y la caridad”.
“En el corazón del obispo, el Espíritu Santo imprime la voluntad del Señor Jesús: que todos los cristianos sean uno, para alabanza y gloria del Dios Uno y Trino y que el mundo crea en Jesucristo”, explicó.
Recordó que “el Papa y los obispos no estamos al servicio de una unidad exterior, de una ‘uniformidad’: no, estamos al servicio del misterio de comunión que es la Iglesia en Cristo y en el Espíritu Santo, la Iglesia como Cuerpo vivo, como pueblo en camino en la historia y al mismo tiempo más allá de la historia”.
En ese sentido, insistió en que el sueño de Dios, su designio, es “reconciliar y armonizar todo y a todos en Cristo”.
Por último, recordó a “tantos testigos de nuestro tiempo, pastores y laicos, que han tenido la ‘audacia de la unidad’, pagando en persona un precio a veces muy alto. Porque la unidad que Jesucristo nos ha dado y nos da no es la unanimidad, no es estar de acuerdo a toda costa: no. Obedece a un criterio fundamental, que es el respeto a la persona, el respeto al rostro del otro, especialmente del pobre, del pequeño, del excluido”.
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