La gran diferencia entre los familiares y los amigos es que a estos últimos sí los elegimos. Los otros son parte de las herencias y de los regalos que recibimos
A los amigos los invitas a formar parte de tu círculo de relaciones y a tu mundo íntimo. En cambio, con los familiares, parece que estás obligado a convivir y a relacionarte con ellos.
Con los amigos te identificas, te atrae, hay algo que los invita a mantener viva la relación. Por su lado, en la familia, suelen existir demasiadas diferencias y nada que compartir por gusto. Es más, hasta suele ser motivo de fricciones y pleitos, porque llega a ser molesta su presencia, como es el caso de muchos hermanos, que acaban por no soportarse. A veces, rebasando el límite de la tolerancia que fuerza a poner distancia y desinterés. Mientras que con los amigos crecen las ganas de compartir y de estrechar los lazos viajando juntos.
Un aspecto muy importante es que entre amigos hay mucho apoyo, ayuda, soporte (en las buenas y en las malas). Están dispuestos a echarse la mano en cualquier momento. Lo que no suele suceder igual con los familiares (con sus honrosas excepciones). Muchas veces son más causa del dolor y del sufrimiento, que del remedio y de la solución.
En fin, el afecto, el cariño y el crecimiento mutuo suelen ser más frecuentes entre l@s amig@s, mucho más que entre los familiares.
Sobre todo se aprecia más a l@s amig@s de la infancia y la juventud, cuando perduran durante los años y soportan las adversidades, los cambio y las dificultades. Por su parte, a muchos familiares se les ve menos y se mantiene una distancia tal que casi solo el vínculo consanguíneo los mantiene visibles.
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Lo peor del caso es que son muy frecuentes los pleitos entre padres e hijos o hermanos -sobre todo por las herencias, o el ejercicio de la autoridad y la desobediencia- que generan muchas rupturas y severos conflictos que conducen a no querer volver a ver a un hermano y ni siquiera querer una reconciliación.
Con los amigos también hay problemas y distanciamiento, pero muchas veces hay más ganas de buscar la reconciliación y el perdón que con los familiares.
La amistad tiene un encanto especial. Por ello hay autores que la ponen como la cúspide de las relaciones humanas, llegando a hablar de la amistad con Dios:
«Dios lo estableció en la amistad con Él»
«El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación»
CIC, 374
Esto nos lleva a considerar que mantener la amistad con Dios es una fuente de gracia y nos aleja del mal y las rupturas con el Bien supremo.
De esta manera entendemos también que la fuerza benefactora de la amistad nos guía a vivir en mejores términos con la vida y las relaciones humanas que cuando no cultivamos y fortalecemos nuestros lazos de amistad.
Los familiares como amigos
Sin duda, es una fórmula maravillosa acabar teniendo una bella amistad con los propios hermanos y hasta con los padres. Tratándonos de la mejor manera posible, como lo hacemos usualmente con l@s amig@s. Sin perder el lazo original de sangre, se logra edificar una relación de amistad, de tal manera que se practica el bien mutuo. Así se rompe la sensación de servidumbre y de carencia de libertad, para ejercer la buena voluntad, al permanecer en el valor de mantener la fidelidad en todo momento, practicando la caridad.
Con los familiares como amigos también se convierte a los amigos en familiares. Se rompe la distancia y se establece la cercanía, la intimidad y crece la confianza para poder dialogar y compartir las dificultades y problemas y estar plenamente confiados y conscientes de que contamos con su apoyo para salir adelante.
Los lazos se cultivan
Hemos de poner de nuestra parte, buscando a las personas que consideramos nuestros amigos, invocando su presencia e incluyéndolos en nuestros momentos importantes de la vida. Sea un cumpleaños, el nacimiento de los hijos, una graduación o el triste momento de una enfermedad o la muerte de un ser querido. Y, por qué no, cuando hay tropiezos económicos y estamos desempleados.
No te canses de invitarlos, de dialogar con ellos, de compartir lo que gustes, de expresarles – sin temor- lo que te pasa. Y verás qué manera tan positiva de salir airosos de los momentos difíciles, como lo ha sido durante esta pandemia.
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