Según la tradición que se mantiene en Brescia, los dos santos predicaron valientemente a Cristo entre finales del s. I y las primeras décadas del s. II. Lamentablemente se desconoce el año en que nacieron.
Impulso apostólico
Faustino y Jovita se comportaron como auténticos apóstoles, y enfrentaron con mucho valor la persecución. Sin duda sus corazones estuvieron contagiados de ese impulso inicial de la Iglesia naciente y en formación. Ambos dieron la talla en defensa de la comunidad cristiana de Brescia en tanto que el obispo de la ciudad se había escondido por temor.
El celo pastoral de los hermanos despertó la furia de los paganos quienes hicieron lo posible para que fueran capturados. Uno de ellos, llamado Julián, les aprehendió y los entregó a las autoridades. Los mártires fueron torturados y enviados a Milán, Roma y Nápoles, desde donde volvieron finalmente a Brescia.
Anunciando a Cristo sin temor y en todo momento
El plan era usarlos de escarnio y disuadir a otros a que se hagan cristianos. Sin embargo, durante la travesía, los santos bautizaron a una multitud de gente; solo por citar un ejemplo, se dice que en el viaje de Roma a Nápoles, bautizaron a 191,128 personas. En vista que ni las torturas ni las amenazas consiguieron doblegarlos, el emperador Adriano, que se hallaba de paso por Brescia, ordenó que fueran decapitados.
La ciudad de Brescia los venera como sus principales patronos y conserva sus reliquias hasta hoy.
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