Al comprender estas razones, comprendemos que a través de las pruebas somos forjados como verdaderos discípulos de Cristo.
Santo Tomás de Aquino revela las cinco razones fundamentales por las que Dios permite que seamos tentados.
1La primera de ellas es prueba de nuestro amor
En un mundo que evita a toda costa el sufrimiento, olvidamos que quien no ama tampoco quiere sufrir. El verdadero amor se prueba en el crisol de las dificultades, en las renuncias y los sacrificios en favor del otro. Miremos nuestras vidas y reconoceremos que quienes más nos amaron son quienes también sufrieron más por nosotros.
2La segunda razón radica en la necesidad de refrenar el orgullo, que impregna la naturaleza humana desde el pecado original
La serpiente tentó a Adán y Eva con la promesa de la divinidad, y esa tentación aún resuena en nuestro corazón cuando queremos ser dueños de nuestra propia vida y destino. Reconocer nuestra pequeñez ante Dios es un antídoto contra el orgullo, haciéndonos volver humildemente al Padre.
3En tercer lugar, la tentación es la ocasión de confundir al maligno
Cuando resistimos sus artimañas, la victoria es de Cristo, y el diablo es derrotado. Somos instrumentos de la gracia divina que contrarrestan las asechanzas del enemigo, y así podemos cantar victoria en Cristo Jesús.
4La cuarta razón es la necesidad de fortalecimiento espiritual
Así como un soldado se fortalece en la batalla, nuestra fe se fortalece al enfrentar y vencer las tentaciones. No podemos crecer espiritualmente sin pasar por los desafíos y pruebas que nos hacen madurar en la fe.
5Finalmente, la quinta razón es revelar nuestra dignidad
El diablo no pierde el tiempo con lo que no tiene valor. La tentación muestra que somos preciosos a los ojos de Dios, porque el enemigo invierte sus artimañas contra los que tienen el tesoro invaluable de la gracia y la vida eterna. Nuestra vocación de hijos de Dios es signo de nuestra dignidad e importancia en el plan divino.
Al comprender estas razones, comprendemos que a través de las pruebas nos forjamos como verdaderos discípulos de Cristo, revelando la grandeza de nuestra vocación de hijos de Dios.
Seminarista Igor Pavan Trez, vía Facebook
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