En los últimos meses estamos siendo testigos de numerosas personas que han tenido que dimitir de algún cargo público por sus manifestaciones en las redes sociales. Se han convertido en “víctimas virtuales” de sus propios 140 caracteres. Todos formamos parte de la nueva era de las redes sociales. Quien más y quien menos conoce alguna red social -aunque sea el whatsapp, que también lo es- y prácticamente se han convertido en herramientas imprescindibles para comunicarnos. Somos ciudadanos digitales.
Sin duda alguna estas nuevas formas de comunicación social se han introducido en nuestras vidas, y no son ni buenas ni malas. Es el uso que hagamos de ellas lo que les da sentido y valor.
Las redes sociales son como una gran ventana abierta a todo el mundo y se nos ha olvidado que nuestra información es susceptible de ser conocida por cualquiera desde el momento en el que se publica en estos medios. Todas nuestras opiniones o publicaciones quedan registradas desde el primer momento y son públicas, aunque haya pasado mucho tiempo. Junto al olvido de la publicidad de nuestras opiniones o manifestaciones se ha perdido también la responsabilidad que supone el uso de las redes sociales, una responsabilidad que se debe basar en el respeto a los demás. El respeto a la persona y a sus creencias debe ser fundamental en el uso de las mismas.
Las nuevas tecnologías se convierten en excelentes medios de difusión y de comunicación. Con un uso respetuoso y controlado de ellas se puede hacer mucho bien, contribuyendo a denunciar situaciones y desigualdades o difundiendo buenas noticias. Pero también puede llevarnos a la exclusión y a la manipulación, distorsionando por lo tanto el mensaje que podemos llegar a transmitir y creando divisiones entre unos y otros. Opinar, sí, pero dentro de unos límites que no excluyan a la persona ni agredan sus creencias y valores.
Como recientemente ha dicho el Papa Francisco, con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, “no tengamos miedo de hacernos ciudadanos del mundo digital”, pero siempre haciendo un uso responsable del mismo. El mundo digital no está exento del respeto a los demás, que sin duda alguna forman parte del mundo real.
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