El joven atleta Álvaro Trigo se acercó a Dios y decidió ayudar a los demás. Esta Navidad hizo una "maratón" muy especial
La celebración de las fiestas de Navidad muchas veces deja historias increíbles de solidaridad y entrega a los más desfavorecidos. Sin embargo, suelen quedar en la memoria de unos pocos, de puertas para adentro. Por eso quiero hacer de altavoz ante una vida que me conmovió hace unos días mientras miraba el informativo de las 3 de la tarde.
¿Quién es Álvaro Trigo?
Álvaro es un joven madrileño de 27 años, el mayor de 5 hermanos. Su sueño de pequeño era ser bombero. Sin embargo, sus padres le convencieron para simultanear las clases en la academia con una carrera universitaria.
Ya en la universidad conoció a personas relacionadas con el mundo del deporte y empezó a participar en maratones por toda España y Europa.
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En un momento dado, decide inscribirse a un Ironman, una competición atlética en la que se nada casi 4 km, se pedalea unos 180 km, para finalizar con una maratón. Requiere estar en muy buena forma física y Álvaro terminó 2º de su categoría.
El runner se encontraba en un momento profesional muy bueno: los exámenes de la carrera los iba aprobando, triunfaba como bombero, en el deporte iba cosechando diversos premios… Sin embargo, reconoce que vivía una vida que para él tenía mucho sentido, pero en realidad era muy egocentrista.
Llevaba un nivel de vida que incluso dormir le parecía una pérdida de tiempo.
Un incendio le quemó un 63% de su cuerpo
La vida le ofreció su cara amarga cuando en 2017, tras un accidente de coche, pierde a su hermana. Gracias a este doloroso hecho su familia experimenta una unión más fuerte.
El 2 de febrero de 2018 la vida volvería a sacudir a Álvaro, esta vez en carne propia. Esa fecha quedará marcada en su calendario como un nuevo cumpleaños, como una nueva oportunidad que le da Dios para vivir su vida con verdadero sentido.
En la casa de campo de su abuela, en la Sierra de Andújar (Andalucía), Álvaro encendió la chimenea y se empezó a incendiar el sofá. Con tan mala suerte que tropezó y Álvaro se empezó a quemar. Intentó escapar del fuego, pero desgraciadamente se encontró dos puertas cerradas con llave y no pudo salir.
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Se quitó la ropa, que literalmente se deshacía, y en ese preciso instante tuvo un pensamiento: “Me voy a morir aquí”. Por fin, con un trapo de agua en la boca pudo correr hacia la casa de unos familiares que vivían cerca, quienes llamaron a la ambulancia.
Ya en la UCI, los médicos les comunicaron a sus padres que las posibilidades de vivir oscilaban entre un 10 y un 20%. Su diagnóstico era de grave deshidratación, un pulmón sin funcionar, además de múltiples quemaduras en el 63% de su cuerpo. Para evitar que sufriera deciden inducirle el coma.
A los 10 días le bajaron la sedación y se despertó muy desubicado. Ahí es cuando sus padres deciden no contarle la verdad de su estado y prefieren animarlo diciéndole que han hablado con el médico y el próximo año podrá correr la maratón.
Lo más duro de su estancia en la unidad de quemados fueron las visiones provocadas por la medicación en las que no podía diferenciar entre la realidad y la ficción. En algunas de ellas, percibía a los médicos tomando medidas de su cuerpo para el ataúd. Y todo esto sin poder hablar. Angustiante.
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Al subirlo a planta el sufrimiento no menguó. Experimentó mucha soledad, miedo ante la visión de su cuerpo malherido, infecciones, operaciones semanales, curas dolorosísimas, … Estaba tan débil que tampoco era prudente ponerle demasiada medicación, por lo que el dolor era indescriptible.
A pesar de todo, la característica favorable que tenía Álvaro era que estaba muy en forma de su vida anterior al accidente. Y él se empezó a animar ante la visión de la próxima maratón de Sevilla. Se lo tomó como un reto. En ese tiempo se dedicó a grabar minivídeos desde el mismo hospital para animar a otros en una situación parecida. Cada día un paso adelante en su recuperación.
Otro punto a su favor fue el apoyo del personal médico, enfermeros, familia y amigos que día tras día iban a visitarlo y desde el cristal le animaban y alentaban; aunque después se derrumbaran.
Estuvo ingresado cuatro eternos meses en aislamiento total y sufrió unas 13 operaciones.
El sufrimiento le llevó a Dios
A pesar de todo, él reconoce que tocó fondo y se encontró cara a cara con Dios y con su vida pasada, y decidió que si salía de ahí daría un vuelco a su vida para llenarla del verdadero sentido, que pasaba por hacer felices a los demás.
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Desde entonces su vida ha dado un vuelco de 360º dedicándose hoy a intentar ayudar en retos de larga distancia, colaborando con ONG´s y fundaciones.
Gracias a los valores del deporte, de superación y constancia, consiguió una recuperación récord y un año después del accidente pudo correr la ansiada maratón de Sevilla.
Después de subir al podio, Álvaro tuvo el humilde gesto de llevar su medalla al hospital. Ya que, en palabras de él, “el premio no es sólo mío sino también de todas las personas que me han ayudado a llegar hasta aquí”.
A partir de ahí empezó a participar en diversos retos en los que cada zancada, cada brazada, se convertía en un gesto solidario no en cultivar su ego.
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Su reciente reto navideño
Su reciente reto, a través de la Fundación Lo que de verdad importa, ha consistido en correr 50 kilómetros (siete horas y media corriendo) entre nueve residencias de Madrid (España) llevando consigo más de mil cartas que estudiantes de diversos colegios e institutos han escrito a los ancianos.
Después de esta acción solidaria ha corroborado que ni los mayores en sus residencias se enteran apenas de la actualidad ni los jóvenes adolescentes están tan a su bola como nos hacen creer.
La emoción que han sentido nuestros mayores ante la delicia de una carta escrita de puño y letra es indescriptible. Y el bien que les ha hecho a nuestros adolescentes salirse de ellos mismos para pensar en los más necesitados es algo alucinante. Y ambas cosas las ha logrado Álvaro.
Por muchos más retos, Álvaro, y que sigas sembrando el bien con tu buen hacer.
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