La improductiva manera como Jesús me da paz

Es posible vivir sin tener que hacer, sin tener que ir en una dirección determinada, sin tener que lograr lo que escapa a mis fuerzas humanas

Me cuesta detenerme ante Jesús y simplemente mirarlo a los ojos. Quiero ver sus ojos, y en ellos ver mi propio rostro, mi imagen renovada en su interior.

Quisiera simplemente mirar, no querer saber, ni sentir con profundidad. Aceptar la sequedad, asumir la pobreza.

Quiero creer, sin tener razones suficientes, sin necesidad de comprenderlo todo. Aprender a estar, sin soñar con éxitos que justifiquen mi llamada, sin nada que lograr más allá de mis fuerzas.

Deseo vivir sin tener que hacer, sin tener que ir en una dirección determinada y no en otra, sin tener que lograr aquello que escapa a mis fuerzas humanas.

Deseo simplemente estar, sencillamente creer en el Dios que va conmigo, a mi lado, tomándome de la mano.

Mis vanas ensoñaciones

Sé que no es tan sencillo porque mi mirada busca otras cosas, mi corazón sueña otros sueños.

Me pierdo buscando personas que justifiquen mi camino, cosas que me hagan sentir fuerte, acciones que le den sentido a mis decisiones.

Busco algo que merezca la pena hacer para llenar el tiempo, algo por lo que valga la pena luchar.

No parece bastarme con quedarme callado mirándolo a Él, a María. En silencio, aguardando, contemplando.

¿Qué espero en concreto?

Por qué la contemplación me inquieta

No espero nada, mientras el tiempo pasa a mi lado dejándome tranquilo y cansado al mismo tiempo.

Porque cuesta mirar, es cansado contemplar y el alma se revuelve inquieta sobre sí misma buscando escapatorias para no estar quieto.

Me han enseñado a producir, a rendir, a conseguir, a alcanzar objetivos. Y no hacer nada me parece una pérdida absoluta de mi tiempo.

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Miro a Jesús de nuevo al caer la tarde. Son tantas las necesidades y los problemas, es tan vasta la mies, son tan pocos los obreros y tantos los miedos…

El corazón está inquieto queriendo encontrar un descanso en medio de tantas luchas.

Pierdo la paz y la vida en un intento arduo por encontrarme conmigo mismo, queriendo producir algo, lograr objetivos.

Jesús no tiene prisa

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maruco | Shutterstock

Jesús me mira, me quiere y es paciente conmigo. Me contempla mientras yo lo miro a Él.

No tengo miedo. Pero me falta paciencia en esta espera.

Creo que tengo que enseñar a la gente a manejar mejor su vida. Creo que les debo respuestas y caminos posibles.

Pero no le debo nada a nadie. El primero que tengo que aprender a vivir soy yo. Pero mi misión no es solo esa, es mucho más grande.

Quiero mostrarles cómo acercarse más a Dios, cómo mirarlo.

Quizás muchos estén más cerca de Dios que yo mismo. Otros no. A esos quiero animarlos a saltar al mar, a navegar más hondo dentro de su alma, aun sin saber nadar.

¿Y si mi inconsistencia lleva a otros a Dios?

Pero primero tengo que vencer yo mis propias resistencias. Si no lo hago, ¿qué autoridad moral tendría?

Hoy importa lo auténtico, lo verdadero. El corazón desea conocer personas auténticas y veraces.

¿Y si ven todas mis inconsistencias? Tendrán que verlas. Necesitan verlas para entender que soy sólo un cauce, un vitral, un trasparente de un Dios que ama en lo humano.

No pasa nada por reconocerme pequeño dejando ver mis miserias. Yo también estoy en el mismo camino, recorriendo sus mismas etapas, sufriendo sus mismos fracasos.

En ese mismo camino, en ese mismo mar. No necesito saber muchas cosas. No hace falta que posea todas las respuestas a esos interrogantes continuos con los que se acercan, confundidos y nerviosos.

Ya no pretendo estar siempre bien. Es imposible. No quiero responder a todo con lo correcto. Me equivoco una y otra vez.

Lo realmente importante: estar con Jesús

Sólo quiero estar con Jesús mirándolo a los ojos. Es lo que de verdad importa, lo que vale la pena, lo que cuenta.

Aunque Jesús no me resuelva todas las preguntas. Aunque no sepa decirme por dónde exactamente irá mi camino. Poco importa.

Basta con confiar en Él. Como esos niños aferrados a la mano de su madre, de su padre.

Creen y esperan y no se sueltan, tienen miedo. Así yo mismo asido a la mano de Jesús en medio de tantas turbulencias e inquietudes.

La vida es compleja. Y las preocupaciones son muchas más de las que yo mismo puedo vislumbrar. No tengo la respuesta adecuada para ninguna inquietud.

Simplemente sé quedarme quieto, en paz, aguardando, mirando. Vendrá el ángel, eso espero. O esa paloma a posarse dentro de mi alma trayendo la paz.

Cuando Dios quiera, no son mis tiempos, ni mis metas. Él sabe qué es lo importante y lo que no cuenta tanto.

Yo suelo confundirme siempre al establecer mis prioridades. Las suyas son las que valen, las que cuentan. Su tiempo es el que necesito. Y también sus medidas.

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