Allí “podemos ver un don hecho a nosotros: la Virgen no tiene al Hijo para sí, sino que lo presenta a nosotros, no lo tiene solo entre sus brazos sino que lo dispone para invitarnos a mirarlo, a acogerlo, a adorarlo”.
“Esta es la maternidad de María: el Hijo que ha nacido lo ofrece a todos nosotros. Siempre dando al Hijo, pero no entendiéndolo como cosa propia. No. Y así durante toda la vida de Jesús”, dijo el Papa desde la ventana del Palacio Apostólico Vaticano dirigiéndose a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro.
Francisco explicó que “al ponerlo ante nuestros ojos, sin decir una palabra, nos da un mensaje estupendo: Dios es cercano, está al alcance de la mano. No viene con la potencia de quien quiere ser temido, sino con la fragilidad de quien puede ser amado; no juzga de lo alto de un trono, sino que nos mira de lo bajo como hermano, como hijo”.
Dios, continuó el Papa, “nace pequeño y necesitado para que ninguno deba avergonzarse más de sí mismo: justamente cuando experimentamos nuestra debilidad y nuestra fragilidad, podemos sentir a Dios incluso más cercano, porque se ha presentado a nosotros así, débil y frágil”.
“Es el Dios-Niño que nace para no excluir a ninguno, para hacer que seamos todos hermanos y hermanas”.
El Pontífice recordó que “el nuevo año comienza con Dios, que, en brazos de la Madre y acostado en un pesebre, nos alienta con ternura. Necesitamos este aliento”.
“Todavía vivimos tiempos inciertos y difíciles a causa de la pandemia. Muchos están temerosos por el futuro y apesadumbrados por las situaciones sociales, los problemas personales, los peligros que provienen de la crisis ecológica, de las injusticias y de los desequilibrios económicos planetarios”.
El Papa Francisco dijo que mirando a María con el Niño “pienso en las jóvenes madres y sus niños que huyen de las guerras y las carestías o que están en espera en campos para refugiados. ¡Son tantos!”.
“Y contemplando a María que acuesta a Jesús en el pesebre, poniéndolo a disposición de todos, recordamos que el mundo cambia y la vida de todos mejora solo si nos ponemos a disposición de los otros, sin esperar que sean ellos quienes comiencen a hacerlo”.
El Santo Padre indicó que “si nos convertimos en artesanos de fraternidad, podremos volver a tejer los hilos de un mundo lacerado por las guerras y la violencia”.
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