La reflexión del cardenal responde a la pregunta sobre quién tiene autoridad y lo hace descartando primero los comportamientos negativos.
Así, expone que no la tiene “quien no ama a los demás, sino que se ama a sí mismo”, el que “engaña y miente” y la persona que “manipula la historia o no deja que se vea como ha sido”.
Tampoco ejerce la autoridad de forma correcta quien “no actúa conforme a la verdad y al sentido común”. Del mismo modo que el autocomplaciente porque “produce desorden y discordia”, afirma el Purpurado.
Ante estas personas, “la sociedad debería tener medios e instrumentos para quitar esa autoridad nominal”.
El Prelado subraya que “a quien la ejerce de esa manera se debería decir que se marche y deje libre su puesto” porque de su mano, una sociedad “camina en el caos, sin brújula, a la autodestrucción”.
La autoridad verdadera, sin embargo, está con el servicio, la verdad, la libertad, la concordia, la paz, la perseverancia, la unidad, el bien común, lo bueno y lo justo. Además, necesita “que se reconozcan derecho y deberes y que se respeten y exijan unos y otros”
El Prelado, que refiere su digresión a “lo que está sucediendo en nuestro entorno aquí y allende nuestros límites”, evita poner ejemplos concretos porque entiende que “los hay muy patentes”.
En todo caso, llama a combatir “el relativismo gnoseológico y moral”, contrario a la autoridad, “por medios lícitos”.
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