¿Es lógico que una mujer esté dispuesta a perdonar todo y seguir viviendo con el esposo, incluso en el caso de infidelidad permanente? Ante la duda, Mercedes Honrubia, del Instituto Coincidir aporta ideas para decidir con sano criterio
Hace unos días una señora (digamos que se llama María) me comentaba:
«A pesar del daño que me ha hecho, ¡no me puedo olvidar de él! ¡Me gustaría tanto que volviera!!!»
María había acudido al Instituto Coincidir a pedir acompañamiento para superar la herida de la traición y ruptura de su matrimonio.
Un matrimonio que llevaba roto desde hacía muchos años, como consecuencia de las infidelidades de su marido.
Al principio, cuando ella lo supo lo perdonó, pero él en lugar de acoger ese perdón y trabajar por recuperar a su mujer, siguió mintiendo y engañándola, pese a la entrega incondicional que María tenía a su compromiso matrimonial.
Fue al cabo de los años, cuando descubrió toda la verdad y aún a pesar del dolor, María le volvió a perdonar y, porque le seguía queriendo, estaba dispuesta a trabajar por recuperarle.
La bondad del corazón humano y su capacidad de amar no dejan de sorprendernos .
Hicimos un ejercicio de introspección, en el que María me fue describiendo lo que para ella es el amor y lo que es amar. Aquí reproduzco alguna de sus frases:
«Amar es entregar la vida, es fidelidad, sinceridad, compañía, compartir todo, lo bueno y lo malo. Amar es entregarse.
Amar es entregar y aceptar las debilidades de la otra persona y perdonar siempre.
Amar es caminar juntos y superar las dificultades juntos, amar es confiar, soñar en una vida compartida, es consolar, es cuidar.
Amar no es mendigar todo esto y sentirse sola aún estando acompañada.
Amar es el grado más superlativo de formar una familia».
Analizando este ejercicio, lo que María hacía era poner experiencia a la carta de San Pablo a los Corintios que tan detalladamente desarrolla el Papa Francisco en Amoris Laetitia, n. 90
Lo que sí entendió María es que amar no es aceptar que el otro abuse de esa entrega.
Una vez reconoció que lo que ella había vivido no era un verdadero amor, fue capaz de empezar a dar los pasos para sanar sus heridas: la herida de la traición por la infidelidad, traición a ella y a sus hijos y la herida de la humillación por haber sido engañada.
Fue ahí donde hemos empezado un proceso de sanación, para que recupere su dignidad como mujer y como madre, para recuperar su autoestima que se ha visto muy dañada (se ha dado cuenta de que ya la tenía muy baja) y hemos empezado a recorrer un camino de crecimiento interior hacia ella y en relación a los demás.
En algunos casos, la valoración de la dignidad propia y del bien de los hijos exige poner un límite firme a las pretensiones excesivas del otro, a una gran injusticia, a la violencia o a una falta de respeto que se ha vuelto crónica. Hay que reconocer que «hay casos donde la separación es inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia.»
Amoris Laetitia, n 241.
Pero «debe considerarse como un remedio extremo, después de que cualquier intento razonable haya sido inútil.» (Amoris Laetitia, n. 258)
Queda mucho trayecto, pero es de valorar sólo el ver cómo se reía y lloraba el otro día, cómo poco a poco va sabiendo leer lo que le pasa en clave positiva, que lo que le está ocurriendo tiene un sentido que ella ahora mismo no comprende, pero que si confía se dará cuenta de que todo pasa para algo.
Precisamente Dios permite ese sufrimiento para darnos algo mejor.
La gente que quiere a María le dice que tiene mucha suerte de haber visto la verdad para poner fin a esta relación. Ella no estaba viviendo una relación de amor verdadero, pero ella se resiste pensando en lo que pudo ser y no fue.
Shutterstock – AshT Productions.
Por eso estamos haciendo un trabajo desde el presente, porque María constantemente mira al pasado, se pregunta el porqué, no lo entiende. Otras veces, mira a ese futuro incierto que no acaba de descifrar y le da vértigo.
Centrarse en el presente
El acompañamiento en clave positiva se centra en el presente, hoy y ahora qué puedo hacer yo para estar mejor, para seguir caminando mi realidad.
El pasado ya ha pasado, no podemos dar marcha atrás, ahora estamos aquí, por lo que ha ocurrido.
El futuro es incierto, está por venir y no sabemos qué nos va a deparar.
Sólo tenemos el presente, para caminar en clave positiva, en modo constructivo de nuestra vida.
Es cierto que la vida está llena de contratiempos. Aceptar esta realidad y abrazarla no significa resignarse sino decidir qué actitud quiero tener ante lo que me está ocurriendo ahora.
Poco a poco lo va interiorizando y empieza a ver algo de luz en el túnel: sabe que las cosas que pasan, esconden un aprendizaje.
Entender esto humanamente es difícil, sólo nos queda confiar:
«Echa sobre Dios tu carga y Él te sustentará.»
Salmo 55, 23
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