Entre otras cosas, Tomás Becket era arrogante, inflexible, combativo, según enumera una nota publicada en el National Catholic Register.
El artículo, firmado por el autor de libros sobre santos como “Saints Preserved: A Encyclopedia of Relics” (Santos preservados: Una enciclopedia de reliquias) y “101 Places to Pray Before You Die: A Roamin' Catholic's Guide” (101 lugares donde orar antes de morir: Guía de un católico itinerante), Thomas J. Craughwell, indica que el santo puede parecer “el menos atractivo” por sus defectos, ya que “era arrogante, inflexible, combativo y estaba convencido de que siempre tenía la razón”.
“Sin embargo, a lo largo de la Edad Media Santo Tomás fue el santo inglés más popular en Inglaterra y tenía seguidores devotos en toda Europa. Uno puede encontrar evidencia de la veneración a Becket desde Sicilia hasta Islandia. ¿Cómo pasó esto? ¿Y cómo era él realmente? Creo que puedo responder a ambas preguntas”, señala.
Craughwell recuerda que San Becket nació en Londres en 1118, en una familia acomodada con posibilidades para enviarlo a estudiar a una escuela a cargo del monasterio local y luego a la Universidad de París, “en ese momento la mejor universidad de Europa”.
“Tomás estudió derecho civil y canónico y descubrió que tenía habilidades administrativas naturales. Cuando regresó a Inglaterra, llamó la atención de Teobaldo, Arzobispo de Canterbury, quien invitó al joven a unirse a su casa”, agrega.
Como observa el artículo, el Arzobispo Teobaldo era “responsable no solo de su propia diócesis, sino que también, como obispo preeminente en Inglaterra, supervisaba los asuntos de la Iglesia en todo el país”.
“Estaba envejeciendo y esta labor era más de lo que podía manejar, así que Becket consiguió el trabajo. Y lo hizo muy bien. Tan bien que Tomás llamó la atención del rey Enrique II”, destaca.
Como miembro de la casa real, el santo podría tener oportunidades para avanzar en su carrera y aumentar sus ingresos, un hecho que irritaba “a los caballeros y nobles que estaban resentidos con los hombres de las clases media y trabajadora que, por sus méritos, habían ascendido en el gobierno del reino”.
Craughwell remarca que cuando San Becket dejó al arzobispo para ir con el rey, su personalidad ya estaba marcada, él era orgulloso, ambicioso, intransigente y egoísta.
“Podía ser encantador si con eso lograba conseguir algo que deseaba, pero no era un hombre cariñoso. Teobaldo veía a Tomás como un hijo y Enrique II lo consideraba uno de sus amigos más cercanos. Es poco probable que Becket correspondiera a esos sentimientos”, agrega.
Santo Tomás Becket quería ser rico, y gracias al trabajo con el rey recibió grandes regalos y encontró “oportunidades comerciales que le permitieron” aumentar su fortuna.
“En un momento tuvo una flota privada de tres barcos. Incluso Becket se dio cuenta de que era demasiado ostentoso, por lo que le dio uno de los barcos a Enrique, quien quedó encantado con el regalo”.
Craughwell narra que cuando Mons. Teobaldo falleció, Enrique II tuvo la idea de nombrar a Tomás como Arzobispo de Canterbury, dado que, “al tener a uno de sus mejores amigos como jefe de la Iglesia en Inglaterra, Enrique sería el señor del Estado y de cada diócesis, monasterio y parroquia del país”.
“Becket, como sirviente de Enrique en lugar de ser el de Dios y el Papa, sería un activo invaluable para su rey: podría declarar nulos los tratados molestos, anular matrimonios inconvenientes y prestar a Enrique dinero de la tesorería de la Iglesia. Así que Tomás fue ordenado sacerdote un día y consagrado arzobispo al día siguiente. Situación con la que se sentía sumamente satisfecho el rey”, apunta el autor.
Craughwell hace notar que en ese momento un cambio se apoderó de Santo Tomas: “El nuevo arzobispo se estaba convirtiendo en un hombre diferente. Tuvo cuidado con sus obligaciones religiosas. Fue generoso con los pobres. Y se convenció de que la Iglesia debe permanecer independiente del Estado”.
“Al principio, estos cambios en su amigo confundieron a Enrique; luego lo hicieron enojar. Pronto, el rey y el arzobispo se enfrentaron con frecuencia. En su último enfrentamiento, Enrique llamó a Tomás traidor”, remarca el artículo.
El investigador señala asimismo que el arzobispo supo pronto que estaba en peligro, por lo que escapó a Francia buscando la protección del rey Luis, quien intentó mediar entre San Becket y Enrique II, pero sin éxito.
“Tomás rechazó cualquier compromiso en lo que respecta a la libertad y los derechos de la Iglesia. Su terquedad incluso frustró al Papa, quien instó al arzobispo a hacer alguna concesión al rey. Becket se negó. Como resultado de la terquedad, su exilio se prolongó durante siete años”, añade.
El autor estadounidense cuenta que finalmente el rey Enrique cedió y permitió que Santo Tomás volviera a casa, pero apenas retornó, el arzobispo excomulgó a varios obispos que durante su exilio se habían dejado llevar por los deseos del monarca.
Frente a este acto, cuatro caballeros que escucharon las quejas de Enrique II por los actos de Santo Tomás se dirigieron a Canterbury, para finiquitar el asunto por propia mano.
“Llegaron a última hora de la tarde del 29 de diciembre de 1170. Encontraron al arzobispo en su gran salón y le exigieron que levantara las excomuniones. Tomás se negó, luego salió para prepararse para las vísperas”, remarca el autor.
Un grupo de presbíteros intentaron proteger al santo y lo forzaron a refugiarse dentro de la iglesia, pero Tomás les prohibió cerrar la puerta aludiendo a que "una iglesia no debe convertirse en un castillo".
Los caballeros acusaban al arzobispo de traidor. “Aquí estoy”, respondió Tomás, “no traidor, sino un sacerdote de Dios. Me extraña que con tal atuendo entren en la iglesia de Dios. ¿Qué quieren conmigo?”.
Los cuatro caballeros arremetieron juntos y asesinaron al arzobispo en los peldaños del atrio del santuario. Sus últimas palabras fueron: "Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia".
Craughwell indica que el asesinato fue tomado como un martirio: “Un santo arzobispo asesinado al pie del altar”, por lo que pronto se empezó a informar de “curaciones milagrosas a través de las oraciones a Tomás Becket”.
“Aumentó el fervor religioso por el mártir de Canterbury. Después de dos años, los informes de milagros a través de la intercesión de Tomás fueron tan numerosos que el Papa lo declaró santo”, agrega.
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