Hemos abandonado el juego como antes se conocía, jugar a lo de siempre, con los amigos, dando alas a la imaginación. El mundo de las pantallas ha ocupado su espacio y ha provocado importantes carencias que impiden a los niños desarrollar su personalidad y enfocar su futuro
Lo que aporta un juego. Cada vez vemos a menos niños jugar en la calle con la comba, el diábolo o la pelota. Han cambiado las costumbres, el tiempo de juego y los juegos en sí.
«El juego es un pilar fundamental en el desarrollo de un niño. Lo infravaloramos. Es algo espontáneo que contribuye al crecimiento de los pequeños». Son palabras de Izarbe Lafuerza, experta en inteligencia emocional.
«Se aprende en todos los niveles, el emocional, el cognitivo y el motor. El cerebro de un niño está diseñado para aprender a través del juego». Volver a los juegos tradicionales es necesario. Las pantallas no pueden sustituirlos. Según los expertos, inventar un juego o compartirlo con los amigos les ayuda a «explorar y dar respuesta a su curiosidad. Estimula su imaginación que es la base de la innovación».
«Jugar al escondite, a buscar un tesoro o a crear una ciudad ayuda también a los niños a tomar decisiones. Si tiene que esconderse, pensarán cómo y dónde hacerlo en el menor tiempo posible. Si juegan en equipo, hay que establecer unas normas y aprender a convivir con los demás», explica Lafuerza.
Combinar lo digital con lo real
Enseñar a los niños a navegar por internet con responsabilidad y a tener habilidades en tecnología es necesario, viven en un mundo dominado por ellas. Sin embargo, lo ideal es combinarlo, dedicar tiempo a la tecnología pero también a los juegos tradicionales.
Shutterstock/Diego Cervo
«No podemos olvidar las emociones o la creatividad«, dice nuestra experta. «¿De qué sirve aprender a leer a través de una pantalla si no sé leer a la persona que tengo enfrente?». «¿De qué sirve saber dividir si luego no aprendo con otros niños a compartir?».
Trabajar sólo con la tecnología nos instruye, pero nos limita. Nos priva de las relaciones sociales que nos ayudan a conectar con los demás. Poder jugar a las cocinitas, por ejemplo, nos enseña a buscar proporciones, ordenar ingredientes, compartir y servir a los demás.
Necesitamos comunicarnos
Hemos pasado 3 años con las relaciones personales mermadas por la pandemia y ahora debemos recuperarlas. Hablar y sentir a la otra persona es vital. «No podemos eliminar el contacto visual, las sensaciones, el tacto, una mirada…. Esto desaparece en las pantallas”.
Como explica Izarbe Lafuerza, más que nunca debemos entendernos, comprendernos y escucharnos. Habilidades que se potencian con el contacto, con el juego entre iguales.
Hay que saber jugar solo
Es bueno jugar con los amigos, los hermanos, los padres… Pero también hacerlo solo. «Un niño que sabe jugar solo muestra que el día de mañana, cuando esté solo, no dependerá de terceros. Sabe tomar sus propias decisiones y gestionar su tiempo». «Saber jugar solo les evitará en el futuro establecer relaciones tóxicas o adicciones para rellenar sus vacíos emocionales”.
El juego de los niños, sus habilidades y destrezas nos dan pistas sobre lo que pueden ser de mayores. Eligen lo que les gusta, a qué jugar y a qué dedicar su tiempo. «El juego de los niños les ayuda a decidir su futuro».
No caer en lo fácil, autoexigirse
Lo fácil es darles la pantalla. Extender la mano con el móvil y ponerle los dibujos para que el niño no moleste. Esto puede hacerse con control, pero «los padres tenemos que buscar más recursos. Exigirnos más. Nuestros padres lo hacían, no existían las pantallas», apunta esta experta en inteligencia emocional.
Podemos emplear el tiempo de un viaje o un paseo tranquilo para hablar con ellos, contar las cosas del día a día o jugar a los juegos tradicionales. El veo veo, palabras encadenadas, buscar coches de colores o sumar los números de las matrículas». Cambiar la pantalla por una relación personal y un juego que desarrolle sus capacidades. Es lo que hacían nuestros padres y lo que estamos perdiendo ahora con nuestros hijos.
Publicar un comentario