Aleteia habla sobre el celibato sacerdotal, las incomprensiones que sufren los sacerdotes y los retos a los que se enfrentan los nuevos curas, con quien durante 13 años ha sido el máximo responsable de la Iglesia en el nombramiento de obispos: el cardenal canadiense Marc Ouellet.
«Las sospechas sobre su vida que tienen que soportar los sacerdotes llegan a veces hasta el insulto público». No lo dice cualquiera, sino quien desde 2010 y hasta su renuncia por edad el pasado mes de enero fue el máximo responsable de la Iglesia en el nombramiento de obispos –y uno de los hombres de confianza del Papa Francisco–: el cardenal canadiense Marc Ouellet.
Sus numerosas experiencias como misionero en América Latina (donde era fácil encontrarle dando catequesis en mitad de la selva o durmiendo junto al Santísimo en una capillas hecha de ramas de palma) no solo le sirvieron para presidir la Pontificia Comisión para América Latina, sino también para hablar castellano con enorme soltura. La misma, por cierto, que emplea en francés, inglés, italiano, portugués o alemán.
Ahora acaba de visitar la Universidad Eclesiástica de San Dámaso, en Madrid, para difundir, en colaboración con el parisino Centro de Investigación en Antropología y Vocaciones, la que desde hace algunos años está siendo su gran misión personal: reforzar la identidad del sacerdocio en un momento tan complejo como el presente. Y Aleteia ha hablado con él.
Soledad, exceso de trabajo, desánimo, incomprensión… Ser sacerdote nunca ha sido fácil, pero parece que nuestra sociedad lo pone particularmente difícil. ¿Cuáles son las grandes cruces que tienen que cargar actualmente los sacerdotes?
Creo que hoy las tres grandes cruces de los sacerdotes son tres: la indiferencia religiosa, el fracaso pastoral y las sospechas sobre su vida,que a veces llegan hasta el insulto público.
Pablo H. Breijo
Explíquelas con más detalle…
La indiferencia religiosa, porque muchos bautizados viven como si Dios no existiera, y eso hace más difícil encontrar sentido a sus vidas. El fracaso pastoral,porquelas propuestas pastorales suelen recibir respuestas limitadas y decepcionantes después de muchos esfuerzos. Y las sospechas sobre su vida, incluso hasta el insulto público, porque eso conduce a los sacerdotes a la soledad y a tener una relación más tensa con las autoridades, puesto que pueden sentir el dolor de las medidas tomadas por los obispos y las generalizaciones de los medios de comunicación.
¿Y cree que los sacerdotes se sienten hoy acompañados por los laicos en esas necesidades y heridas concretas?
Aquí hay una pregunta que me parece interesante, y que no está muy presente en la cultura católica actual: ¿tienen los laicos algo que ver con el sacerdocio? Puede parecer que no, porque no se trata de ellos. Pero, en realidad, la razón de ser del sacerdocio de los presbíteros es el servicio al sacerdocio de los bautizados. Y ese sacerdocio de los bautizados implica que participan en la difusión del Espíritu del Evangelio a través del testimonio de su fe, de su esperanza y de su caridad. Según la enseñanza del Concilio Vaticano II, los laicos forman parte de la Iglesia como mediadora de la salvación en Jesucristo y participan en la consagración del mundo. Por eso, esa es una pregunta que deberían hacerse los laicos.
Ha hablado de los ataques que en ocasiones sufren los sacerdotes. Una de las causas de esos ataques que padecen hoy muchos sacerdotes inocentes es que se les asocie con hermanos que sí han cometido delitos de abusos. Usted mismo ha sufrido una peculiar acusación pública en este sentido, y no solo ha defendido su inocencia, sino que ha anunciado que demandaría a su acusadora para lavar su honor. Sin entrar en los detalles judiciales, ¿cómo está viviendo, desde la fe, este proceso?
En este momento no me es posible responder a su pregunta.
Pablo H. Breijo
Cambiemos de tercio, entonces. En los últimos años está llevando a cabo una intensa actividad para hablar del sacerdocio del siglo XXI. ¿Qué debe caracterizar a los sacerdotes de nuestros días?
Es algo que ya definió el Papa en febrero de 2022: el sacerdote debe estar, en primer lugar, cerca de Dios, a través de su oración; cerca de su obispo, en una relación filial; y cerca de sus co-hermanos, en una relación fraterna. Finalmente, debe estar cerca de su pueblo a través de su caridad pastoral.
Y además de estas notas generales, ¿qué añadiría desde su propia experiencia sacerdotal?
Una experiencia personal de Cristo como Salvador me parece necesaria en la vida del sacerdote de hoy. No bastan los conocimientos teóricos: es preciso que tengamos la experiencia de ser salvados por Dios. Por eso, un sacerdote cultiva en la oración su fascinación por la persona de Jesús y se empeña en darlo a conocer, a través de la actividad pastoral y del diálogo con nuestros contemporáneos de todas las procedencias.
En «Sacerdotes, amigos del Esposo» (Ediciones Encuentro, 2019) habla de «una visión renovada del celibato». ¿El celibato sacerdotal sigue siendo válido y útil para el presente y el futuro de la Iglesia, o sería mejor acabar con él, tal y como piden, por ejemplo, algunas voces del Sínodo alemán?
El celibato ha sido muy fecundo en la historia y siempre lo será. La fuerza evangelizadora de la Iglesia católica debe mucho al celibato de sacerdotes y religiosos. De hecho, el sentido del celibato como vocación es un testimonio del amor absoluto de Dios. Y también es un testimonio de disponibilidad total para ejercer el ministerio como un servicio desinteresado que se convierte en una verdadera paternidad espiritual. Cristo llamó a sus apóstoles a dejarlo todo para seguirle. Aceptar esta llamada es una confesión de fe en la divinidad de Cristo, porque sólo Dios puede exigir tanto amor y devolverlo. Creo que un cambio en la disciplina eclesiástica sobre el celibato sacerdotal tendría consecuencias imprevisibles.
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