Los arcángeles vienen primero entre las criaturas espirituales que proclaman lo increíble de Dios. A menudo son enviados a misiones imposibles. Estos agentes tan especiales permanecen siempre ante Dios y Le sirven día y noche. Cuando salen del anonimato, portan nombre de persona y, con este nombre, una función.
El combativo, el diplomático y el compasivo
Primero está el líder, Miguel, cuyo nombre significa “¿quién es como Dios?”, luchador del Dragón. Es el más grande de los espíritus angélicos. Es el luchador por excelencia contra las fuerzas del Mal. Cuando Dios necesita un ángel fuerte y rápido, envía a Miguel.
Luego viene Gabriel, el diplomático, cuyo nombre significa “hombre de Dios”. El libro de Daniel presenta a Gabriel como un ángel intérprete. Se le conoce sobre todo en el Nuevo Testamento por sus apariciones a Zacarías y a María. Cuando Dios quiere hacer un gran anuncio, envía a Gabriel.
Por último, está el compasivo Rafael, que quiere decir “Dios sana”. Este ángel bonachón acompaña al joven Tobías para que tenga un buen viaje. Avisa a peregrinos y viajeros y libera también de los malos espíritus. Se presenta a sí mismo como uno de los siete ángeles que están ante Dios, ofreciéndole nuestras súplicas gratuitamente. Cuando Dios quiere hacer avanzar a alguien en el camino de la vida, envía a Rafael.
Cuando los arcángeles nos envían señales discretas
Estos arcángeles de la luz nos dicen cuán hermoso es Dios. Con los demás ángeles anónimos, nos mandan señales discretamente, sin forzar ninguna puerta: es una intuición para hacer el bien, una caída evitada por poco, una ayuda para ser nosotros mismos, una voz de discernimiento, un gesto en el buen momento, una alegría de vivir el momento presente…
Al celebrar a los arcángeles, la Iglesia nos dice que no estamos solos en la tierra. Ellos luchan con nosotros contra las fuerzas de las Tinieblas. Nos invitan sobre todo a alabar a Dios y a hacer con ellos pausas de adoración. Es entonces cuando quizás les escuchemos pasar, con o sin alas, en el silencio amoroso de la oración.
Jacques Gauthier
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