No vivir el momento presente es faltar a tu cita con Dios

A menudo, el miedo por el día de mañana nos  impide disfrutar las alegrías del día presente, sobre todo si alguna amenaza concreta se perfila en el horizonte.

Inquietud justificada o angustia irracional, este temor por el día de mañana acapara nuestra atención, desviándola de lo que es para orientarla hacia lo que no es todavía.

En vez de disfrutar de aquello que nos da el hoy, vamos al encuentro de las dificultades futuras. Por supuesto, algunos caracteres son más propensos que otros a este tipo de proyección en el futuro, pero es una tentación que nos acecha a todos.

El futuro pertenece a la Providencia

Dios se nos da hoy. El presente es el momento del encuentro con Dios. Si pedimos a la Santa Virgen que rece “por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, es porque esos dos momentos son en los que Dios viene a nuestro encuentro a colmarnos con su dicha. ¡No vivir el “ahora” es faltar a la cita que tenemos con Dios! El Maligno, por supuesto, intenta hacernos estropear esa cita… así que busca desviarnos del hoy de Dios, haciéndonos creer que es más importante preocuparse por lo que sucederá mañana.

Sin embargo, es necesario prever, organizar: un padre y una madre de familia no pueden permitirse vivir al día sin preparar el terreno para el futuro. Es cierto que los padres no esperan a que llegue la vuelta al colegio para inscribir a sus hijos en el centro. Igual que valoran disponer de listas de materiales para prepararlo todo con antelación y sin precipitarse.

En otro ámbito, cualquier comerciante o empresario sabe que no se puede gestionar un negocio sin tener en cuenta el futuro. Construir planes, ahorrar o contratar seguros es algo legítimo, incluso imperativo. El futuro tiene que ocuparnos, pero no que preocuparnos: esto es lo que nos pide el Señor. No deja de repetirnos: “No tengan miedo, no teman por su futuro”. Porque el futuro pertenece a la Providencia.

Instrucciones para recibir con plenitud el hoy de Dios

De modo que no debemos hacer como si fuéramos maestros del futuro, como si supiéramos  mejor que Dios mismo aquello que necesitamos. Dios es un Padre con los brazos cargados de regalos.

Pero en vez de mirar esos regalos, de aprovecharlos, sus hijos juzgan más urgente imaginar qué pasaría si esos regalos llegaran a faltar… y finalmente, terminan perdiéndose todas las alegrías que portan esos presentes (¡en el doble sentido de la palabra!).

Nos convertimos en niños despistados e inquietos cada vez que nos dejamos invadir por el miedo al futuro: pasamos al lado de las dichas del hoy y preferimos los sufrimientos del mañana.

¿Cómo recibir con plenitud el hoy de Dios? En efecto, todos sabemos bien que hemos de decidir vivir en la confianza y el abandono, no somos maestros de la angustia que nos retuerce el corazón.

Es imposible hacer como si el esposo gravemente enfermo no fuera a morir… como si el plan de despidos fuera sólo un mal sueño… como si unos millones caídos del cielo fueran a impedir la venta de la casa o el cierre de la empresa… como si un hijo prisionero de la droga fuera a recuperar su libertad de un día para otro…

¡Pero tantas preocupaciones serias pueden pesarnos sobre las espaldas!

Dios lo sabe y no nos pide hacer como si todo ese sufrimiento no existiera. Él nos pide simplemente no dejarnos cegar por ese sufrimiento.

Nos llama a creer, es decir, a ver, en el corazón mismo de las tinieblas, la luz de Su Presencia. Él nos pide no dejar al margen las pequeñas alegrías bajo el pretexto de que hay grandes inquietudes, porque esas alegrías, aunque pequeñas, son ya el signo de la victoria, el signo de la Resurrección.

Por Christine Ponsard

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