Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Los sentimientos de Cristo le llevaron a la cruz. Su capacidad de amar lo llevó hasta el extremo de estar dispuesto a dar la vida.
Admirable pero difícil
Ese sentimiento hondo, ese amor profundo por el hombre, por los suyos, por los que Dios le había confiado. Ese amor es el que yo quiero sentir dentro de mí.
De ese amor emana una fuerza que todo lo transforma. Humildad que me lleva a ver al otro como mejor que yo. Ese amor que hace que piense en el interés de los demás antes que en el propio. Es tan difícil…
Tiendo a buscarme a mí mismo. Me aferro a lo que me conviene. Retengo lo que me hace falta. Guardo lo que necesito. Pensar en el interés de los demás es un salto de fe muy arriesgado.
Yo no tiendo a pensar en ese interés que no es el mío. Me busco cuando actúo y quiero que los demás giren en torno a mí. No quiero ser esclavo de otros, ni pasar por uno más entre los hombres, un hombre cualquiera, como Jesús.
Sin presumir, sin pretender, sin exigir. Me parece tan difícil…
Pero es lo que sueño. Sentir como siente Jesús. Con mansedumbre, con misericordia. Toda mi vida he querido vivir con sus sentimientos.
Concreto
Curiosamente a medida que me hago más mayor siento que menos me parezco. El otro día leía:
Existen personas de profunda religiosidad y con un corazón sumamente bondadoso que abrazan a la humanidad entera y que, sin embargo, no logran brindar a las personas concretas que las rodean un trato benévolo y bondadoso. Hacen muchísimos sacrificios pero producen rechazo en todo aquel que tenga trato frecuente con ellas[1].
Amar a Dios y a los hombres tiene consecuencias inmediatas. No tiene sentido decir que amo mucho si no amo en lo concreto, en los servicios más humildes, en la actitud del que se arrodilla ante el necesitado y socorre al que sufre.
El amor tiene siempre consecuencias. Igual que el odio o la indiferencia. Nuestros actos de amor o de odio siempre tienen consecuencias.
El que es capaz de expresar su amor en gestos de caridad ha dado un paso al frente. El que no ama en lo más humano no será tan de Dios, porque Él eligió la carne humana para manifestar en ella su amor.
Posible
Y se hizo humilde, pobre, necesitado, para abrir el corazón de los hombres. Pero los suyos no lo reconocieron y ese amor se perdió en medio de la más dura indiferencia.
Ante la belleza que observo con mis sentidos el corazón se conmueve. Siempre ha sido así. No me puedo resistir ante lo bello. Pero tener los sentimientos de Cristo va más allá. Jesús se conmueve ante mi fealdad, ante mi pobreza. Decía el padre José Kentenich:
En la belleza de nuestra alma, Dios ama su propia belleza. Su corazón se ve arrebatado por nosotros, sí, por nosotros, que nos sentimos tan débiles, desvalidos, pecaminosos y manchado[2].
Ve bello lo que nosotros consideramos débil, feo, pobre, despreciable. Ama hasta nuestro pecado y debilidad. Esa mirada me sana por dentro.
Yo quisiera a mirar así bajo el barro que parece estropearlo todo. Hoy le pido a Dios que cambie mis sentimientos. Que me acerque al que sufre y me haga humilde.
Ese amor de Jesús a los hombres me emociona. Pasó haciendo el bien y socorriendo al desvalido, al vulnerable. No pudo dejar de conmoverse.
Su humildad, su bondad, su misericordia. Ser de Cristo es tener esos sentimientos. Esa mirada enaltecedora que sabe ver el bien en las personas y se alegra con ello.
Sabe ver la belleza escondida bajo apariencias menos brillantes. No juzga por lo aparente. No se queda en la superficie de las cosas. Va más allá y mira muy hondo en el corazón humano.
Me gusta esa mirada de Jesús. Quisiera ser así. Pero no lo logro. Vivo comparándome. Vivo buscando los mejores lugares y espero a que los demás me sirvan y solucionen mis problemas.
Mi amor no es desinteresado y libre. Más bien se esclaviza y vive de prejuicios. No sé mirar a los demás como los mira Cristo. No sé amarlos así.
Necesito que Jesús me asemeje a Él. Que pueda mirar con sus ojos y amar con sus manos. Sostener con su vida en mi alma la vida de tantos.
No se trata de conducir, dirigir, gobernar. Se trata de servir la vida que se me confía, sin dañarla, sin herirla. Esa forma de vivir es la que mi corazón pobre y roto desea.
[1] Marian Rojas Estapé, Cómo hacer que te pasen cosas buenas
[2] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor
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