El día de la conmemoración de la muerte trágica de los niños de menos de dos años de Belén nos coloca ante una cuestión importante: ¿qué hacemos por los santos Inocentes de hoy día y cómo hablar a nuestros hijos?
Los santos Inocentes de hoy día, son los pequeños que mueren víctimas del egoísmo y del orgullo de sus mayores: niños privados de amor, privados de alimento, niños maltratados o masacrados en todas las guerras del planeta, niños víctimas del aborto…
Ante las imágenes trágicas que podemos ver por televisión, podemos enseñar a nuestros hijos cuan importante es rezar y ser artesanos de justicia y de paz allá donde estemos. Vigilemos no derrochar ni alimento ni nuestro tiempo ni nuestro talento.
Extendamos la paz a nuestro alrededor: si la guerra es contagiosa, la paz lo es aún más. Todos podemos hacer retroceder la guerra y la miseria, sea cual sea nuestra edad o nuestra posición social. Tarde o temprano (a menudo muy temprano) nuestros hijos se enfrentarán a esta realidad y eso nos impone unos deberes.
Primer deber: educación afectivo-sexual
Se trata enfocarnos en transmitir amor. Los padres, aunque no sean biólogos ni médicos, han de hablar con sus hijos. Los cursos de “educación sexual” nunca reemplazarán una conversación cara a cara con papá y mamá. Lo esencial para un niño es comprender que él o ella es una persona única desde el primer instante de su concepción. Explicar a nuestros hijos los comienzos de la vida no es darles un curso de ciencias naturales, sino contemplar con fascinación la que fue su propia historia. “¡Yo te bendigo, Señor, por la maravilla que soy!”.
Segundo deber: responder a sus preguntas
Si los padres no responden a todas las preguntas de sus hijos, estos buscarán las respuestas en otro sitio. Por supuesto, no siempre es fácil encontrar una respuesta adecuada porque no lo sabemos todo y porque algunas realidades son demasiado duras o solamente pueden ser explicadas con mucho tacto.
Además, los pequeños tienen el arte de plantear las preguntas más delicadas en el peor momento: mientras esperas en la cola del supermercado, David deletrea concienzudamente la palabra “preservativo” y, con una voz atronadora, te pregunta si es un chicle; Miguel escoge la noche que te vas a cenar con unos amigos para contarte las interesantísimas conversaciones que intercambian en el patio de recreo… Pero si esperas a mañana para escuchar a Miguel o para responder a David, te arriesgas a llegar demasiado tarde.
Tercer deber: defender la vida, a los no nacidos y a sus madres
Es terriblemente tentador cruzar los brazos: “Es un caso perdido. Es un problema que nos supera”. Es falso. Somos débiles, de acuerdo, pero como dice san Pablo “es entonces cuando somos fuertes”.
Nuestra fuerza es Jesús resucitado. Cruzar los brazos sería como si la muerte hubiera derrotado a Jesús.
Todos podemos rezar y eso no es poco.
Podemos ayunar porque hay “demonios [que] no se los puede expulsar sino por medio de la oración y del ayuno”.
Todos podemos plantearnos la pregunta: ¿qué puedo hacer concretamente hoy? No intentemos cosas complicadas. Recordemos las palabras de la Madre Teresa: “Yo no cuido a multitudes, sino solo a una persona. Si mirase a las multitudes, no empezaría nunca”.
“Dentro del ‘pueblo de la vida y para la vida’, es decisiva la responsabilidad de la familia: es una responsabilidad que brota de su propia naturaleza —la de ser comunidad de vida y de amor, fundada sobre el matrimonio— y de su misión de ‘custodiar, revelar y comunicar el amor’” (san Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitæ, 25 de marzo de 1995).
Christine Ponsard
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