¿Por qué todos los años deberían terminar con esperanza?

No importa qué tipo de malas noticias sucedieran en estos 12 meses, la bondad siempre triunfará.

Al final de un mal año, es tentador ser pesimista sobre la vida e incluso caer en la desesperación. Este es el caso, sobre todo, cuando nos rodeamos de titulares de noticias negativas a diario, cuando vemos toda la muerte, la destrucción y los engaños que suceden en el mundo.

Con todo, es importante recordar que las “malas noticias” no tienen la última palabra.

El papa Benedicto XVI reflexionó sobre esta realidad durante su homilía Te Deum en 2012.

A veces es difícil percibir esta profunda realidad porque el mal hace más ruido que el bien; un homicidio feroz, extendidas violencias, graves injusticias son noticia; al contrario, los gestos de amor y de servicio, la fatiga cotidiana soportada con fidelidad y paciencia, se quedan a menudo en la sombra, no emergen. Es motivo también para que no nos quedemos sólo en las noticias si queremos entender el mundo y la vida.

No debemos permitir que los titulares de las noticias dicten nuestra vida y enturbien nuestro espíritu. En vez de eso, tenemos que acercarnos a Dios en busca del último significado de la existencia humana.

[D]ebemos ser capaces de detenernos en el silencio, en la meditación, en la reflexión serena y prolongada; debemos saber pararnos a pensar. De este modo nuestro ánimo puede hallar curación de las inevitables heridas del día a día, puede profundizar en los hechos que ocurren en nuestra vida y en el mundo y llegar a esa sabiduría que permite valorar las cosas con ojos nuevos. (…)

El cristiano, hombre de esperanza

El cristiano es un hombre de esperanza —también y sobre todo frente a la oscuridad que a menudo existe en el mundo y que no depende del proyecto de Dios, sino de las elecciones erróneas del hombre— pues sabe que la fuerza de la fe puede mover montañas (cf. Mt 17, 20): el Señor puede iluminar hasta la tiniebla más densa.

Ahora que damos por concluido este año natural, esforcémonos por no dejar que las noticias dicten nuestra vida y, en su lugar, depositemos con firmeza nuestra esperanza en Jesucristo, el único capaz de superar cualquier obstáculo.

Queridos amigos: en la última tarde del año que llega a término y ante el umbral del nuevo, ¡alabemos al Señor! Manifestemos al “que es, el que era y ha de venir” (Ap 1, 8) el arrepentimiento y la petición de perdón por las faltas cometidas, así como el sincero agradecimiento por los innumerables beneficios concedidos por la divina Bondad.

En particular, damos gracias por la gracia y la verdad que han venido a nosotros por medio de Jesucristo. En Él se halla la plenitud de todo tiempo humano. En Él se custodia el futuro de cada hombre. En Él se realiza el cumplimiento de las esperanzas de la Iglesia y del mundo.

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