¿Al progreso científico le vendrá aparejado un progreso moral? La distribución de las vacunas lo demostrará
El 31 de diciembre de 2019 China reportó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que 27 personas padecían un tipo de neumonía de causa desconocida. La mayoría eran trabajadores del Mercado de Mariscos de Wuhan. Siete estaban en condición crítica.
Como resultado de este reporte (que ahora se sabe fue retrasado intencionalmente), Hong Kong, Macao y Taiwán intensificaron labores de vigilancia en las fronteras. Días después se la llamaría COVID-19 (del acrónimo inglés Coronavirus disease 2019), o simplemente, coronavirus.
La curiosidad nos hizo, solamente, asomarnos a Wuhan, capital de la provincia de Hubei y la ciudad más poblada en la zona central de la República Popular China, con cerca de once millones de habitantes.
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También al Mercado Mayorista de Mariscos del Sur de China, donde se comercian todo tipo de especie animales.
Pandemia
Desde ahí, de un murciélago o de un pangolín, o de alguna otra especie, comenzó a correr el contagio. Pronto llegó al norte de Italia, a España, a Europa, el resto de Asia, América al completo, Oriente Medio, África…
El año 2020 cierra con 83 millones de infectados, 1.8 millones de personas fallecidas y la COVID-19 presente en 191 países y regiones.
En el mes de marzo de 2020, la OMS nombró oficialmente la pandemia de la COVID-19, después de que 114 países declararon casos.
A principios de diciembre, empezaban las primeras vacunaciones en el Reino Unido y Estados Unidos y a mediados de diciembre en varios países del mundo.
Un milagro en el mundo de la ciencia, que ahora está pendiente de que el acceso a la vacuna sea universal y no dependa solamente de la riqueza de los países para producirla, comprarla o acaparar la producción; así como de las farmacéuticas el hacer un negocio exorbitante con ellas.
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Cooperación mundial
Según la OMS se han estado desarrollando aproximadamente 169 vacunas, 26 de las cuales podrían estar a disposición del mundo en el primer semestre del 2021.
Este hecho –sin precedentes en la historia—haría pensar que el ser humano aprendió a trabajar en equipo para salvaguardar la salud de su prójimo. Está por verse si esto es verdad.
En diversas ocasiones, el papa Francisco ha sido enfático en pedir que la vacuna contra la COVID-19 sea para todos los pueblos, todas las razas, todos los pobres. Comenzando por ellos, por los desposeídos, quienes tienen el mismo derecho a ser protegidos y a gozar de los avances de la ciencia.
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En su mensaje de Navidad, antes de la bendición Urbi et orbi, el Pontífice subrayó que en esta época de oscuridad e incertidumbre a causa de la pandemia, “aparecen varias luces de esperanza, como los descubrimientos de vacunas” contra el coronavirus (y, colateralmente, sobre todo por los métodos de ARN en que se basan, para otros males).
La salud de la humanidad
“Pero para que estas luces iluminen y traigan esperanza a todo el mundo, deben estar disponibles para todos (…) No puedo ponerme por delante de los demás, poniendo las leyes del mercado y las patentes de invención por encima de las leyes del amor y la salud de la humanidad”, recalcó el papa Francisco.
Y remató su mensaje pidiendo a líderes de los estados, empresas y organismos internacionales “que promuevan la cooperación y no la competencia, y que busquen una solución para todos: vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados en todas las regiones del planeta”.
¿Habremos aprendido algo de fraternidad, de comunidad, de aprecio por el otro, especialmente el otro más necesitado, durante este annus horribilis que hoy acaba?
El Papa lo ha dicho muchas veces: vamos todos en la misma barca. La pregunta central es ésta: ¿al progreso científico le vendrá aparejado un progreso moral?
Sin duda la vacuna contra la COVID-19 nos lo revelará. Si los países ricos se adelantan y acaparan las vacunas en nombre de la protección de su gente y dejan a los pobres en la estacada, las leyes del mercado seguirán por encima de las leyes del amor. Y la fraternidad humana quedará, de nuevo, aparcada en el rincón del olvido.
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