Muchas veces en la vida las cosas que pasan no son comprensibles, no tienen una lógica. Me gusta la actitud de San José. No se rebela, no se bloquea, no deja de luchar.
Me gusta mirar a San José camino a Belén en compañía de María. La mula va con ellos. Me gustaría parecerme más a San José. Escuchar en sueños, en el silencio del alma. Y hacer caso al ángel. José no entiende pero acoge el misterio sin miedo. Deja a un lado la decisión primera, repudiar en secreto a María. El ángel se lo hace ver.
Decía de él el Papa Francisco:
«José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones. La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Solo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo. José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte».
José pensaría que su vida con María iba a ser diferente. Frustrado y decepcionado había decidido repudiar a María en secreto. Pero esa noche, acompañado por un ángel, José da un sí sencillo, valiente y decisivo. En el camino de la vida he comprobado que lo importante no es entender las cosas que pasan. Muchas veces no son comprensibles, no tienen una lógica, más bien parecen obedecer al absurdo del sinsentido.
Y aún así entiendo que la única forma de seguir adelante, de seguir caminando y luchando, es acoger la realidad en su globalidad, besarla con corazón de niño y emprender un camino sin vuelta atrás. Me gusta la actitud de San José. No se rebela, no se bloquea, no deja de luchar. Sabe que las cosas no son como él las pensaba y deja de llorar por lo ocurrido. No comprende mucho pero asiente. Dice un sí sin palabras, hecho más bien de gestos, de ternura, de abrazos y valentía.
La ternura y amor de San José
San José es el hombre de la ternura y de los actos de amor. Del abrazo que no se olvida. De la fidelidad callada. Acoge con ternura a María en su vida. Es su custodio y la toma en sus brazos. Acepta con ternura su propia debilidad para entender: «Debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura». Es el esposo fiel lleno de ternura y será el padre que acompañe a Jesús también con ternura. Una vida sin ternura, sin misericordia, es una vida dura, llena de rigidez y justicia.
Una vida en la que no se concibe la debilidad. José se sabe débil y contempla cómo su vida se complica. ¿No hubiera sido más fácil otro camino? Acoger a María, al Hijo de Dios, caminar hasta Belén, cuidar a un niño recién nacido y huir a Egipto por miedo a los enemigos de Dios. Parece todo imposible, pero él lo acepta sabiendo que no es capaz. En la vida temo sentirme capaz, con fuerza suficiente, con sabiduría guardada en mi alma. Me da miedo sentirme autosuficiente. Como si no necesitara pedir ayuda a nadie. Pedir ayuda me hace más humilde, más consciente de mi fragilidad.
Me gusta la ternura con la que poso mi mirada sobre mi propia debilidad. Esa ternura es la de Dios cuando me mira en la caída. Y es precisamente su mirada la que me salva. La misma mirada con la que debería yo mostrar compasión ante la fragilidad de mi hermano. Pero me cuesta. Llevo dentro de mí un pequeño juez escondido
Un hombre justo y fiel
Un hombre que cree saberlo todo y emite juicios de aprobación o condena de forma constante y sin pausa. No me acepto en mi falta de misericordia. Por eso me gusta tanto mirar a San José. Un hombre bueno y justo. Un hombre fiel y honrado.
Un hombre enamorado de María y tierno en su entrega. Compasivo y lleno de misericordia. Me gusta su humildad recia en medio del arduo camino de la vida. No se rebela contra un Dios que le pide cosas imposibles. Las acoge con una sonrisa y cuida con ternura de esa familia que Dios le ha confiado. Se queda siempre en un segundo plano, oculto bajo la sombra del mismo Padre Dios: «San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación». Desde la segunda línea, en las sombras, José es el gran protagonista sin rostro.
Quiero aceptar mi vida como es, sin pretender cambiar nada. Solo siendo fiel a ese deseo de Dios que se me insinúa cada mañana. Fiel a su Palabra, a sus caminos. Así quiero vivir siempre, sin desear otros lugares, sin exigir un mayor protagonismo. Besando con ternura los pasos que Dios ha pensado para mí. Miro ese rostro de San José, un hombre fiel que hoy se erige como un gran modelo a seguir. Mucho silencio tiene que haber en mi alma para poder escuchar la voz del ángel.
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