A diferencia de otras latitudes, el obsequio de Navidad no lo lanza Santa por la chimenea…
Se trata de una Navidad muy diferente a la que siempre hemos vivido. “Si Jesús hubiera nacido en este tiempo –nos dice JoséLuis Zambrano, periodista- no lo veo andando entre rascacielos rutilantes ni encarando a políticos enigmáticos. Cam inaría entre los pobres como uno más, con una camisa de lana gastada y unos zapatos mal zurcidos. Pero su esplendor nos haría seguirlo”.
De manera parecida opina Ligia Valladares quien junto a su esposo, un ex magistrado de la Corte Suprema en Venezuela, viven en el frío Canadá pues allá fueron a recalar sus hijos y nietos: “Nos fuimos quedando solos y llegamos a pasar tres navidades en Venezuela los viejos solos. La diáspora nos llevó a diferentes sitios y hoy estamos lejos unos de otros. Persiste la reunión de los que estamos cerca, mantenemos la tradición de las hallacas y el pan de jamón”.
El gran regalo
En muchos países es costumbre que sean los reyes magos los que traigan regalos lo cual se celebra entre el 6 y 7 de enero. Y tiene sentido pues fueron ellos los que llevaron presentes a Jesús. Pero en Venezuela la tradición del Niño Jesús es tan fuerte que las familias celebran con una cena el mismo día 24 y es en ese marco que se intercambian regalos. Otras lo hacen durante un almuerzo el 25, pero siempre alrededor del pesebre, bajo el arbolito y con el Niño por testigo. De hecho, cuando los padres salen a buscar regalitos para los hijos dicen: “Vamos a comprar el *Niño Jesús* para los muchachos”.
El “Niño Jesús” puede ser una bicicleta, un tren, una muñeca, una camisa o una caja de chocolates, pero la idea de fondo es que el regalo viene con el Niño Jesús. Y también tiene sentido pues es el propio Jesús el mayor regalo que nos llega cada Diciembre, recordando que Él trajo la mejor ofrenda, una sola pero que alcanza para todos: la Salvación. El regalo material que nos hacemos es un símbolo de la alegría que produce la Navidad por recordarnos al gran regalo, el Salvador.
Primero el Nacimiento
A veces, todo el lenguaje no puede encerrar lo que una palabra puede. En Venezuela, la Navidad no se adorna, se pone. Poner la Navidad es una tarea familiar que comienza en noviembre. Hay quien se retrasa: “No has puesto la Navidad?”…”Aún no, pero la pongo esta semana”. *Poner* es instalar la Navidad en el centro del hogar y del corazón. Como decía San Francisco de Asís, poner luz en la tiniebla.
Aquí, la tradición de adorar al pesebre se impone por encima de toda otra costumbre y se mantiene a pesar de vivir tiempos azorosos con tintes laicistas y hasta ateos e irreverentes. En cada hogar es primero el Nacimiento y luego lo demás. La comida, los regalos, todo llega después y todo gira alrededor del pesebre de Belén, que cada familia instala y decora lo mejor que puede. Los recursos no son ahora abundantes pero la fe, la unión familiar y la alegría de la Navidad resisten la adversidad y ayudan a pasar el rubicón.
La Carta se escribe al Niño Jesús
Santa, por supuesto, llegó hasta nosotros en algún momento y se quedó como una estampa de Navidad que a los niños divierte. Siempre se entusiasman al ver a ese viejo risueño y barrigón, vestido de rojo y blanco, conduciendo un trineo y su saco lleno de regalos. Pero es algo ajeno a nuestra identidad aunque poco a poco se ha ido quedando como una estampa que adorna tiendas y calles. Pero en el hogar, en medio de la familia es el pesebre y, sobre todo, el Niño Jesús el que reina. Hay casas donde sólo se coloca un Jesús recién nacido sobre un montoncito de paja. Eso tiene una poderosa significación y revela lo que en realidad constituye el misterio de la Navidad para los venezolanos.
Tanto es así, que la carta no la escriben los niños a Santa Claus sino al Niño Jesús. “Cierto es que la carta al Niño Jesús, el arbolito y las hallacas, con sus variaciones correspondientes, son infaltables para los venezolanos -recuerda Marielena Mestas, profesora de la Universidad Católica Andrés Bello- hasta hace algunas décadas era frecuente destinar una habitación o salón, preferiblemente con ventanas con vista a la calle para ubicar el pesebre de modo tal que los transeúntes pudieran detenerse a admirar las primorosas elaboraciones domésticas, muchas de tamaño considerable. También era recurrente recibir agrupaciones musicales que visitaban al Niño Jesús cantando melodías navideñas, como parrandas y aguinaldos, en honor al recién nacido”.
Lo esencial, invisible a los ojos
Si bien es cierto y oportuno el recordatorio del Papa Francisco sobre el riesgo de que el consumismo devore el sentido profundo de la Navidad, en Venezuela no corremos ese peligro: la crisis económica tan severa en que nos encontramos y el tiempo de pandemia han hecho volver los ojos a lo esencial, como se lee en El Principio de Saint Exupery, lo que es invisible a los ojos. Es la conversión que interior, profunda. El Santo Padre ha dicho: «La Navidad es un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo».
Testimonios para Aleteia
La gente, en este país otrora tan consumista y despreocupado, comienza a ver más allá de lo banal y centrar su atención en lo que verdaderamente la requiere. Por eso recogimos opiniones y testimonios para Aleteia:
Eddi Ramírez, un dirigente petrolero de la democracia, nos decía ayer: “Critiquemos con altura, sin descalificar, sin sentirnos dueños de la verdad. Aportemos ideas que sumen y no resten”.
“Cómo sería el mundo si simplemente celebráramos su nacimiento acatando ese mensaje de amor, y no con el enorme derroche de un modelo económico que ama más a la codicia que al prójimo”, tercia Francisco González Cruz, ex rector de la Universidad andina de Valle del Momboy.
Frank Bracho, ex embajador de Venezuela en la India, nos dibujó así su expectativa. “Debemos aprender a vivir en esa sabiduría convergente de Dios de Unidad en la Diversidad, aunque sin perder cada uno su propia identidad natural en el real arco iris común sin desconocer los matices distintos, pero viendo mas lo mas grande que nos une, que lo menos grande que nos separa”.
Una oportunidad
El cardenal Baltazar Porras, Arzobispo de Mérida y Administrador Apostólico de Caracas, nos ofreció su parecer: “La fe encuentra su mejor argumento en el testimonio más que en la doctrina. Este año 2020 que termina ha sido un test importante para calibrar la fortaleza de la vivencia cristiana y eclesial en medio de un mundo desorientado y desnudado por la realidad del coronavirus que ha puesto en evidencia lo descosido de lo que parecía intangible en el mundo moderno. Me refiero, preferentemente en esta ocasión, a los muchos testimonios surgidos de los de a pie, de los creyentes que han visto en la pandemia una oportunidad para poner en alto la razón de ser del seguimiento de Jesús que no es otro que el servicio a los de la periferia y a los descartados”.
En nuestro país, esa fragilidad del pesebre se ha hecho evidente en la vulnerabilidad de tantos venezolanos ante los oscuros tiempos que vivimos. Pero el brillo de esa luz divina se manifiesta en tantos compatriotas que se esmeran en acompañar y servir a los más desprotegidos, aún estando ellos mismos en dificultades.
Una navidad diferente
“El Pesebre de Belén –escribió Antonio Pérez Esclarin, filósofo y formador de docentes- es expresión de esa infinita ternura de Dios que se hace niño desvalido y pobre y nos invita a construir un mundo de paz y de amor. Dios aborrece la violencia, la injusticia, la miseria, y quiere que vivamos como hermanos y privilegiemos a los más carentes y necesitados. La ternura es siempre misericordiosa, expresión serena de un profundo respeto. Se muestra en el detalle sutil, en la mirada cómplice, en la sonrisa alegre, en la escucha atenta, en la palabra cariñosa, en el abrazo sincero. Sólo mediante la ternura podremos curar nuestras profundas heridas y empezar a reconciliarnos como conciudadanos y hermanos”.
Dice una abuela emigrada: “El Zoom nos reúne con los otros hijos y nietos para felicitarnos mutuamente. Definitivamente, es una navidad diferente”.
Si lo esencial es invisible a los ojos, el fuego de la Verdad de que hablaba el Papa Francisco se siente en cada hogar de venezolanos que sufren en la patria o padecen lejos de ella. Ello es reflejo del consuelo y la misericordia que nos trajo el bebé de Belén
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