Estos días santos podríamos revisar tendencias y actitudes que nos alejan del plan divino por el que Nuestro Señor padeció en la Cruz
Hace años que un fantasma recorre el continente. Una “presencia” que no conocíamos y que hoy se manifiesta y nos muestra su peor cara. Se trata de la xenofobia, término por el cual se define al odio hacia el extranjero. A veces también se aplica al rechazo hacia razas o gentilicios.
En fin, la fobia hacia los grupos étnicos diferentes o hacia las personas cuya fisonomía social, cultural y política se desconoce. No tendría necesariamente connotaciones raciales o culturales –pues se advierten claras diferencias entre racismo y xenofobia- pero podría implicarlas.
Los estudiosos del tema afirman que existe desde los comienzos de la humanidad. Desde tiempos inmemoriales el ser humano marca territorio, defiende lo suyo, considera que lo que ha conseguido atesorar debe defenderlo y preservarlo. De allí el origen de la propiedad privada pues es muy humano y comprensible afirmarse en base a lo que se ha logrado, conquistado o ganado. El problema para la vida en sociedad se plantea cuando ese sentimiento se exacerba poniendo en riesgo el derecho del otro, negando las oportunidades que merecen y perjudicando el Bien Común.
Una fobia desconocida
Los latinoamericanos conocíamos poco este tipo de fobia. Somos, por naturaleza, dados a recibir, acoger y compartir. Cierto es que hay países más abiertos que otros, tal vez por el carácter de sus habitantes y su idiosincrasia particular. El caribeño, por ejemplo, tal vez por la cercanía de ese mar azul, ancho y alegre, es de talante jovial, le encanta conocer gente nueva y sus países son libros abiertos que muestran sin reservas todo lo que podemos ofrecer. No obstante, a partir del 2012, cuando el éxodo venezolano comenzó a llenar los caminos de gente que huía en busca de horizontes que posibilitaran un vida digna para sus familias, eso cambió.
“Algo que pensamos que jamás sucedería en Latinoamérica, es la existencia real de la xenofobia, hacia los pueblos que emigran desde otros países. Tal realidad se ha manifestado abiertamente en países de la región, a partir de la situación política que se vive hoy día en Venezuela”, escribe el columnista venezolano Guillermo Zurga, residente en Panamá quién envió sus opiniones para Aleteia.
De nuevo, es natural que las poblaciones reaccionen ante una avalancha de extraños que llegan de repente. Como es normal que teman por las alteraciones que ello pueda producir a su estilo de vida. Los latinoamericanos somos muy parecidos al tener una historia común, un mismo idioma, tradiciones semejantes y fuertes nexos territoriales. Pero subyacen diferencias que se hacen evidentes y hasta molestas cuando sobrevienen estas situaciones que podrían salirse de control.
Como la xenofobia es, de suyo, discriminadora rápidamente impone sus diferencias. Si el que llega es competente, profesional especializado y hace falta es bien recibido. El drama es para el que no ha tenido oportunidades y llega con una mano delante y la otra atrás. Pero, ojo!, ambos grupos de personas emigran por la misma razón: buscan una mejor vida. Hay una diferencia con migraciones anteriores.
A lo largo del siglo XX la mayoría de los éxodos eran por razones políticas -generalmente gente preparada que llegaba a aportar a la economía y a la vida social- perseguidos por las dictaduras de distinto signo que han asolado la región. No eran grupos tan numerosos y la migración se producía por etapas. A Venezuela, isla democrática en medio de un océano de regímenes de fuerza o escenarios bélicos, llegaron oleadas de personas huyendo, de la Guerra Mundial, de la Guerra Civil Española, del comunismo cubano y de las dictaduras de derecha que poblaron el cono sur del continente por décadas. Siempre fueron acogidos y su vida entre nosotros fue tan grata que muchos no regresaron a sus países, sino que se asentaron, formaron sus familias y se integraron completamente.
El monstruo del Lago Ness
Lo que ocurre hoy con los venezolanos es una migración de carácter social, producto de un deterioro económico, mezclado con un régimen político que, dos décadas después, no ha contribuido para nada a que el ciudadano visualice un futuro posible dentro de su patria. Vivimos una combinación explosiva que avienta a la gente a emigrar como sea y a donde sea. Los países de destino, obviamente, son preferentemente los vecinos. Si bien, algunos han sido más acogedores que otros, la xenofobia emergió como lo haría el monstruo del Lago Ness (Escocia), una leyenda –aunque algunos juran y perjuran que le han visto y hasta fotografiado- que describe a un animal legendario con forma de serpiente gigantesca que viviría bajo sus aguas y emergería para espanto de los navegantes y moradores que habrían tenido la desgracia de ver su aterrador físico…
Sin percatarse las sociedades, como un impulso casi atávico, los episodios de xenofobia han aparecido en las comunidades de cada país. Una vez más, hay quienes la están pasando muy bien, no tienen de qué quejarse salvo el dolor íntimo de haber dejado su país de origen. Pero los más vulnerables, los humildes, los pobres, se encuentran desamparados y no se detienen las manifestaciones de rechazo que muchas veces han llegado a la violencia y hasta el asesinato.
“Lo más extraño de esta xenofobia regional –apunta Zurga- es el hecho de que se inició con discursos de los políticos en pre-campañas electorales, dándose casos insólitos e inexplicables de xenofobia, por parte de líderes políticos que se dicen demócratas. Algo realmente abominable e insólito”.
Son hechos constatables. Para citar algunos casos tenemos los discursos de una diputada panameña, las expresiones desafortunadas del presidente de Chile y de un candidato a la presidencia de Perú, el rechazo abierto del gobierno de Trinidad y Tobago y la furia de la gobernanta de Bogotá, desatada contra los venezolanos, mientras el Presidente Duque más bien ha demostrado hospitalidad hacia los refugiados tomando medidas concretas de acogida para ellos.
“Es cierto –reconoce Zurga- que algunos pocos venezolanos de mala conducta, han violado las leyes de algunos de estos países receptores de migrantes venezolanos. Sin embargo, esto no significa que estas violaciones a las leyes de esos países, sean frecuentes ni numerosas. Además, esta circunstancia puede pasar en cualquier país del mundo; y no debería ser utilizada como excusa para justificar la xenofobia de políticos y un sector minoritario de las poblaciones de tales países, en contra de los venezolanos”.
La Iglesia, muro de contención
La Iglesia Católica ha sido un muro de contención contra las fobias. Con ocasión y sin ella recuerda que la Sagrada Familia también fue migrante; que Jesús, apenas al nacer, ya era un refugiado. Fueron errantes por mucho tiempo y sufrieron el rechazo de todos aquellos a quienes pidieron posada cuando la Virgen María estaba por dar a luz. Hoy, tantos que vagan por los montes, desiertos y fronteras del mundo son la cara de aquellos tres seres que comenzaron, vagando a su suerte, nuestra Historia de Salvación. Es verdad, no es nuevo el fenómeno. Pero sí es una novedad para los sudamericanos.
Por eso la Iglesia ha asumido la responsabilidad, no sólo de recordar la debida solidaridad para con el hermano, sino también la organización de centros de acogida, albergues, refugios. No abandona esa tarea. Es peligroso e injusto que ese cáncer avance en una región que se había mantenido al margen de estas detestables prácticas.
El obispo de Cúcuta, ciudad colombiana fronteriza con Venezuela, no ha quitado el dedo del renglón. Trabaja mancomunadamente con el obispo venezolano del Táchira, localidad desde donde el mayor número de migrantes cruza la frontera. En Brasil, lo mismo, la Iglesia está en pie de lucha por reunir recursos además de recordar al gobierno su deber y a los ciudadanos su obligación de recibir y respetar el dolor de tanta gente que huye de su patria, no porque quiera, nadie lo hace, sino porque no les queda otra opción.
La Iglesia es, sin lugar a dudas, el mayor refugio espiritual para los desterrados y rechazados. Sin su acompañamiento y asistencia, según muchos han testimoniado, no habrían sabido qué hacer o estarían muertos, tirados “en alguno de esos caminos de Dios”, como expresó uno de ellos a un periodista trashumante que cubre las rutas para registrar la tragedia.
Un virus muy conveniente
La Iglesia es también pueblo y es también sufriente, no importa su nacionalidad. “Esto nos hace pensar que los pueblos en general, no son xenofóbicos –reflexiona Zurga- Que este virus, es utilizado por algunos políticos, para hacer demagogia barata, intentando inculcar en las mentes de sus votantes, que los extranjeros llegan a sus países para quitarles los empleos, cuando eso es incierto y una gran falasia”. Y pone el ejemplo del país donde ahora reside: “En Panamá, donde actualmente vivo, conozco a varios inmigrantes profesionales universitarios, que trabajan arduamente y hacen el bien, otros en actividades más modestas, dando soluciones reales y beneficiosas, a muchos sectores de la economía panameña”.
Pero la Iglesia, que se ha dedicado con todo su corazón y medios a su alcance, no puede sola ni le corresponde a ella hacer el papel y el trabajo que Estados, políticos y gobernantes deben hacer por la dignidad humana y la paz.
Los gobiernos democráticos de esos países, donde se han producido y siguen produciéndose actos de xenofobia, deben pronunciarse abiertamente en contra de éstas prácticas indeseables e inhumanas, sin importar si son venezolanos o no, que victimiza a quienes solo buscan vivir en paz y armonía. Ello permearía aguas abajo y facilitaría la convivencia bajando el tono al rechazo y al odio. Al menos podrían emular al Papa Francisco que además de líder espiritual de millones es también un jefe de Estado que proclama constantemente la misericordia para con los que sufren el desarraigo.
No se nos ocurre un momento más propicio para revisar actitudes y hacer propósitos de enmienda a fin de extender entre nuestros pueblos el mensaje de amor y compasión que Cristo vino a traer. Por ello murió en la Cruz. El Plan Divino es que la misericordia reine entre los hombres. Después de todo, es lo que recordamos estos días santos, los más sagrados de todo el año. Y la xenofobia es ausencia de misericordia.
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