Siempre es posible volver a empezar, relaja tus puños, deja ir, perdona, ábrete a Cristo resucitado
Una de las tareas del Señor Resucitado es mostrarnos la salida de los lugares donde nos hemos encerrado, de las botellas existenciales en las que hemos terminado atrapados (quizás atraídos por el olor del dulce).
Estas son las situaciones en las que nos encontramos, y ahora, nos golpeamos contra las paredes de la botella sin encontrar una solución razonable.
A veces estamos encerrados en nuestros sepulcros, no porque estemos en un momento de muerte, sino en un momento de inercia.
Nos hemos acostumbrado a estar ahí, a no movernos, a no esperar nada. Nos hemos acostumbrado a esa luz tenue que no es oscuridad, pero que nos mantiene como dormidos.
Incluso los discípulos del Evangelio permanecieron encerrados y no sabían cómo salir. El Cenáculo se convirtió para ellos en el reverso del sepulcro: mientras el sepulcro está abierto y se ha convertido en un lugar de vida, el Cenáculo se cierra.
¿Por qué nos encerramos?
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Quizás, como discípulos, tenemos miedo. Miedo de ser juzgados, de fracasar, de ser decepcionados, de las ilusiones que nos pueden hacer sufrir.
Nos mantiene encerrados el resentimiento, la falta de esperanza, la ira, a veces incluso, el odio. La ira y el resentimiento convierten el corazón en un sepulcro.
La puerta de ese sepulcro se abre cuando aprendemos a dejar ir. Cuando estamos enojados, mantenemos los puños cerrados, reprimimos el rencor, bloqueamos las puertas del corazón. El perdón abre, suelta, libera el corazón.
Jesús no se resigna a las puertas cerradas. De hecho, ni siquiera las puertas cerradas de nuestro corazón pueden alejarlo.
En las apariciones pascuales, Jesús visita a los discípulos por la tarde, antes de que oscurezca del todo, como para asegurarse de que, en la noche que viene, no estén solos.
Sin embargo, a pesar de estas experiencias de liberación, nuestras puertas continúan cerradas.
A pesar de las experiencias de gracia que atraviesan nuestra vida, nuestros corazones a menudo permanecen congelados.
¿Quién abrirá nuestros sepulcros?
Todavía no terminamos de creer que Jesús es el que abre nuestros sepulcros.
Como Tomás, pensamos que la solución está en meter el dedo en la llaga: cuando no podemos encontrar otra manera de lidiar con situaciones dolorosas, seguimos contándonos lo que sucedió.
Tenemos cierto gusto por volver a la tristeza de nuestra vida. Nos encanta poner el dedo en la herida y refugiarnos allí.
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A pesar de nuestra incredulidad, a pesar de nuestro enfado y de nuestro resentimiento, el Resucitado vuelve a cruzar nuestras puertas cerradas y nos empuja a salir. Él traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas.
“Este es el primer anuncio de Pascua que quisiera ofrecerles: siempre es posible volver a empezar, porque siempre existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos.
Incluso de los escombros de nuestro corazón —cada uno de nosotros los sabe, conoce las ruinas de su propio corazón—, incluso de los escombros de nuestro corazón Dios puede construir una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad Dios prepara una nueva historia.
Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace.
Y en estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza”.
Papa Francisco
Jesús nos invita a movernos en la dirección opuesta al sepulcro. Él está vivo y necesita de nosotros la disposición de recibir todo de Él.
Nos invita a vivir, no de una fe de recuerdos, sino de una fe del presente que confía (no porque lo sabe todo) sino porque cree en sus sorpresas.
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