San Juan María Vianney nació en Dardilly, el 8 de mayo de 1786. Es el patrono de los sacerdotes, en especial de los párrocos. Además, se le considera el paradigma del buen confesor Poseía dones extraordinarios como el don de profecía o la capacidad para conocer las almas y penetrar sus intenciones. Fue un hombre de gran humildad y discernimiento, virtudes indispensables que lo hicieron modelo de pastor. En repetidas oportunidades fue blanco de los ataques directos del demonio, los que supo enfrentar gracias a su alma ligera, siempre dirigida al Cielo, fortalecida por la gracia, la mortificación, la oración y el servicio.
Su celo pastoral -una auténtica pasión por la salvación de las almas- lo llevó a pasar frecuentemente largas horas en el confesionario, con el propósito, como solía decir, de “arrebatarle almas al demonio”.
Vivía desprendido de las cosas materiales, a las que trató con esa libertad propia de los hijos de Dios: alguna vez llegó a regalar hasta su propia cama, por lo que adquirió la costumbre de dormir en el suelo de su habitación. Llevó también una vida ascética: practicaba habitualmente el ayuno y cuando no, le bastaba comer algo muy sencillo. Solía decir que “el demonio no le teme tanto a la disciplina y a las camisas de piel, como a la reducción de la comida, la bebida y el sueño".
Son bastante conocidos los episodios en los que el demonio trató de amedrentarlo o distraerlo sin tener éxito: en una oportunidad hizo temblar su casa hasta por 15 minutos para que deje de orar; en otra ocasión quiso que abandonara la misa que estaba celebrando, causando un incendio en su habitación -El Santo manejó con serenidad el momento mandando a apagar el fuego y sin moverse del altar-. También hubo noches terribles para él, en las que el demonio hacía ruidos para no dejarlo dormir, mientras se burlaba sugiriendo que abandonara el ayuno. Acogido en brazos de la Virgen María, el Cura de Ars terminaba durmiendo como un niño.
A San Juan María Vianney también le tocó vivir tiempos convulsionados, como los posteriores a la Revolución francesa. Uno de los tristes saldos de la Revolución fue un ambiente de incredulidad y falta de esperanza entre la gente. Muchos se apartaron de la fe y cada vez eran más los que no querían saber de Dios. El Cura de Ars se propuso atender esta necesidad dedicándole mucho esfuerzo a la preparación de sus sermones. El Santo pasaba noches enteras en la sacristía componiendo y memorizando lo que iba a decir, consciente de la fragilidad de su memoria, poniendo todo su empeño para lograr ser un buen predicador, hacerse entender y transmitir el Evangelio a cabalidad.
Fue muy sensible a las necesidades de su grey. Se ocupaba con mucho cariño de la instrucción de los niños en el catecismo e intentó combatir las malas costumbres que apartaban al pueblo de la Iglesia, especialmente la referida al precepto dominical: luchó para que los trabajadores no fueran obligados a trabajar los fines de semana, o para que las tabernas permanezcan cerradas ese día y la gente vaya a misa. Más de una vez causó polémica entre sus feligreses cuando condenaba que se malgaste el dinero y el tiempo en diversiones superfluas. En una de sus homilías llegó a decir "la taberna es la tienda del demonio, el mercado donde las almas se pierden, donde se rompe la armonía familiar”.
Con el tiempo, su popularidad fue creciendo y llegaron a ser miles las personas que arribaban a Ars, incluso desde muy lejos, para confesarse con él. San Juan María fue un hombre de profundo amor por la Virgen María, a quien consagró su parroquia y su servicio sacerdotal.
El sábado 4 de Agosto de 1859, el Santo cura de Ars partió a la Casa del Padre. Tenía 73 años. Fue canonizado en la fiesta de Pentecostés de 1925 por el Papa Pío XI.
El próximo 13 de agosto se cumplirán 206 años de su ordenación sacerdotal, realizada en 1815.
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