Moisés, el hombre con el que Dios trataba cara a cara

Fue el precursor de Cristo, el profeta que sacó al pueblo de Israel de Egipto y lo llevó a la entrada de la Tierra Prometida

Moisés es uno de los grandes personajes de la Historia Sagrada. Fue profeta y patriarca, precursor de Jesucristo y escogido de Dios para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y conducirlo hacia la Tierra Prometida. La Iglesia celebra a este hombre santo del Antiguo Testamento el 4 de septiembre.

El nombre de Moisés significa “Salvado de las aguas”. Se debe a que, según relata el Éxodo, el faraón de Egipto había ordenado matar a todos los bebés varones que nacieran de mujer hebrea. Pero las parteras desobedecieron porque preferían no obrar contra Dios. Así, el faraón insistió en que se matara a los niños. Una hebrea tuvo un hijo y para que no se lo asesinaran hizo un canasto de juncos y lo escondió en un carrizal en el Nilo. Allí lo encontró la hija del faraón y lo adoptó. Miriam, la hermana mayor de Moisés y Aarón, le sugirió que le buscaría una mujer hebrea para alimentarlo y así pudo ser la propia madre de Moisés quien le amamantara.

Entonces, Moisés creció en el palacio del faraón. Pero un día, viendo la violencia con que un capataz trataba a los hebreos, lo mató. Esto hizo que tuviera que huir de Egipto y hacerse pastor en Madián. Allí trabajó para el sacerdote Jetró y se casó con su hija mayor, Séfora (Sipora). Tuvieron dos hijos, Gersón y Elizer.

La zarza ardiente

Un día, en el monte Horeb Moisés vio una zarza ardiente que no se consumía. Dios se le manifestó así, diciendo: «Yo soy el que soy». Le comunicó su misión:

“Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias. Por eso he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel”.

En muchos pasajes de la Biblia Moisés es denominado “siervo de Yahvé”, instrumento de la Providencia, profeta “a quien Yahvé trataba cara a cara” (Dt 34,10). Tremendo elogio para un hombre.

A continuación, Moisés será el protagonista de la salida del pueblo de Israel que era esclavo en Egipto. Está a la cabeza en los pasajes donde se narran los encuentros y desencuentros del pueblo elegido con Dios: las diez plagas sobre Egipto, los diálogos con el faraón, la institución de la Pascua judía, el milagroso paso del Mar Rojo, el Arca de la Alianza, la aparición de las codornices y el maná… Moisés será su mediador y su líder. Aunque, por su falta de fe, Yahvé decidió que no entraría en la Tierra Prometida y muriera en el monte Nebo, ya a punto de llegar.

Los Diez Mandamientos

En el Monte Sinaí, el Señor le dio a Moisés las tablas de la Ley, los Diez Mandamientos. Después, el pueblo de Israel pasó 40 años en la península del Sinaí, de camino a la tierra que Dios les tenía prometida. Sin embargo, Moisés y su hermano Aarón, que eran los líderes, cuando ya se encontraban cerca de ella, mandaron a doce espías para que les informaran de si era cierto que era una tierra maravillosa. Diez enviados regresaron dando noticias pesimistas y solo Josué y Caleb informaron de que era verdaderamente un regalo de Yahvé.

El acto de desconfianza en Dios

Por otra parte, estando en Meribá, Moisés tocó dos veces una roca para que brotara agua con que apagar la sed del pueblo. Así fue como por no haber confiado en Dios, Yahvé castigó a Moisés no dejándole pisar la Tierra prometida. La contemplaría desde lo alto del monte Nebo (en la actual Jordania) y allí moriría a la edad bíblica de 120 años.

Cántico de Moisés (Ex 15, 1-18)

«Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor: «Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros.

El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. Él es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.

El Señor es un guerrero, su nombre es «Señor».

Él arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.

El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar.

Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo.

Con la inmensidad de tu gloria derribas a tus adversarios, desatas tu furor, que los consume como paja.

Al soplo de tu ira se agolparon las aguas, las olas se levantaron como un dique, se hicieron compactos los abismos del mar.

El enemigo decía: «Los perseguiré, los alcanzaré, repartiré sus despojos, saciaré mi avidez, desenvainaré la espada, mi mano los destruirá».

Tú soplaste con tu aliento, y el mar los envolvió; se hundieron como plomo en las aguas formidables.

¿Quién, como tú, es admirable entre los santos, terrible por tus hazañas, autor de maravillas?

Extendiste tu mano y los tragó la tierra.

Guías con tu fidelidad al pueblo que has rescatado y lo conduces con tu poder hacia tu santa morada.

Tiemblan los pueblos al oír la noticia: los habitantes de Filistea se estremecen,

cunde el pánico entre los jefes de Edom, un temblor sacude a los príncipes de Moab, desfallecen todos los habitantes de Canaán.

El pánico y el terror los invaden, la fuerza de tu brazo los deja petrificados, hasta que pasa tu pueblo, Señor, hasta que pasa el pueblo que tú has adquirido.

Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos.

¡El Señor reina eternamente!».»

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