Su nueva película traza un retrato de infancia entre católicos y protestantes
¿A qué puede aferrarse un niño de 9 años cuando el mundo a su alrededor se va desmoronando? Un mundo pequeño que abarca una calle, un hogar, el colegio, la iglesia y el cine de manera ocasional.
Ésa es la pregunta que nos plantea “Belfast”, el nuevo trabajo tras las cámaras de Kenneth Branagh, un cineasta de carrera imprevisible que combina su veta artística personal (“Enrique V”, “Los amigos de Peter”, “En lo más crudo del crudo invierno”, “Hamlet”…) con su labor de subalterno al servicio del blockbuster (“Thor”, “Jack Ryan”, “Cenicienta”, “Artemis Fowl”…).
Y la respuesta es: familia, películas y religión son los pilares que sustentan a ese niño, Buddy (Jude Hill), a los que se aferra mientras vive junto a Pa (Jamie Dornan), Ma (Caitriona Balfe) y Will (Lewis McAskie), y visita a sus abuelos, interpretados por Ciarán Hinds y Judi Dench. Lo que se desmorona es la estabilidad de su calle cuando un grupo de protestantes invade el barrio para echar a los católicos de sus casas durante “The Troubles”, los conflictos entre unionistas y nacionalistas que marcaron a Irlanda del Norte durante tres décadas.
Infancia en un barrio de clase trabajadora
La familia de Buddy es protestante y se libra de la mudanza. Pero esto afecta a su tranquilidad y a sus convicciones: en su calle juega con muchachos “del otro lado”, la niña que le gusta es católica, los vecinos expulsados eran agradables. Buddy no lo entiende y esto le empuja a buscar refugios. Durante sus rezos nocturnos pide que esa niña se siente cerca de su pupitre en clase. Durante las sesiones de cine a las que acude con sus padres y su hermano descubre fascinado un universo de fantasía en el que predominan los colores vivos, y la pantalla lo absorbe, logrando que se olvide de las rencillas del exterior.
Pero la familia es su principal punto de apoyo. El amor de la madre, una figura que Branagh nos presenta como cariñosa, severa y responsable de los descuidos de la economía doméstica. La fortaleza del padre, retratado como alguien firme, casi siempre ausente por su trabajo y a ratos de estatura descomunal (metafóricamente hablando: véase ese plano en contrapicado, mediante el que Branagh lo filma de manera que parezca un gigante todopoderoso cuando el nuevo matón protestante va a amenazarlo).
Y los tonos alentadores de sus abuelos, que siempre aportan consejos, sosiego y la certeza de que la pasión conyugal no se acaba cuando alcanzamos la vejez. En este sentido, puede que los momentos más emotivos y sólidos del filme sean éstos: ese abuelo trabajando el cuero mientras, de fondo, la abuela, asomada a la ventana, escucha lo que dicen; esa misma abuela dándole una propina al niño para que se compre un caramelo. Todo esto está filmado en un blanco y negro maravilloso, con planos que revelan que estamos ante alguien muy versado en el oficio.
Las raíces de un niño a través de sus percepciones
Aunque a “Belfast” le falta algo para ser grandiosa, es una gran película. Emotiva, conmovedora sin acudir a la sensiblería, y con un metraje que se agradece en tiempos de filmes de tres horas: 98 minutos. Su mejor baza es el punto de enfoque que utiliza para contarnos una historia sobre cómo no debemos olvidar de dónde venimos y cómo nuestros recuerdos de infancia componen los cimientos de nuestras vidas: las primeras imágenes, que nos muestran la ciudad en estos días, son en color; también lo son las de las películas que ven en el cine; pero el resto se ve en blanco y negro, porque el blanco y negro está asociado en nuestra memoria a los recuerdos de antaño. En ese enfoque hay una idealización del cine como modelo que trasladamos a nuestras percepciones de la realidad: véase el paralelismo entre su padre enfrentándose a los matones y el Gary Cooper de la película que Buddy ha visto en televisión (“Solo ante el peligro”); es un padre que rechaza la violencia, pero que no dudará en ejercerla si atacan a su familia.
Algunos críticos le han reprochado al director su falta de implicación con el conflicto entre católicos y protestantes. Contra esto podemos alegar que su filme no pretende hacer historia ni política porque refleja las percepciones de un niño. ¿Qué es lo que percibió aquel niño? Gente en liza, vecinos asustados, trozos de barrio, un sacerdote que le daba miedo, los regalos de un Santa Claus que no falta a su cita en Navidad. Estamos ante una película conciliadora, y el mejor ejemplo lo encontramos en esta escena: Buddy pregunta a su padre si cree que tendría futuro con la niña católica que le gusta; Pa responde que, si una persona es justa, amable y respetuosa, siempre será bienvenida en su casa. Martin Hamilton, primo de Branagh, ha declarado que éste jamás olvidó ni sus raíces ni a los familiares que dejó en Belfast. Por eso la película está dedicada a quienes se fueron pero también a quienes se quedaron.
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