La oración la ayudó a sobrellevar esta prueba de vida
Conocida popularmente como «Miss inhundible», Violet Jessop tuvo una vida nada convencional. Era una sencilla camarera que se quería ganar la vida en los entonces crecientes viajes por mar. Lo que ni ella ni nadie esperaba era que sufriera hasta tres accidentes en tres navíos distintos. Justo antes de que el Titanic se hundiera, Violet, que siempre llevaba un rosario encima, acababa de rezar una oración.
Violet Jessop era la hija mayor de unos humildes trabajadores de origen irlandés que habían emigrado a Argentina en busca de una vida mejor. Allí, William Jessop y Katherine Kelly se ganaban la vida criando ovejas. Fue en Bahía Blanca donde nació su primogénita, Violet, el 2 de octubre de 1887. Tras ella, llegaron ocho hijos más de los que tres no llegaron a la vida adulta.
En 1903, la tragedia sacudió a la familia cuando William falleció y dejó a su madre sola con una amplia prole de niños. Katherine decidió entonces regresar a Europa y se instaló con sus hijos en Londres. Violet ingresó entonces en un convento en el que vivió una de sus épocas más felices, tal y como lo explicó ella misma en sus memorias:
«Las buenas monjas bretonas, exiliadas de Francia, eran tan alegres que era imposible quedarse triste o alicaída en su compañía. Excepto durante el tiempo de clase, todas éramos ruidosas, alegres y estábamos ocupadas como abejas, esperando que todas a nuestro alrededor hicieran lo mismo.»
Años después, Violet era una joven de veintiún años cuando su madre enfermó y quedó imposibilitada para trabajar. Abandonó sin pensarlo su vida de estudiante, a pesar de la tristeza que le produjo dejar atrás a sus queridas monjas, y empezó a buscar un trabajo. Violet siguió el mismo camino de su madre y buscó un empleo como camarera en uno de los navíos de la Royal Mail Line. Dos años después, en 1910, la White Star Line la contrataba y se incorporó al equipo del RMS Olympic.
El 20 de septiembre de 1911, el flamante transatlántico colisionaba con el HMS Hawke, un buque de guerra de la Royal Navy. El accidente no llegó a ser trágico, pues ambos buques pudieron llegar a puerto y su tripulación regresó a tierra sana y salva.
El 10 de abril de 1912, en los muelles de Southampton, la multitud se agolpaba ante una mole de hierro de la que sus creadores aseguraban que era indestructible. El imponente RMS Titanic se disponía a surcar el Atlántico Norte y llegar a Nueva York. Entre su tripulación se encontraba Violet Jessop. El sueño del Titanic se desmoronó cuatro días después. Un iceberg se cruzaba en su camino y acababa con la vida de más de mil quinientas personas. Pocas horas antes de la colisión, Violet se encontraba en su camarote descansando.
«Qué bueno era estar por fin en mi cómoda litera, – recordaría años después – devorando un lote de revistas inglesas que el mayordomo de la biblioteca había dejado caer cuidadosamente en la cabina al pasar. Tatler y Sketch podrían atrapar mi imaginación tan rápido y transportarme a otros lugares con los últimos chismes y la ropa más nueva. Estuve de vuelta en Inglaterra por unos momentos en medio de todo…
¡Pero espera! Recordé que tenía una oración extraordinaria traducida del hebreo, supuestamente encontrada cerca de la tumba de Nuestro Señor y compuesta por no se sabe quién. Me la había dado una anciana irlandesa con instrucciones estrictas de estudiar su extraña redacción y rezarla a diario para protegerme contra el fuego y el agua. Todos los días tenía la intención de revisarla, pero siempre había encontrado otra cosa para llamar mi atención.
Así que quedó sin leer en mi libro de oraciones, un recuerdo preciado y amoroso de los viejos y queridos días del convento.
Me golpeó la conciencia. La mitad del viaje había terminado y mi promesa al Dador no se había cumplido. Me decidí en ese momento a leerlo. Miré a Ann en su litera de abajo y le advertí que sería mejor que compartiera la salvaguarda de esta oración. Me la devolvió después de haberla leído, diciendo que en verdad era una oración hermosa pero que estaba redactada de manera extraña.
Luego me dispuse a leerla con devoción en lugar de como una pieza de escritura pintoresca. Empujé mis revistas a un lado, para relajarme mejor y concentrarme en mis devociones. Al final, mi libro cerrado, me quedé perezosamente reflexionando sobre muchas cosas, cómodamente somnolienta».
Instantes después, el tremendo rugido del barco, quejándose del dolor provocado por la roca de hielo despertó a Violet y a todas las personas que viajaban en el Titanic. El naufragio había empezado.
Violet subió a cubierta y se le encomendó la tarea de calmar a los viajeros mientras organizaba a un grupo de mujeres y niños que subirían con ella en el bote número 16. Instalada en la pequeña embarcación, un oficial le entregó un bulto, un bebé que alguna madre había perdido en la confusión de la cubierta. Horas después, el RMS Carpathia rescataba a las personas que habían conseguido escapar de una muerte segura. Allí, la madre del bebé consiguió reencontrarse con él.
Violet Jessop ahogó sus miedos y no dejó que aquella dramática experiencia anulara su voluntad. Tres años después estallaba la Primera Guerra Mundial y muchos de aquellos buques civiles se pusieron al servicio del ejército. Tras una breve formación como enfermera, se incorporó al Destacamento de Ayuda Voluntaria de enfermeras a bordo del HMHS Britannic, reconvertido en barco hospital.
Cuando navegaban por aguas griegas, el 21 de noviembre de 1916 una bomba submarina alcanzó el barco. De nuevo la historia se repetía. Violet bajó a un bote salvavidas que fue succionado por las hélices del navío. A pesar de recibir varios golpes en la cabeza que le fracturaron el cráneo, fue rescatada milagrosamente.
Violet había sobrevivido a tres desastres en el mar, pero siguió empeñada en que nada ni nadie frenara sus planes. Regresó a su trabajo como camarera hasta que se retiró en 1950. Hasta sus ochenta y cuatro años, vivió tranquila en la campiña inglesa donde escribió sus memorias que fueron publicadas bajo el título de Titanic Survivor.
En sus páginas, Violet recordó una conversación con Ted, miembro de la tripulación, quien se rio de su fe: «Un día, mientras buscaba algo en el bolsillo de mi delantal, en su presencia, se me cayó el rosario. Una mirada de molestia cruzó su rostro y comentó malhumorado: ‘¿Para qué usas esa cosa?’
Pensé que era una pregunta del más mal gusto posible y calculada para hacer daño, ya que él bien sabía para qué lo usaba. Respondí, ignorando su falta de tacto, que consideraba una práctica muy simple y deliciosa de mi religión, usar este medio de pedir algo a la Madre de Dios, de la misma manera, como él mismo me había dicho muchas veces entre risas, solía rogarle a su madre que defendiera su causa ante su padre cuando los fondos se estaban agotando».
Violet nunca se rindió, ni cuando el mar quiso atraparla, ni cuando el mundo pretendió criticar su fe.
Publicar un comentario