Catequesis completa del Papa Francisco sobre el testimonio de San Francisco Javier

Vaticano, 17 May. 23 (ACI Prensa).- En la Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco continuó con su ciclo de catequesis sobre la evangelización y el celo apostólico. 

Este 17 de mayo, el Santo Padre hizo un recorrido por la vida de San Francisco Javier y lo propuso como ejemplo de evangelización. 

A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Al continuar nuestro itinerario de Catequesis con algunos modelos ejemplares de celo apostólico... recordemos que estamos hablando de evangelización, de celo apostólico, de llevar el nombre de Jesús, y hay muchas mujeres y hombres en la historia que lo han hecho de modo ejemplar. Hoy, por ejemplo, elegimos a San Francisco Javier: es considerado, dicen algunos, el más grande misionero de los tiempos modernos. 

Pero no se puede decir quién es el más grande, quién es el menos grande, porque hay tantos misioneros ocultos que incluso hoy hacen mucho más que san Francisco Javier. Y Javier es el patrón de las misiones, como Santa Teresa del Niño Jesús. Pero un misionero es grande cuando va. Y hay muchos, muchísimos, sacerdotes, laicos, monjas, que van a las misiones, incluso desde Italia y muchos de vosotros.

Veo, por ejemplo, cuando me presentan la historia de un sacerdote como candidato al episcopado: ha pasado diez años en la misión en aquel lugar... esto es grande: salir de la patria para predicar el Evangelio. Esto es celo apostólico. Y esto debemos cultivarlo mucho. Y mirando la figura de estos hombres, de estas mujeres, aprendemos.  

Y San Francisco Javier nace en una familia noble pero empobrecida en Navarra, en el norte de España, en 1506. Va a estudiar a París, es un joven mundano, inteligente, bueno. Allí conoce a Ignacio de Loyola. Éste le da los ejercicios espirituales y le cambia la vida. Y deja toda su carrera mundana para hacerse misionero. Se hace jesuita, hace los votos. Luego se hace sacerdote, y va a evangelizar, enviado a Oriente. En esa época los viajes de los misioneros a Oriente eran un envío a mundos desconocidos. Y él va, porque estaba lleno de celo apostólico.  

Partió, pues, el primero de un nutrido grupo de misioneros apasionados por los tiempos modernos, dispuestos a soportar inmensas penalidades y peligros, para llegar a tierras y conocer pueblos de culturas y lenguas totalmente desconocidas, movidos únicamente por el fortísimo deseo de dar a conocer a Jesucristo y su Evangelio.  

En poco más de once años realizó una obra extraordinaria. Fue misionero durante once años más o menos. En aquella época, los viajes en barco eran muy duros y peligrosos. Muchos morían en el camino por naufragios o enfermedades. Hoy, desgraciadamente, mueren porque les dejamos morir en el Mediterráneo... Javier pasa en los barcos más de tres años y medio, un tercio de toda la duración de su misión. En los barcos pasa más de tres años y medio, yendo a la India, luego de la India a Japón. 

Al llegar a Goa (India), capital del Oriente portugués, capital cultural y comercial, Javier se instala allí, pero no se detiene. Sale a evangelizar a los pescadores pobres de la costa sur de la India, enseña el catecismo y la oración a los niños, bautiza y cura a los enfermos. Luego, durante una oración nocturna en la tumba del apóstol San Bartolomé, siente que debe ir más allá de la India.

Dejó en buenas manos la obra que ya había comenzado y partió audazmente hacia las Molucas, las islas más lejanas del archipiélago indonesio. Para esta gente no había horizontes, iban más allá... ¡Qué valor tenían estos santos misioneros! Incluso los de ahora, aunque no vayan en barco durante tres meses, van en avión durante 24 horas, pero allí es lo mismo. Hay que llegar allí, y recorrer muchos kilómetros, adentrarse en los bosques. 

Y Javier, en las Molucas, pone el catecismo en verso en la lengua local y enseña a la gente a cantar el catecismo, porque lo aprenden mejor cantando. Por sus cartas comprendemos cuáles son sus sentimientos. Escribe: “Los peligros y los sufrimientos, aceptados voluntaria y únicamente por amor y servicio a Dios nuestro Señor, son tesoros ricos en grandes consuelos espirituales. Aquí, en pocos años, uno podría perder los ojos de tantas lágrimas de alegría” (20 de enero de 1548). Lloraba de alegría viendo la obra del Señor. 

Un día, en la India, conoció a un japonés, que le habló de su lejano país, donde ningún misionero europeo se había aventurado todavía. Y Francisco Javier tuvo la inquietud del apóstol, de ir más lejos, y decidió partir cuanto antes, y llegó allí después de un aventurado viaje en el junco de un chino. Los tres años en Japón son muy duros, por el clima, la oposición y el desconocimiento de la lengua, pero incluso aquí las semillas plantadas darán grandes frutos. 

Qué gran soñador, Javier. Se dio cuenta en Japón de que el país decisivo para la misión en Asia era otro: China. Con su cultura, su historia, su grandeza, ejercía un dominio de hecho sobre esa parte del mundo. Incluso hoy, China es de hecho un polo cultural, con una gran historia, una hermosa historia. Así que regresa a Goa y poco después se embarca de nuevo, con la esperanza de entrar en China. Pero su plan fracasa: muere a las puertas de China, en una isla, la pequeña isla de Sancian, frente a la costa china, esperando en vano desembarcar en tierra firme, cerca de Cantón. 

El 3 de diciembre de 1552, murió en total abandono, sólo un chino estaba a su lado para velar por él. Así termina el viaje terrenal de Francisco Javier. Había envejecido, ¿cuántos años tenía? ¿Ochenta ya? No... Sólo tenía cuarenta y seis, había pasado su vida en la misión, con celo.  Dejó la culta España y llegó al país más culto del mundo en aquella época, China, y murió delante de la gran China, acompañado por un chino. ¡Todo un símbolo!  

Su intensa actividad estuvo siempre unida a la oración, a la unión con Dios, mística y contemplativa. Nunca dejó la oración, porque sabía que allí había fuerza. Dondequiera que estuviera, se preocupaba mucho por los enfermos, los pobres y los niños. No era un misionero “aristocrático”: iba siempre con los más necesitados, con los niños más necesitados de educación, de catequesis, con los pobres, con los enfermos: iba hasta las mismas fronteras del cuidado donde creció.

Fue hasta las fronteras del cuidado, donde creció en grandeza. El amor a Cristo fue la fuerza que lo impulsó hasta las fronteras más lejanas, con constantes trabajos y peligros, superando reveses, decepciones y desánimos, es más, dándole consuelo y alegría por seguirlo y servirlo hasta el final. 

San Francisco Javier que hizo esta gran cosa, en tal pobreza, y con tal valentía, danos un poco de este celo, este celo de vivir el Evangelio y anunciar el Evangelio. A los muchos jóvenes de hoy que tienen alguna inquietud y no saben qué hacer con esa inquietud, les digo: mirad a Francisco Javier, mirad el horizonte del mundo, mirad a los pueblos tan necesitados, mirad a tanta gente que sufre, a tanta gente que necesita a Jesús. 

Y vayan, tengan coraje. También hoy hay jóvenes valientes. Pienso en tantos misioneros, por ejemplo, en Papúa Nueva Guinea, pienso en mis amigos, jóvenes, que están en la diócesis de Vanimo, y en todos los que han ido a evangelizar siguiendo la estela de Francisco Javier. Que el Señor nos dé a todos la alegría de evangelizar, la alegría de llevar adelante este hermoso mensaje que nos hace felices a nosotros y a todos.

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