Mensaje del Papa Francisco para la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación 2023

Vaticano, 25 May. 23 (ACI Prensa).- Este jueves 25 de mayo, la Oficina de Prensa de la Santa Sede ppublicó el mensaje del Papa Francisco en ocasión de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que este año se celebra el 1 de septiembre.

El mensaje del Santo Padre, que lleva como título “Que la justicia y la paz fluyan”, fue presentado en Roma por el Cardenal Michael Czerny, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

También le acompañaron  Rachel Mash, Coordinadora Medioambiental de la Iglesia Anglicana de África Austral y miembro de la Red Medioambiental de la Comunión Anglicana; Tomás Insua, Director Ejecutivo del Movimiento Laudato si y Cecilia Turbitosi, voluntaria del Centro Misionero Diocesano Porto-Santa Rufina.

En su mensaje, el Santo Padre pide “poner fin a la insensata guerra contra la creación” e insta a transformar “las políticas públicas que gobiernan nuestras sociedades y modelan la vida de los jóvenes de hoy de mañana”.

A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas:  

“Que la justicia y la paz fluyan” es el tema del Tiempo ecuménico de la Creación de este  año, inspirado en las palabras del profeta Amós: “Que el derecho corra como el agua, y la justicia  como un torrente inagotable” (5,24).  

Esta expresiva imagen de Amós nos dice lo que Dios desea. Dios quiere que reine la justicia,  que es esencial para nuestra vida de hijos a imagen de Dios, como el agua lo es para nuestra  supervivencia física. 

Esta justicia debe surgir allí donde sea necesaria, no esconderse demasiado en  lo profundo o desaparecer como el agua que se evapora, antes de podernos sostener. Dios quiere que cada uno busque ser justo en cada situación; se esfuerce siempre en vivir según sus leyes y, por  tanto, en hacer posible que la vida florezca en plenitud. 

Cuando buscamos ante todo el reino de Dios (cf. Mt 6,33), manteniendo una justa relación con Dios, la humanidad y la naturaleza, entonces la justicia y la paz pueden fluir, como una corriente inagotable de agua pura, nutriendo a la  humanidad y a todas las criaturas.  

En julio de 2022, en un hermoso día de verano, medité sobre estos argumentos durante mi  peregrinación a las riberas del lago Santa Ana, en la provincia de Alberta, en Canadá. Ese lago ha sido y sigue siendo un lugar de peregrinación para muchas generaciones de indígenas. 

Como dije en  aquella ocasión, acompañado por el sonido de los tambores: “¡Cuántos corazones llegaron aquí  anhelantes y fatigados, lastrados por las cargas de la vida, y junto a estas aguas encontraron la  consolación y la fuerza para seguir adelante! También aquí, sumergidos en la creación, hay otro  latido que podemos escuchar, el latido materno de la tierra. Y así como el latido de los niños, desde  el seno materno, está en armonía con el de sus madres, del mismo modo para crecer como seres  humanos necesitamos acompasar los ritmos de la vida con los de la creación que nos da la vida”.

En este Tiempo de la Creación, detengámonos en estos latidos del corazón: el nuestro, el de  nuestras madres y abuelas, el latido del corazón creado y del corazón de Dios. Hoy no están en  armonía, no laten juntos en la justicia y en la paz. A muchos se les impide beber en este río  vigoroso. Escuchemos entonces la llamada a estar al lado de las víctimas de la injusticia ambiental y  climática, y a poner fin a esta insensata guerra contra la creación. 

Vemos los efectos de esta guerra en los muchos ríos que se están secando. “Los desiertos  exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores”, afirmó una  vez Benedicto XVI. El consumismo rapaz, alimentado por corazones egoístas, está perturbando el  ciclo del agua en el planeta.

El uso desenfrenado de combustibles fósiles y la tala de los bosques  están produciendo un aumento de las temperaturas y provocando graves sequías. Horribles carestías  de agua afligen cada vez más a nuestras casas, desde las pequeñas comunidades rurales hasta las  grandes metrópolis. 

Además, industrias depredadoras están consumiendo y contaminado nuestras fuentes de agua potable con prácticas extremas como la fracturación hidráulica, para la extracción  de petróleo y gas, los proyectos de mega-extracción descontrolada y la cría intensiva de animales.  La “Hermana agua”, como la llama San Francisco, es saqueada y trasformada en “mercancía que se  regula por las leyes del mercado” (Carta enc. Laudato si’, 30).  

El Grupo Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC)  afirma que una acción urgente por el clima puede garantizarnos no perder la ocasión de crear un  mundo más sostenible y justo. Podemos, debemos evitar que se verifiquen las consecuencias peores. 

“¡Es tanto lo que sí se puede hacer!” (ibid., 180), si, como muchos arroyos y torrentes, al final  confluimos juntos en un río potente para irrigar la vida de nuestro maravilloso planeta y de nuestra  familia humana para las generaciones futuras. Unamos nuestras manos y demos pasos valientes para  que la justicia y la paz fluyan en toda la Tierra. 

¿Cómo podemos contribuir al río poderoso de la justicia y de la paz en este Tiempo de la  Creación? ¿Qué podemos hacer nosotros, sobre todo como Iglesias cristianas, para sanar nuestra casa común de modo que vuelva estar llena de vida? Debemos decidir transformar nuestros  corazones, nuestros estilos de vida y las políticas públicas que gobiernan nuestra sociedad.  

En primer lugar, ayudemos a este río poderoso transformando nuestros corazones. Esto es  esencial si se quiere iniciar cualquier otra transformación. Es la “conversión ecológica” que san  Juan Pablo II nos instó a realizar: la renovación de nuestra relación con la creación, de modo que no  la consideremos ya como un objeto del que aprovecharnos, sino por el contrario, la custodiemos  como un don sagrado del Creador. 

Démonos cuenta, además, que un enfoque integral requiere poner en práctica el respeto ecológico en cuatro direcciones: hacia Dios, hacia nuestros semejantes  de hoy y de mañana, hacia toda la naturaleza y hacia nosotros mismos.  

En cuanto a la primera de estas dimensiones, Benedicto XVI señaló la urgente necesidad de  comprender que creación y redención son inseparables: “El Redentor es el Creador, y si nosotros no anunciamos a Dios en toda su grandeza, de Creador y de Redentor, quitamos valor también a la  Redención”. 

La creación se refiere al misterioso y magnífico acto de Dios que crea de la nada este  majestuoso y bellísimo planeta, así como este universo, y también al resultado de esta acción,  todavía en marcha, que experimentamos como un don inagotable. Durante la liturgia y la oración  personal en la “gran catedral de la creación”, recordemos al Gran Artista que crea tanta belleza y reflexionemos sobre el misterio de la amorosa decisión de crear el cosmos. 

En segundo lugar, contribuyamos al flujo de este potente río transformando nuestros estilos  de vida. A partir de la grata admiración del Creador y de la creación, arrepintámonos de nuestros“pecados ecológicos”, como advierte mi hermano, el Patriarca Ecuménico Bartolomeo.

Estos pecados dañan el mundo natural y también a nuestros hermanos y a nuestras hermanas. Con la  ayuda de la gracia de Dios, adoptemos estilos de vida que impliquen menos desperdicio y menos  consumo innecesarios, sobre todo allí donde los procesos de producción son tóxicos e insostenibles. 

Tratemos de estar lo más atentos posible a nuestros hábitos y decisiones económicas, de modo que  todos puedan estar mejor: nuestros semejantes, donde quiera que se encuentren, y también los hijos de nuestros hijos. Colaboremos en la continua creación de Dios a través de decisiones positivas, haciendo un uso lo más moderado posible de los recursos, practicando una gozosa sobriedad,  eliminando y reciclando los desechos y recurriendo a los productos y a los servicios, cada vez más  disponibles que son ecológicamente y socialmente responsables. 

Finalmente, para que el río poderoso siga fluyendo, debemos transformar las políticas  públicas que gobiernan nuestras sociedades y modelan la vida de los jóvenes de hoy de mañana. Las políticas económicas que favorecen riquezas escandalosas para unos pocos y condiciones de  degradación para muchos determinan el final de la paz y la justicia. Es obvio que las naciones más ricas han acumulado una “deuda ecológica” (Laudato si’, 51).

Los líderes mundiales que estarán  presentes en la cumbre COP28, programada en Dubái del 30 de noviembre al 12 de diciembre de este año, deben escuchar la ciencia e iniciar una transición rápida y equitativa para poner fin a la era  de los combustibles fósiles. 

Según los compromisos del Acuerdo de París para frenar el riesgo de calentamiento global, es una contradicción consentir la continua explotación y expansión de las infraestructuras para los combustibles fósiles. Levantamos la voz para detener esta injusticia hacia los pobres y hacia nuestros hijos, que sufrirán las peores consecuencias del cambio climático. Hago  un llamado a todas las personas de buena voluntad para que actúen en base a estas orientaciones  sobre la sociedad y la naturaleza. 

Otra perspectiva paralela se refiere específicamente al compromiso de la Iglesia católica con  la sinodalidad. Este año, el cierre del Tiempo de la Creación, el 4 de octubre, fiesta de san  Francisco, coincidirá con la apertura del Sínodo sobre la Sinodalidad. 

Como los ríos que se  alimentan de miles de minúsculos arroyos y torrentes más grandes, el proceso sinodal iniciado en  octubre de 2021 invita a todos los componentes, en su dimensión personal y comunitaria, a  converger en un río majestuoso de reflexión y renovación. 

Todo el Pueblo de Dios es acogido en un  apasionante camino de diálogo y conversión sinodal.  Del mismo modo, como una cuenca fluvial con sus muchos afluentes grandes y pequeños, la Iglesia es una comunión de innumerables Iglesias locales, comunidades religiosas y asociaciones que se alimentan de la misma agua. 

Cada manantial añade su contribución única e insustituible,  para que todas confluyan en el vasto océano del amor misericordioso de Dios. Como un río es  fuente de vida para el ambiente que lo circunda, así nuestra Iglesia sinodal debe ser fuente de vida  para la casa común y para todos aquellos que la habitan. Y como un río da vida a toda clase de  especies animales y vegetales, también una Iglesia sinodal debe dar vida sembrando justicia y paz  en cualquier lugar a donde llegue. 

En julio de 2022 en Canadá, recordé el Mar de Galilea donde Jesús curó y consoló a mucha  gente, y donde proclamó “una revolución de amor”. Escuché que también el Lago de Santa Ana es  un lugar de curación, consolación y amor, un lugar que “nos recuerda que la fraternidad es  verdadera si une a los que están distanciados, que el mensaje de unidad que el cielo envía a la tierra  no teme las diferencias y nos invita a la comunión, a la comunión de las diferencias, para volver a  comenzar juntos, porque todos —¡todos!— somos peregrinos en camino”.

Que en este Tiempo de la Creación, como seguidores de Cristo en nuestro común camino  sinodal, vivamos, trabajemos y oremos para que nuestra casa común esté llena nuevamente de vida.  Que el Espíritu Santo siga aleteando sobre las aguas y nos guíe a la “renovación de la superficie de  la tierra” (cf. Sal 104,30).  

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