De acuerdo a la tradición, su pequeño y único hijo cayó a un pozo profundo. Los esposos corrieron a auxiliarlo pero no encontraban la forma de rescatar al pequeño. Entonces se pusieron a rezar de rodillas con tanta fe que las aguas del pozo empezaron a elevarse hasta que el pequeño alcanzó la superficie, sentado dentro de una canasta, sano y salvo.
María e Isidro vivieron su matrimonio con auténtico espíritu cristiano. Fueron muy unidos y así lo reconocían sus coetáneos: ellos eran un solo corazón y una sola alma. La oración juntos los había fortalecido no solo para enfrentar las vicisitudes de la vida sino que Dios suscitó en ellos el deseo de vivir una vida dedicada a Dios entre el silencio y la contemplación.
Con ese anhelo decidieron “separarse” después de que su único hijo se convirtió en adulto. Isidro se quedó en Madrid y María partió hacia una ermita cerca del río Jarama, donde se dedicó a la meditación, al tiempo que hacía obras de caridad en los lugares cercanos. Vivía en el bosque como labradora y se encargaba de la limpieza y arreglo de una capilla cercana.
Cuenta la tradición que unos hombres intentaron poner a San Isidro en contra suya, inventando injurias sobre el comportamiento de su esposa. El Santo rechazó tales calumnias pero decidió buscarla para advertirle del daño que le podían causar.
San Isidro, entonces, de camino hacia donde ella estaba, la vio a la distancia. Vio que estaba por cruzar el río y extendió su mantilla sobre el agua, se subió sobre esta y cruzó hasta la otra orilla, como si se tratase de una barquilla. Isidro quedó impactado con el milagro y eso le llenó de paz el corazón.
Años después, santa María de la Cabeza regresó a Madrid donde permaneció un tiempo. Después de que murió San Isidro, ella retornó a Torrelaguna y se quedó allí hasta que falleció alrededor del año 1175.
Tras su muerte, su cráneo fue colocado en un relicario en la ermita de la Virgen del pueblo.
Su fiesta se celebra el 9 de septiembre. Se le representa portando en las manos una jarra y un cucharón, en alusión a las tareas domésticas y al servicio a los más pobres; siempre mirando al cielo, al igual que a su esposo San Isidro Labrador.

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