El 14 de marzo, cuarto domingo de Cuaresma conocido como domingo «Laetare», es decir, «Alégrate»; el Papa Francisco reflexionó sobre la liturgia eucarística que comienza con esta invitación: «Alégrate, Jerusalén…». (cf. Is 66,10).
En este contexto, el Santo Padre explicó que la fuente de esta alegría proviene del amor de Dios: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3,16).
Y precisamente este mensaje gozoso es el corazón de la fe cristiana -dijo el Pontífice- indicando que el amor de Dios «ha encontrado la cima en el don del Hijo a una humanidad débil y pecadora».
La esencia de estas palabras se desprende del diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo, una parte del cual está descrita en la misma página evangélica (cf. Jn 3,14-21) y sobre la cual Francisco profundiza:
En cuanto a estos tres aspectos, el Obispo de Roma hizo hincapié en que Jesús se presenta en primer lugar como el Hijo del Hombre:
El segundo aspecto es el del Hijo de Dios:
El tercer nombre que Jesús se atribuye es «luz»:
En este sentido, el Papa recordó que estamos llamados a vivir plenamente estos aspectos durante la Cuaresma: «acoger la luz en nuestra conciencia, en particular en el Sacramento de la Reconciliación, para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a su misericordia llena de ternura y bondad».
«Así encontraremos el gozo verdadero y podremos alegrarnos del perdón de Dios que regenera y da vida», concluyó Francisco pidiendo a María Santísima que nos ayude a no tener miedo de dejarnos «poner en crisis» por Jesús ya que, «es una crisis saludable, para nuestra curación; para que nuestra alegría sea plena».
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