“Volvamos a comenzar desde el asombro; miremos al Crucificado y digámosle: ‘Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!’. Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Esta es la grandeza de la vida: descubrirse amados. Y la grandeza de la vida está en la belleza de amar”, advirtió el Papa.
Por segundo año consecutivo la Misa del Domingo de Ramos no se llevó a cabo en la plaza de San Pedro debido a las medidas cautelares provocadas por el COVID-19.
Sin embargo, este año si hubo una pequeña procesión con ramos del Papa con los cardenales que concelebraron la Misa desde el altar de la confesión al altar de la cátedra, donde se llevó a cabo la Eucaristía. A la ceremonia pudieron asistir también alrededor de 120 fieles pero permanecieron en su lugar con un pequeño ramo de olivo.
Al comenzar la Misa, el Santo Padre recordó la entrada de Cristo a Jerusalén con esta oración: “hermanos y hermanas, desde el inicio de la Cuaresma hemos comenzado a preparar nuestros corazones mediante la penitencia y las obras de caridad. Hoy estamos aquí reunidos para que con toda la Iglesia podamos entrar en el misterio pascual de nuestro Señor Jesucristo, quien, para dar real cumplimiento a su pasión y resurrección, entró en su ciudad, Jerusalén, así que sigamos al Señor recordando su entrada salvífica con fe y devoción, para que, seamos partícipes del misterio de la cruz por gracia, y podamos participar en la resurrección y en la vida eterna”.
Luego, como es tradición, el Papa bendijo los ramos de olivo, un diácono cantó el pasaje del Evangelio de San Juan que relata la entrada de Jesús a Jerusalén, y después se llevó a cabo la procesión formada por 30 cardenales y, al final de ella, el Pontífice.
Durante la Misa se leyeron las lecturas y el Evangelio de la Pasión del Señor fue cantado por tres solistas y un coro.
En su homilía, el Papa destacó que cada año esta Liturgia “suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro. Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado. Es un sentimiento profundo que nos acompañará toda la Semana Santa”.
“Jesús nos sorprende desde el primer momento. Su gente lo acoge con solemnidad, pero Él entra en Jerusalén sobre un humilde burrito. La gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz. ¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar ‘crucifícalo’? ¿Qué sucedió?”, advirtió el Papa.
En esta línea, el Santo Padre dijo que aquellas personas “seguían una imagen del Mesías y no al Mesías real. Seguían una imagen, no al Mesías. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él” y explicó que “el asombro es distinto de la simple admiración” porque “la admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad”.
“También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro”, indicó.
En esta línea, el Papa subrayó que lo que más sorprende del Señor y de su Pascua es “el hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación” y añadió que “lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos”.
“Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas”, destacó.
Por ello, el Papa invitó en esta Semana Santa a levantar “nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor” y relató que San Francisco de Asís mirando al Crucificado se asombraba de que sus frailes no llorasen.
“Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos ‘tal vez’ está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor”, afirmó.
Por último, el Santo Padre destacó el personaje del centurión que calificó como “la imagen más hermosa del estupor” porque al ver expirar a Jesús exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!” y añadió “¿Cómo había visto morir a Jesús? Lo había visto morir amando, y esto lo asombró. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión”.
“Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: ‘Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios’”, concluyó el Papa.
Publicar un comentario