Alberto Mayagoitia: «¡Todos somos cristos rotos! Dios nos hizo imperfectos a propósito»

El actor mexicano nos abre su corazón y nos muestra que la felicidad absoluta sólo la encontramos en el proceso de restauración

El actor mexicano Alberto Mayagoitia habla de sus ya más de 700 presentaciones de la obra de teatro “Mi Cristo roto”. Algunos lo recuerdan como el Ángel de la guarda de Chispita que interpretaba la actriz Lucerito, ahora Alberto Mayagoitia abre su corazón para dar a concer una parte de su Cristo Roto que lleva dentro…

Gracias por concedernos esta entrevista para Aleteia-España. Antes que nada, ¿quién es Alberto Mayagoitia? Háblanos un poco de ti: ¿Dónde naciste? ¿Cuál es tu profesión? ¿Dónde vives? Cuéntanos algo de tu historia.

Nací en la ciudad de México. Mi padre era mexicano, originario de Coahuila; mi mamá es estadounidense. Así que yo crecí en un hogar en el que se hablaba español e inglés. A los 11 años de edad conocí el teatro y comencé a trabajar en el teatro infantil, en locución y doblaje. A los 15 años llegué a las telenovelas y formé parte de un movimiento importante de televisión para jóvenes en los años 80’s y 90’s.

Después me fui a la universidad, a diferencia de otros compañeros actores, que dejaron la escuela trunca. Yo sí terminé la preparatoria y la universidad; me gradué de licenciado en literatura dramática y teatro, en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Actualmente vivo en Austin, Texas, con mi esposa, Lilia Sixtos, que es la directora de “Mi Cristo roto”. Tengo una hija, que resultó ser una espléndida soprano y que vive en Nueva York. Y tengo un hijo que ya debería estar en la universidad, pero que, más que viajar a la Universidad de Colorado, donde fue aceptado, hizo el primer año de estudios desde casa, por medios remotos y por lo que ya sabemos.

A estas alturas de mi vida tengo 40 años de actor, con más o con menos intensidad, con más o con menos épocas de trabajo; pero en general contento.

Para que los lectores te ubiquen mejor, ¿podrías recordarnos algunas de las telenovelas en las que trabajaste en Televisa, y con qué compañeros actores?

La primera telenovela en que actué fue “Chispita”, con Lucerito, Angélica Aragón, Enrique Lizalde, Leonardo Daniel, Alma Defina; ahí hice un papel chiquito: yo era el ángel que se le aparecía a Chispita. Después vino otra telenovela que se llamó “Pobre juventud”, que protagonicé con Patricia Pereira, Jaime Moreno y Gabriela Roel. La siguiente fue “Rosa salvaje”, con Verónica Castro. Hice otra con Thalía, que se llamó “Luz y sombra”.

Después fui a TV Azteca, donde hice la telenovela “Catalina y Sebastián”, y luego a Miami, donde participé en una que se llamó “La revancha”. Luego, de vuelta en TV Azteca, actué en una nombrada “Como en el cine”. Luego me mudé a Estados Unidos.

Ya tengo más de 10 años fuera de la televisión, pero no fuera de los medios sociales, a través de mi canal de Youtube, de mi página http://www.inteligenciafinanciera.com y de mantener vigente mi parte actoral a través de lo que he venido haciendo con “Mi Cristo roto”.

¿Alguna vez tuviste un momento difícil en tu vida, y cómo lo enfrentaste? ¿Cuál fue tu noche más obscura?

Fue en 2002, cuando me puse mal del corazón porque se me tapó una arteria coronaria. Yo había hecho un mal negocio: había producido una obra de teatro que no estaba funcionando muy bien; estaba perdiendo muchísimo dinero, el público no estaba viniendo al teatro, pero yo tenía que sacar dinero todos los días para pagar la nómina de los actores, y para los aviones y hoteles. Eso no me estaba funcionando, y me encontraba bajo mucho estrés, comiendo muy mal, malpasándome mucho y durmiendo muy pocas horas, y me puse mal del corazón y fui a dar al hospital.

Cinco días después, al salir del hospital, toda mi vida cambió, todos mis planes se tuvieron que poner en un compás de espera. Pero sí me acuerdo claramente que lo que fue mi noche más oscura fue imaginarme en casa a mi esposa Lilia, a mi hija y a mi hijito, que entonces era un bebé, sentados alrededor de la mesa del desayunador, comiendo una sopa, cabizbajos, despacito y en silencio; era un silencio que hacía más honda la sensación de la falta de papá.

Esa imagen no me gustó, y encendía el miedo en mí. Pero ese mismo miedo me hizo luchar y sobreponerme a esa situación de la mejor forma, desde luego poniéndome en las manos de Dios.

¿Esa experiencia te cambió?

La mía nunca fue una conversión milagrosa, de un día para otro. Yo creo que la mía más que una conversión ha sido como una evolución del niño que hizo su primera Comunión sin saber bien lo que hacía, nada más memorizando, al hombre que soy hoy, que no tiene problema en reconocer públicamente que acepta a Jesús como Hijo de Dios y Salvador, y que entiende y proclama que Jesús dio su vida por mí, y que he decidido llevar mi vida de acuerdo con su doctrina.

Lo mío no tiene nada de espectacular, nada de milagroso, y tiene todo de normal y cotidiano.

Volviendo a tu pregunta, el infarto sí me cambio porque vi la muerte de cerquita; vi que a los 36 años de edad no tenía por qué dejar viuda a mi mujer, y que ni todo el trabajo ni todas las horas extras ni demás cosas iban a regresarle a ella una vida de tranquilidad o de normalidad si yo me moría. Los seres humanos son los únicos que pierden la salud por ganar dinero, y luego pierden el dinero para recobrar la salud. Así somos.

Entonces, del infarto para acá, proveo a mi familia de la misma manera, pero no me siento ese hombre todopoderoso que me sentía en aquel entonces. Ahora tengo 53 años, y obviamente sientes que el cuerpo no da lo que daba antes; ahora hay un montón de cosas que ya no hago, y que en otro momento dado hice pero que ya no estoy dispuesto a hacer porque entiendo que la familia es primero y que el dinero no te lo vas a llevar a la tumba.

Si te sobra, que te lo conviertan en velas el día de tu funeral.

¿Qué significa para ti tu esposa y tus hijos?

Mi esposa es mi razón y mis hijos son mis porqués.

En el matrimonio nos ayudamos, nos complementamos, hacemos equipo. Mi esposa y yo hacemos equipo en los negocios, en el hogar y en el teatro. Ella es la directora de la obra “Mi Cristo roto”, la obra de teatro que estoy presentando.

Mi labor también es ayudarla a ella a que pueda desarrollar todos sus potenciales y su misión en la vida.

Alberto, ¿por qué el Cristo está roto?

Bueno, el Cristo está roto porque todos somos cristos rotos. Porque todos somos imperfectos, porque todos somos seres que están el proceso constante de búsqueda, de cambio, de evolución. ¡Todos somos cristos rotos! Dios nos hizo imperfectos a propósito, para que supiéramos y entendiéramos que nuestra perfección es un camino de vida, al que sólo podemos llegar buscándolo a Él.

Dios nos hizo imperfectos y podría decir que infelices, y la felicidad absoluta sólo la encontramos en el proceso de restauración. Todos estamos llamados a restaurarnos. Todos estamos llamados a reconocer que somos cristos rotos y que tenemos que buscar el proceso de restauración.

¡Y también todos hemos sido llamados a ser restauradores de los otros cristos rotos! Todos hemos sido llamados a poner nuestro granito de arena para hacer mejor la experiencia de vida a las personas que nos rodean.

¿Cómo llega “Mi Cristo roto” a tus manos?

Es una muy larga historia, pero para resumirlo en poco tiempo, yo andaba buscando unos discos de declamaciones y poemas en casa de un amigo bohemio que poseía muchos discos de corridos, de López Tarso y de otros declamadores. Pues buscando esos discos encontré el de “Mi Cristo roto”, disco LP de 33 revoluciones, del año 1963.

Cuando vi la portada reconocí que, cuando yo era niño, había un ejemplar de ese disco en mi casa. Entonces, cuando lo puse y lo empecé a escuchar, me enamoré de “Mi Cristo roto”, me enamoré del tema y me dije: “Yo quiero hacer esto”.

Entonces un día grabé “Mi Cristo roto” en disco, y después empezamos a trabajar en la versión teatral en vivo, para lo cual hicimos la adaptación a la obra de teatro tal y como la vengo presentando todos estos años, de la que llevo más de 700 representaciones.

“Mi Cristo roto” es una historia muy bonita que encierra un montón de lecciones que se desprenden de este diálogo que el hombre tiene con este Cristo roto que no tiene el brazo derecho, que no tiene la cruz, que no tiene una pierna y que, aunque conserva la cabeza, ha perdido por completo la cara.

Es bastante tétrico ver a un Cristo en esa situación. ¿Qué pasa por tu mente cuando tienes en tus manos ese Cristo roto? ¿Qué te dice Cristo?

En la obra, Cristo le dice al hombre: “Déjame así, no me restaures”. Y el hombre se defiende: “Señor, déjame restaurarte; yo siento muy feo que esté todo roto y mutilado”. Y el Cristo le dice: “Ése es el problema: tú siente muy feo que esté roto, pero no sientes feo que esté crucificado”. Y el hombre dice: “No, no, Señor; claro que también siento feo que estés crucificado”.

Y entonces el Cristo roto le dice que ya no trate de componer la situación, porque así somos muchas veces los católicos, que queremos un Cristo bonito para que sea decorativo, y buscamos que sea de plata, de oro o de porcelana para que decore la pared. No queremos un Cristo feo, que sufre, que tiene sangre, ¡que dio hasta la última gota de su sangre!

Por eso el Cristo roto le dice: “Déjame así, roto, para que te recuerde verdaderamente lo que es el dolor, y lo que yo viví en la cruz. ¡No me restaures!”. Aun así, el hombre alega: “Al menos déjame restaurarte el brazo derecho”, y el Cristo le contesta. “¿Y a Mí de qué Me va a servir un brazo de madera? Si tú quieres restaurar a este Cristo roto, tú sé mi brazo derecho; y tú, con tu brazo derecho, ve y restaura a un cristo roto que seguramente vas a encontrar por ahí”.

Y el diálogo entre estos dos personajes se va poniendo cada vez más profundo y más difícil, más árido y más ríspido. Y ése es el diálogo que presenciamos dentro de la obra de teatro, del cual todos tenemos mucho que aprender.

¿Qué te ha dado “Mi Cristo roto”? ¿Te ha dado premios, dinero, fama? ¿Por qué te impactó tanto esta historia?
Me ha dado un montón de satisfacciones; desde luego personales, y artísticas, y espirituales, y teatrales, y económicas, y de aplauso y reconocimiento.

No lo voy a negar: yo quería hacer una obra con un solo actor para no compartir el aplauso con nadie. Yo quería hacer una obra que fuera ese reto actoral de hacer yo solo la obra de teatro para llevarme todo el reconocimiento. Por eso yo escogí hacer “Mi Cristo roto”.
Pero pasaron los años y más bien me di cuenta de que “Mi Cristo roto” me escogió a mí, para que yo fuera ese mensajero para esta obra, para que yo terminara diciendo: “Todo el aplauso es para el Señor».

Porque Dios puso su mano en “MI Cristo roto” desde el principio, y Dios bendijo este proyecto y se me abrieron las puertas para empezar la primera temporada de “Mi Cristo roto” en la Catedral en México; dentro de la Catedral, en el Altar del Perdón. ¡Ahí en la Catedral, que está en el Zócalo, en la Plaza Mayor! ¡Allí empecé “Mi Cristo roto”! Como que desde el principio Dios puso su mano en el proyecto y dijo: “Esto va”.

Luego vinieron otros momentos en los cuales la obra evolucionó. Empezamos con micristoroto.com y también con un poquito de marketing, y así encontramos esta manera de que “Mi Cristo roto” dejara dinero para las instituciones, que fuera una obra que sirviera para la procuración de recursos para las instituciones. En lugar de rifar un reloj Rolex, o de rifar un boleto para un crucero por el Caribe, “Mi Cristo roto” se convirtió en un buen pretexto para que toda la comunidad junta asistiera a ver la obra de teatro. Si compras el boleto para una rifa, lo compras sabiendo que lo más probable es que el premio no te lo vas a ganar; en cambio, con la obra de teatro, toda la parroquia, todo el grupo o toda la comunidad asiste junta a verla.

Entonces, que “Mi Cristo roto” hay servido para llevar el mensaje evangelizador a más comunidades, y que además las ayude a allegarse recursos, pues ha sido una bendición.

Alberto, vivimos un momento histórico con la pandemia. El mundo, la sociedad cambió; las relaciones personales cambiaron: hay que usar una máscara, dejar los abrazos y los besos… En fin. ¿Por qué llega “Mi Cristo roto” en este momento? ¿Por qué tienes esta puesta en escena en línea?

Desde que empezó la pandemia, desde que cerraron los teatros, los teatreros hemos tenido que encontrar maneras de llegar al público, para lo cual hemos tenido que hacer cosas nuevas y diferentes. Por ejemplo, en México adaptaron un estacionamiento para hacer teatro; es como un autocinema, pasan películas, pero también hacen teatro, y hasta ahora nunca habíamos visto teatro dentro del automóvil. De este modo ves la obra teatral manteniéndote más o menos en tu burbuja.

¿Por qué “Mi Cristo roto” en estos momentos? Porque hay una cosa de la que se habla en la obra, y que es la mano izquierda de Dios. Mientras la mano derecha de Dios es la mano blanda, la mano dulce, está también la otra mano de Dios, que es la mano dura, la mano de la pandemia, de los terremotos, de los huracanes, de las inundaciones, del cáncer; es la mano de Dios que permite que le pasen cosas malas a la gente buena.

Dios tiene mano izquierda, y a veces da izquierdazo al hígado o a la mandíbula. O sea, Dios nos golpea, y eso cuesta trabajo entenderlo. Pero Dios nos golpea por varias razones; la primera, porque a Dios le gusta imponer su voluntad, porque a Él le parece bien saberse Amo y Señor, y a Él le parece bien decir la última palabra.

Segunda, porque el izquierdazo de Dios a veces nos llega en momentos en los cuales nos quiere más cerca de Él. No voy a decir que todas las veces le pasan desgracias a las personas que están más alejadas de Dios para que en los momentos de la desgracia volteen a verlo y le digan: “Diosito, ¿qué quieres de mí?” y se arrodillen al lado de la cama y lo acepten.

Dios, en su infinita sabiduría, sabe exactamente qué es lo que debemos aprender cada uno de nosotros en esta pandemia. Y todos y cada uno de nosotros fuimos probados de una u otra manera, y cada uno de nosotros la vivimos de forma diferente; y, a raíz de eso, hay parejas que están más cerca que nunca, y otras que están más lejos; o padres que han podido darse cuenta de ciertas cosas. En fin, hay de todo en cada uno de nosotros. Dios nos dio un izquierdazo con la pandemia.

Ahora bien, ¿a quién le recomendamos que compre su boleto para ver por streaming “Mi Cristo roto”? A aquel que está buscando respuestas; quien tiene preguntas, que tiene dudas, que no sabe por qué le pasó lo que le pasó; todo el que está enojado con Dios tal vez, que está resentido con Él y le dice: “Dios, ¿por qué permitiste que se muriera mi tía, mi abuelita, mi papá, etc.? ¿Por qué se han muerto no sé cuántas personas?”.

Y la respuesta que Dios tiene para nosotros es tan única como tu alma te permite entender.
Entonces, ¿para quién está “Mi Cristo roto”? Para el que ha recibido un izquierdazo. Y para el que no lo ha recibido todavía, pero conoce a alguien que ya lo ha recibido y que se ha puesto a preguntarse: “¿Por qué?”.

¿Tienes un Cristo roto en tu casa?

Tengo tres, son diferentes Cristos rotos que llevo a las representaciones teatrales. Me los han hecho diversos artesanos especialmente para la obra de teatro, del tamaño que conviene para la presentación.

Tengo uno en particular que es mi consentido, que es el que llevé a España en el año 2012, cuando “Mi Cristo roto” fue elegido como evento cultural oficial de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Y ese mismo Cristo roto es el que usé en Guadalajara en el Congreso Eucarístico Internacional de 2005, que también fue evento cultural oficial, con invitación del comité organizador.

¿Haces oración con él, no como actor sino como Alberto Mayagoitia, preguntándole por qué te pasa lo que te pasa?

Sí, y a veces me detengo a la mitad porque el mensaje profundo de “Mi cristo roto”, del padre Ramón Cué, el jesuita que lo escribió, tiene que ver con una cosmología mucho más amplia de que Dios no está en el Cristo de madera, el Cristo de madera no es Dios.

La madera es de un árbol que se llama capulín, y el capulín es creación de Dios, y Dios está en todas partes; luego entonces, Dios puede estar dentro de cada una de las células de la madera del capulín, y no se habría movido ni una hoja del árbol del capulín si no fuera por la voluntad de Dios. Entonces, tanto así como venerar a Dios en la imagen del Cristo roto es precisamente la idea que la obra combate. El jesuita dice: el Cristo roto no es éste de la imagen, el cristo roto es tu prójimo. El Cristo de la imagen no pide la restauración porque no la necesita, es el otro el que requiere la restauración, y es al que estamos llamados a restaurar: a llevarle comida, a visitarlo, a perdonarlo, a darle consuelo si está desesperado…

Sí tengo un momento de intimidad con el Cristo roto en mi camerino, antes de la función y después de ella; sí le doy un beso y le tengo cariño por lo que la obra significa para mí, pero no dejo de reconocer que por estos labios míos, por los que ha pasado 700 veces el texto de la obra, el mensaje es muchísimo más amplio y muchísimo más contundente.

¿Cuál es el papel que interpretas? ¿En qué vestimenta te enfundas?

El personaje principal de la obra es el mismísimo padre Ramón Cué; es decir, la obra está adaptada de tal manera que el personaje que yo interpreto es el padre Ramón en el momento en el que compra el Cristo roto, en el momento en el que el padre empieza a hablar con el Cristo. Luego, a la mitad del primer acto, el padre empieza a escribir el libro; y el resto de la obra consiste en esos momentos en que el padre está escribiendo el libro, le está dictando a la grabadora, y el Cristo le contesta.
En este diálogo yo hago los dos personajes.

¿Fue un reto histriónico hacer esta obra? ¿Es como un monólogo?

Monólogo es aquella obra en el que el personaje principal habla todo, todo, todo en primera persona. En este caso yo me desdoble en otros personajes, así que pierde lo de monólogo. Pero lo que no se pierde es que es un espectáculo de un solo actor.

¿Es un reto? Sí. ¿Qué nadie dijo que iba a ser fácil? Así es. Pero, como dije antes, es lo que yo estaba buscando: hacer una obra de un solo actor, donde yo llevara todo el reto, toda la personalidad y toda la responsabilidad. Y no es fácil; siento que, con los años, a veces me canso más cuando se trata de dar dos funciones en un mismo día. Pero, con todo y todo, el esfuerzo vale la pena.

En las funciones de e-ticket de streaming que hemos tenido en esta Cuaresma tenemos una peculiaridad: ni siquiera hay aplausos, porque el teatro está totalmente vacío. No se venden boletos para ir al teatro presencialmente a ver la obra, sino que se venden los boletos para el streaming, para que la veas el video.

Entonces termina la función, y me pasó sobre todo en la primera vez, que terminé y yo me sentía como esperando el aplauso del público. ¡Pero no hay público! Entonces el jefe de cámaras gritó y dijo: “¡Ya. Se acabó!”. Prendieron las luces y cada quien se fue para su casa. Y yo acostumbrado al aplauso, a ese momento donde a veces el público te espera después de la función, y te dan las gracias, y te felicitan, y te soban el corazón del ego.

¿Un izquierdazo de alguna forma?

Un “ubicatex”. ¿Querías ser actor? Pues ahí está tu trabajo de ser actor. El aplauso es otra cosa.

Es todavía más evidente y más claro para mí que lo que tengo que hacer es: da el mensaje y suelta. Si aplaudieron o no aplaudieron, si les gusto o no les gustó, si entendieron o no entendieron, ¡ése no es tu problema! Tú suelta la semilla, y algunas semillas caerán en terreno fértil y otras no tanto.

Háblanos algo del autor de “Mi Cristo roto”. ¿Te hubiera gustado que el autor de esta obra te viera en esta puesta en escena?

El autor, Ramón Cué, nació en México, en el estado de Puebla. A temprana edad se lo llevaron a vivir a España, y ahí fue donde hizo toda su vida adulta y su vida sacerdotal; pero siempre se sintió ligado a México.

Al morir, su libro seguramente se quedó allá, con los jesuitas, que son los herederos de los derechos autorales del padre Ramón Cué, porque escribió también otros once libros. Es a ellos a quienes enviamos una cuota por la representación de la obra de teatro, por cada una de las funciones.

Alguna vez en España, y otra vez en México, se me acerco gente que me dijo ser familiar distante del padre Ramón, y una de estas personas se encontraba ahí, mientras que al mismo tiempo otra me estaba diciendo: “Tengo una máquina de plásticos. Hagamos Cristo rotos de plástico, y entonces usted puede vender aquí los Cristos, y le puedo hacer el Cristo de llaverito y el Cristo grande, y el Cristo para colgarse; podemos ganar mucho dinero juntos”. Yo le contesté: “No. Quizá usted no entendió la obra, porque el mensaje es ‘no veneres al Cristo roto de madera’, ni de plástico; busca al cristo roto en tu prójimo”. Y entonces el familiar del padre Ramón Cué dijo: “Si usted vendiera Cristos rotos al final de la función, ¡eso no le hubiera gustado al padre Ramón!”.

Entonces, sin haber conocido al padre Cué, puedo decirte que lo entiendo lo suficiente a través de la obra; además he leído todos sus demás libros. Después del de “Mi Cristo roto”, mi favorito es “Cómo llora Sevilla”, donde habla de esa forma de entender la Semana Santa del pueblo andaluz.

De algún modo creo, que después de todos estos años, hago en el escenario una buena versión personal del padre Ramón Cué desde “Mi Cristo roto”.

¿Qué papel le falta aún a Alberto Mayagoitia por interpretar? ¿Qué papel te gustaría interpretar? ¿Y qué papel es el tuyo en la pasión de Cristo?

Tengo ganas de hacer todavía algo más en la televisión, en la frívola y superficial televisión; tengo ganas de hacer una telenovela. A lo mejor ya me toca hacer “del papá de”, y no del protagonista. Tengo ganas de hacer un papel difícil, lo que no significa necesariamente ser el villano; más bien quisiera el papel de un hombre que tenga un conflicto interno.

En la Pasión, no sé, a veces me siento identificado con José de Arimatea, porque me gusta, siempre que se puede hacer, ser el que presta ayuda en un momento difícil. Y José de Arimatea prestó nada menos que el sepulcro, siendo viernes y ya casi llegando el Sabbat, por lo que había que descolgar de la cruz al señor y sepultarlo rápido. Me gusta ese Alberto. Aunque, por supuesto, no siempre resuelvo los problemas de todos. Y hay gente que me busca para pedirme cosas que están verdaderamente fuera de mi control.

Y, desde luego, me gusta el Cireneo, que ayuda a cargar la cruz, pero que después de eso queda involucrado, casi como el “cómplice” de un crimen del cual es testigo; por no poder decir nada, se siente como cómplice. Creo que eso nos pasa a todos, cuando vemos crímenes, injusticas, contaminación, abuso de autoridad y otras cosas que suceden en nuestro mundo y sabemos que no hacemos todo lo que podríamos hacer. Y llega un soldado romano y nos da un latigazo ordenándonos: “Cállese y ayude a cargar la cruz”, y entonces sólo hacemos lo que nos pide y nos hacemos chiquitos o nos hacemos de la vista gorda.

Esos dos personajes son en los que yo encuentro no necesariamente una similitud, sino una lección que me ayuda a darle un orden a mi vida.

Los boletos para ver Mi Cristo Roto los puedes adquirir aquí

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