¿Cómo elegir bien los libros para sus hijos para no alejarlos de la lectura?

No hay nada como las historias leídas por los padres para sensibilizar a los pequeños con la lectura, despertar su imaginario, y transmitirles la cultura. Pero ¿cómo elegir las buenas obras?

¿Cómo elegir buenas obras? En ocasión del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil, este 2 de Abril, he aquí algunas claves para orientarse en los estantes de las librerías.

Todos los maestros lo dicen: si los padres leyeran regularmente relatos a sus hijos, se evitaría un gran número de dificultades en la escuela primaria. Uno no se adentra en el lenguaje y en la cultura con un toque de varita mágica. Se adentra a través de la impregnación, bañándose en los que algunos expertos han conceptualizado como un “baño de lengua”. Ya en la escuela infantil, la lectura de relatos en voz alta por la maestra ha tomado un lugar consecuente entre los aprendizajes.

Pero cuidado: el “baño de lengua” no debe limitarse a un chorrito de agua tibia, contrariamente al cliché tan extendido que considera que no hay que velar por la calidad de los libros, sino a pensar que, mientras se lea (sea cual sea el contenido), se va bien. Porque más tarde, se podrá tener una técnica de lectura muy buena, pero no “amar” la lectura. Es el drama de muchos adolescentes, cuando en el instituto les demandan expresamente la lectura de obras literarias clásicas. ¿Por qué? Porque no se puede pasar directamente de las historias de tres líneas por página y de frases con sujeto verbo y complemento a Balzac: su estilo haría el mismo efecto que una lengua extranjera. He aquí las tres claves a tener en cuenta para transmitir el gusto por la lectura a su hijo.

Velar por las necesidades del niño mientras se divierte

El despertar del imaginario pasa por la transmisión de la cultura. En casa como en la escuela, el escollo es, demasiado a menudo, ceder a la subcultura infantil desde la cuna, a los libros sin ambición artística, a las historietas demasiado realistas, amaneradas o sin dramaturgia, a causa del miedo de desconcertar a los niños y de desagradarles.

La primera infancia es, al contrario, la edad en la que se puede tener el máximo de ambición, ya que es la etapa en la que la receptividad es mucho mayor; el placer se encarna en la proximidad con el lector, recuerdan constantemente los buenos profesionales de la edición. Otro escollo: autocomplacerse, al fin y al cabo, son los adultos quienes compran los libros y quienes los leen a los niños, perdiendo de vista las necesidades de los pequeños.

No quedarse en los libros de la primera infancia

Muchos padres se lamentan: encontrar libros que cuenten realmente una historia, con un volumen y un nivel de texto adaptado, una buena alquimia con la ilustración, requiere horas de hojear en la librería, sin dar con una editorial fiable.

Muchas obras etiquetadas “A partir de 5 años” tienen un nivel de lengua perfectamente accesible para los pequeños de 3 años. Los libros de la primera infancia son perfectos para los niños que aprenden a hablar (su gran pasión es justamente nombrar las cosas, reforzar su vocabulario). Pero si nos quedamos en ellos demasiado, corremos el riesgo de perder el tren.

Si ascendemos pausadamente en dificultad, podemos despertar muy pronto su interés por los grandes relatos de nuestro acervo cultural. Se empieza por contar más o menos fielmente las historias, simplemente bosquejando a partir de las imágenes. Después pasamos a la lectura continuada del texto (esforzándonos en la entonación), una etapa indispensable para que el niño entre en la música del lenguaje escrito, cuya importancia es a menudo subestimada por las familias.

Tratar de variar los estilos al elegir los libros

Hay que ceder, sí, a las pequeñas orejas compulsivas que reclaman mil veces la misma historia, ya que el placer de la repetición es esencial y útil, imprimiendo en la memoria infantil las estructuras de las frases, la concordancia de los tiempos verbales, toda la lógica de la lengua. Pero, también hay que pensar en variar los estilos para evitar el encasillamiento precoz (¡hay vida más allá de Disney!), mezclar cuentos clásicos y relatos contemporáneos.

Clotilde Hamon

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