A 20 años de la gran crisis política argentina: ¿Dónde estaba la Iglesia?

La Iglesia se "puso la patria al hombro", con Bergoglio a la cabeza, para afrontar uno de los momentos más críticos de la historia del país

Hace 20 años, el 21 de diciembre de 2001, la Argentina iniciaba un período de incertidumbre política que la llevó a tener cinco presidentes en menos de 15 días.

Pero ya desde inicios de ese año la Iglesia venía advirtiendo sobre un quiebre social y económico sin precedentes. Fue una época, como dijo pocos meses después el entonces Arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, «crucial y fundante».

Sobre el rumbo económico de la Argentina en la década del 90 se ha ya escrito mucho, en algunos casos con una visión idealista y en otros apocalíptica.

Pero la tensión social hacia el 2001 hacía presagiar un desenlace que llenaba de angustias a las familias argentinas. Así lo interpretaron en la Conferencia Episcopal Argentina, que para «sintetizar las necesidades, desafíos, anhelos y esperanzas» propusieron para el Día de la Independencia, el 9 de julio de 2001 la oración por la Patria.

La plegaria, que sobrevive al día de hoy y ha sido adaptada por múltiples episcopados en todo el mundo, comienza diciendo «Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos».

El inicio del desenlace comenzó a hacerse más palpable a finales de noviembre y principios de diciembre con algunas medidas económicas adoptadas para proteger la paridad entre el peso y el dólar; entre ellas la más conocida fue la denominada “corralito”, por la cual se impusieron límites a la extracción de dinero en efectivo de las cuentas bancarias.

Fue entonces que se comenzó a motorizar una instancia única en la historia argentina entre la Iglesia, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Estado.

Mesa del diálogo argentino

El 19 de diciembre de 2020, cuando ya se sabía de la renuncia del Ministro de Economía Domingo Cavallo, día del primer cacerolazo, la Iglesia Argentina puso en marcha junto con el PNUD la primera Mesa del Diálogo Argentino, en la que sectores del Estado, de los partidos políticos, de los sindicatos, de las empresas, de los grupos emergentes, de ONGs, de los cultos, de universidades, entre otros, articularían ideas y dialogarían en un camino para elaborar una visión conjunta de país.

ARGENTINA
Manifestantes se alejan de los gases lacrimógenos que la policía usa para desalojar la Plaza de Mayo, en el centro de Buenos Aires, el 20 de diciembre de 2001. El gobierno argentino decreto ayer el estado de sitio en medio de una difícil situación social y política, que produjo hasta el momento 16 muertos. Los manifestantes exigen la renuncia del presidente de la Rúa. AFP PHOTO/Ali BURAFI

ALI BURAFI / AFP

Hasta en las instancias culturales más visceralmente opuestas a la Iglesia se reconoce el fundamental rol del episcopado argentino para articular esta mesa. Fueron los obispos Artemio Staffolani, Jorge Casaretto y Juan Carlos Maccarone los encargados de articular la tarea.

Presidía el Episcopado el entonces Arzobispo de Paraná, luego cardenal, monseñor Estanislao Karlic. 

La Mesa se inició el 19 de diciembre, previo a la renuncia del presidente de la Rúa, pero continuó durante 2002 por pedido expreso del presidente Eduardo Duhalde. Más de 500 entidades llegaron a participar de las distintas mesas.

La principal contribución, además de las ideas para una visión estratégica del país y para paliar la crisis, fue la reconstrucción de la confianza en las instituciones. A los meses, el Estado dejó de participar de la Mesa.

Pero no fueron las únicas gestiones de la Iglesia, cuyas comunidades, particularmente desde las Cáritas, estuvieron atentas a la creciente crisis económica.

A inicios de año el cardenal Karlic participó de su visita ad limina, junto con, entre otros, el cardenal Bergoglio; y mantuvieron al tanto al santo Padre Juan Pablo II de manera personal de la situación. Y otros prelados hicieron lo propio con episcopados que fueron atentos y solidarios con la situación en el país.

El Arzobispo Héctor Villalba, hoy cardenal, viajó a España para explicar la situación ante el episcopado español, que se solidarizó con la situación del país.

El Cardenal Bergoglio

El hoy Papa Francisco conducía la Iglesia de Buenos Aires durante aquellos años. Con la crisis, inició una serie de homilías y reflexiones; que luego fueron recopiladas en un libro titulado «Ponerse la patria al hombro», frase extraída de una de sus homilías más populares de entonces.

Pero es en un discurso ante los educadores, en 2002, que se pregunta, «Y después de los cacerolazos, ¿qué?». Y reflexiona sobre la identidad nacional a partir del Martín Fierro, lectura que propone, aunque aclara, «no es la Biblia». 

Los argentinos tenemos una peligrosa tendencia a pensar que todo empieza hoy, a olvidarnos de que nada nace de un zapallo ni cae del cielo como un meteorito. Esto ya es un problema: si no aprendemos a reconocer y asumir los errores y aciertos del pasado que dieron origen a los bienes y males del presente, estaremos condenados a la eterna repetición de lo mismo, que –en realidad– no es nada eterna pues la soga se puede estirar sólo hasta cierto límite…

Pero hay más: si cortamos la relación con el pasado, lo mismo haremos con el futuro. Ya podemos empezar a mirar a nuestro alrededor… y a nuestro interior. ¿No hubo una negación del futuro, una absoluta falta de responsabilidad por las generaciones siguientes, en la ligereza con que se trataron las instituciones, los bienes y hasta las personas de nuestro país?

Lo cierto es esto: Somos personas históricas. Vivimos en el tiempo y el espacio. Cada generación necesita de las anteriores y se debe a las que la siguen. Y eso, en gran medida, es ser una Nación: entenderse como continuadores de la tarea de otros hombres y mujeres que ya dieron lo suyo, y como constructores de un ámbito común, de una casa, para los que vendrán después.

Palabra y Amistad

Citando un verso del Martín Fierro, el cardenal Bergoglio propone ante la crisis «palabra y amistad»; porque, entiende, «si empezamos ya mismo a valorar estos dos bienes, otra puede ser la historia de nuestro país». 

Dice el Martín Fierro:

Pues que de todos los bienes, / en mi inorancia lo infiero, 
que le dio al hombre altanero / Su Divina Magestá,
la palabra es el primero, / el segundo es la amistá.

Y dice Bergoglio:

La palabra que nos comunica y vincula, haciéndonos compartir ideas y sentimientos, siempre y cuando hablemos con la verdad. Siempre. Sin excepciones. La amistad, incluso la amistad social, con su «brazo largo» de la justicia, que constituye el mayor tesoro, aquel bien que no se puede sacrificar a ningún otro. Lo que hay que cuidar por sobre todas las cosas. 

Palabra y amistad. «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). No hizo rancho aparte; se hizo amigo nuestro. «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre» (Jn 15,13-15). Si empezamos ya mismo a valorar estos dos bienes, otra puede ser la historia de nuestro país.

Por el valor de la reflexión, a pocos meses del estallido social, compartimos el vínculo al mensaje entero del cardenal Bergoglio.

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