Para Madre Teresa, la Navidad supone la esencia de la fe cristiana y por nada del mundo habría elegido para comenzar la misión que le confió Jesús otro día distinto del 25 de diciembre
“No sabría imaginar un instante de mi vida sin Jesús. Amarle y servirle en los pobres es para mí la mayor de las recompensas”, repetía incansablemente Madre Teresa de Calcuta.
Para la misionera, el nacimiento de Jesús no era solamente una fecha que festejar, sino un acontecimiento mágico que traducir en actos concretos de caridad a lo largo de todo el año.
Fue, además, el día de Navidad de 1948 cuando dejó su congregación de las hermanas de Nuestra Señora de Loreto –después de 20 años de servicio– para señalar el inicio de su nueva vocación: “Salvar a los pobres”, como le había pedido Jesús con ahínco dos años antes, cuando viajaba en un tren desde Calcuta.
La Madre Teresa, beatificada por Juan Pablo II en 2003 y canonizada por el papa Francisco en 2016, fue una mujer valiente y decidida, según cuenta el escritor y periodista italiano Renzo Allegri.
Y quiso a cualquier precio que este nuevo inicio coincidiera con el día de “la esencia misma de nuestra fe”.
Renzo Allegri conoció personalmente a la santa. Entre uno de los hechos trascendentales de la vida de la “santa de Calcuta”, recogidos en su obra Mère Teresa, la maman de Calcutta, subraya este apego tan profundo que sentía por la Navidad.
La santa le explicó al escritor:
“Es un símbolo de sufrimiento y, al mismo tiempo, de triunfo de la humanidad, del hombre, como hijo de Dios. Sufrimiento porque Jesús vino a nacer en un mundo de exilio y dificultades; triunfo porque, al hacerse hombre, salvó a la humanidad, venció a la muerte y ofreció la resurrección”.
Una simple chabola
Los detalles de este primer día anuncian el color de su futura congregación religiosa, las Misioneras de la Caridad (en 1950) y se convertirá en la simiente de todas sus obras futuras.
Corría el 25 de diciembre de 1948. En cuanto terminó la misa de Navidad, la misionera hizo sus maletas y se dirigió junto a los pobres del único slum –es decir, el único barrio de chabolas– que conocía, el de Motijheel, no lejos de la escuela donde dio clases durante largos años.
Aunque por entonces debía contentarse con enviar allí a sus estudiantes para ofrecer a los niños regalos que ella preparaba personalmente, ahora podía ir a verles y celebrar la Navidad con ellos, entrar físicamente “en contacto con Jesús que vive en los pobres”, decía ella.
Su alegría era tan grande y su emoción tan fuerte que olvidó buscar alojamiento, tan ocupada como estaba jugando con los niños y fraternizando con sus madres todo el día.
Tras muchas dificultades, terminó por encontrar una miserable y diminuta chabola por 5 rupias al mes.
“Tenía la impresión de estar viviendo la aventura de la Virgen encinta que no encontraba lugar en un albergue y terminó en un establo para dar a luz a su hijo”, confesó a Renzo Allegri.
Desde el día siguiente, en esta choza sin mesas ni sillas, empezó a dar clases a cinco niños.
Con un pequeño bastón, les enseñó el alfabeto trazando las letras en el suelo de tierra. Tres días después, los cinco niños se convirtieron en 25 y, antes del final del año, ya rondaban los 40.
En aquel mismo lugar, más tarde, construiría una escuela para 500 niños. Después, cada año por Navidad y hasta el final de su vida, Madre Teresa regresaba para celebrar sus inicios.
La “Navidad más completa”
Celebrar la Navidad, para Madre Teresa, quería decir estar con sus pobres. No concebía un 25 de diciembre sin ellos.
Daba prioridad a los niños enfermos de lepra o de sida o a los moribundos de Calcuta.
Mons. Paul Hnilica, obispo checoslovaco, jesuita, amigo y colaborador de la religiosa durante más de treinta años, pasó varias Navidades con la misionera en Calcuta. Hay una que recuerda especialmente que fue la Navidad “más completa”:
El padre jesuita fue invitado a cenar el 24 de diciembre para celebrar la Vigilia.
Una cena muy escasa, casi miserable, como la que tenían por costumbre preparar las misioneras de la caridad, pero muy rica en afecto, alegría y fraternidad, tanto que los comensales casi olvidaban comer.
De pronto, alguien llamó a la puerta. Una de las religiosas fue a abrir y volvió con un cesto cubierto con un trapo.
Todo el mundo pensó que se trataba de algún regalo de un benefactor. Pero cuál fue su emoción al encontrar en el cesto a un recién nacido dormido.
“Jesús ha llegado”, exclamó Madre Teresa con una amplia sonrisa. Era un bebé abandonado.
La mujer que lo había llevado, su madre, quizás, no quería conservarlo y se lo confiaba a las religiosas. Una escena que se repetía a menudo en Calcuta.
Pero aquel día, la fascinación de las religiosas era máxima. Madre Teresa sonreía y lloraba al mismo tiempo. El pequeño Jesús había ido a estar entre ellas.
De su cuerpo, según atestigua Mons. Hnilica, emanaba una emoción fortísima, una fuerza protectora, un secreto que guardaba la madre Teresa para cada vez que recibía a Jesús en el cálido “pesebre” de su corazón.
Recemos a Dios para que en Navidad…
Ahora que se acerca la Navidad, impregnémonos de este espíritu navideño que caracteriza a Madre Teresa, como refleja este poema dedicado a ella de mano de la italiana Patrizia Varnier:
Es Navidad cada vez que sonríes a un hermano y le tiendes la mano.
Es Navidad cada vez que estás en silencio para escuchar al otro.
Es Navidad cada vez que no aceptas aquellos principios que destierran a los oprimidos al margen de la sociedad.
Es Navidad cada vez que esperas con aquellos que desesperan en la pobreza física y espiritual.
Es Navidad cada vez que reconoces con humildad tus límites y tu debilidad.
Es Navidad cada vez que permites al Señor renacer para darlo a los demás.
Y aceptemos la invitación de Madre Teresa:
Oremos para que podamos recibir a Jesús en Navidad, no en el frío pesebre de un corazón egoísta, sino en un corazón lleno de amor, compasión, alegría y paz, un corazón lleno de amor de uno a otro
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