Habla el padre Juan Carlos Ortega, director del Instituto Pontificio Claune, dedicado a la ayuda a las monjas y monjes que consagran su vida a Dios en la oración
El mayor problema que experimentan hoy los monasterios, tanto de monjas como de monjes, no es la falta de dinero, ni siquiera la falta de jóvenes que quieran consagrar su vida a Dios.
Su gran desafío depende de la insensibilidad, tanto de la sociedad como de la misma Iglesia, advierte el sacerdote Juan Carlos Ortega L.C.
Y sabe de qué habla, pues desde hace dos años es director del Instituto Pontificio Claune (“Clau”, como “claustro”, y “ne” en referencia a “necesidades”), erigido por la Santa Sede para prestar ayuda a los monasterios de clausura necesitados y a la promoción de la vida contemplativa, particularmente en España.
Este instituto nació en 1951, gracias al compromiso de un ingeniero, Antonio Mora, quien se movilizó ante las necesidades que experimentaba un monasterio. Fue el inicio de una obra sistemática de ayuda a los monasterios.
El padre Juan Carlos, que continúa ahora esta obra, sin la cual muchas monjas y muchos monjes no podrían sobrevivir, revela en esta entrevista concedida a Aleteia los desafíos que afrontan los monasterios.
– ¿Cuál es la función de Claune?
La finalidad es ayudar espiritual y materialmente a la vida contemplativa. La Iglesia distingue diferentes formas de consagración a Dios en la vida religiosa: la vida activa y la vida contemplativa.
En realidad, todos los consagrados tienen que ser contemplativos y todos activos. Ahora bien, la distinción entre consagrados “contemplativos” y consagrados “de vida activa” o “apostólica” hace hincapié en la manera en que viven su relación con Dios y con las demás personas.
Dentro de los consagrados de “vida contemplativa”, también hay algunas diferencias. Está, por ejemplo, la vida claustral, es decir, la vida de los monasterios, que se reúnen en un claustro (monasterio). Tienen ciertamente relación con la sociedad, pero la viven dentro del monasterio. Es una vida más oculta. Ahí viven toda su misión y toda su oración.
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Existe, después, la vida contemplativa que no es monástica: consagrados a Dios que viven en monasterios, están abiertos para recibir a personas, por ejemplo, para que puedan formarse.
Después también existe otro tipo de vida consagrada contemplativa, es muy escasa, se trata de los ermitaños. Son personas que viven su consagración a Dios a través de la vida de oración, pero viven solos, aislados, no viven en comunidad. Viven en pequeñas “ermitas”, es decir, pequeñas cuevas o casas, donde se tiene la Eucaristía, al Señor, en una pequeña capilla. Eso es lo que se llama la “ermita”. De hecho, las ermitas que conocemos proceden de estos ermitaños.
El Instituto Pontificio Claune se encarga, en particular, de asistir a los consagrados a Dios, mujeres y hombres, en la vida contemplativa, la vida dedicada a la oración y a la unión con Dios. Es decir, no nos dedicamos a los institutos de vida activa o apostólica, que se dedican a la educación, a la salud, a la ayuda social…
– ¿Cómo es posible ayudar a los conventos sin mezclarse ni inmiscuirse en el régimen y la vida religiosa de los mismos? El riesgo estaría en condicionar su vida a cambio de ayudas.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que cada monasterio, según el Derecho Canónico de la Iglesia, es autónomo, se gobierna por sí mismo. La Iglesia está para ayudar. Cuando hablo de Iglesia, me refiero en primer lugar al obispo de la diócesis, y después a cualquier otra institución.
Nuestra finalidad consiste en ayudar a la vida contemplativa: el monasterio se tiene que gestionar por sí mismo. Tienen un capellán, que va a realizar las funciones propias de los sacramentos, la confesión, la Santa Misa. El gobierno interno del monasterio lo tienen que llevar entre los mismos monjes o las mismas monjas.
Nosotros ofrecemos ayuda, bien sea material o bien sea espiritual. Por ejemplo, nos piden que les ayudemos a impartir una tanda de ejercicios espirituales para las religiosas, y les asistimos ofreciéndoles ocho días de ejercicios a las monjas o los monjes de clausura.
También nos piden ayuda material para paliar sus necesidades impelentes: por ejemplo, una monja que necesita un audífono; una silla de ruedas porque una religiosa ya no puede caminar; o convertir una escalera en una rampa o en un ascensor…
Tratamos de ayudar a esas religiosas ofreciendo ayuda espiritual y ayuda material.
– ¿Cuáles son las tres necesidades más importantes, en estos momentos, que están afrontando ustedes con los conventos de clausura?
Se habla mucho, y hay cierta razón, del tema de las vocaciones, pero no creo que ese sea el tema más importante dentro de la vida contemplativa.
Creo que el tema más importante es que no se conoce bien la función de la vida contemplativa en la Iglesia y en la sociedad.
La segunda necesidad, desde mi punto de vista, es una mayor relación entre la vida contemplativa y la sociedad. Falta conocimiento de los monasterios contemplativos y eso impide entablar una mejor relación.
Si nos remontamos al siglo VIII o al IX, podemos constatar que los monasterios estaban a las afueras de las ciudades. La gente, acudía a los monasterios para aprender, porque no había escuelas, no había colegios. Los monasterios ofrecían la formación esencial. Se acudía también a los monasterios para subsanar necesidades, como la hambruna, ya que los monasterios tenían sus campos y ofrecían alimentos a la gente necesitada. También se acudía a los monasterios incluso para atender enfermos, porque los monjes habían aprendido bases de medicina para curar algunas dolencias.
Poco a poco, según fueron surgiendo con el paso de la historia las congregaciones religiosas de vida activa, que se dedicaron a la educación, asumieron toda la tarea educativa. Los monasterios fueron dejando de ofrecer esa dimensión educativa. Luego, según nacieron las congregaciones religiosas dedicas a la atención de la salud, los monasterios dejaron esa dimensión que realizaban inicialmente.
De este modo, la vida de los monasterios, que antes era activa, pues el pueblo acudía a ellos, se empieza a reducir solamente a la parte propiamente contemplativa.
Es lo que nosotros hemos podido experimentar con el Siglo de Oro español, cuando santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz dieron un impulso (o el Espíritu Santo a través de ellos), a este tipo de vida contemplativa.
Se trata de una vida centrada en asumir la vida de oración que la sociedad no puede asumir, a causa de todas las necesidades a las que tiene que acudir: el trabajo, la familia… En ese entonces parece que la vida contemplativa asume esta parte, esta misión, y se concentra solamente, o en una gran medida, en esa dimensión particular de la relación con Dios.
Esto nos permite comprender por qué, en la actualidad, la vida contemplativa no es conocida. No sabemos qué pasa en el monasterio. La clausura tiene más dificultad para entrar en relación con la sociedad.
Estas son para mí dos de las grandes necesidades: la falta de conocimiento de los consagrados a Dios en la vida contemplativa y la falta de relación con la sociedad.
Pero luego está una tercera necesidad: la formación. Las monjas, los monjes, necesitan formarse para que puedan interactuar y ofrecer una ayuda a la sociedad. Ahora, aparentemente, mucha gente se queja y se pregunta: ¿qué hacen por el bien de la sociedad?
Claune trata de ayudar ofreciendo formación a los monasterios, así como toda ayuda material que necesiten. Se les ayuda en la formación, ofreciendo el dinero que necesitan o adquiriendo ordenadores para que puedan recibir formación a distancia.
Si una religiosa o un religioso tiene que hacer la quimio, e ir todos los días al hospital, le facilitamos un taxi para que pueda ir al hospital, para que pueda afrontar ese gasto extra que no tenían previsto en su comunidad.
También se les ayuda apoyándoles en el trabajo que realizan para mantenerse. Como, por ejemplo, ayudándoles con el invernadero para que puedan recoger productos de la huerta, o con una lavadora nueva para poder lavar los ornamentos de las iglesias, o una máquina nueva para hacer las formas. Se les ayuda de todos aquellos aparatos que les permiten trabajar: una máquina de coser, un obrador… Todas esas cosas con las que de alguna manera u otra se sustentan y se mantienen.
Por último, les apoyamos para que puedan mantener los edificios en que viven, que constituyen un bien de patrimonio histórico, que en ocasiones es tan difícil de mantener. En ese caso, no dependen de nosotros, pues intervienen las diócesis, los gobiernos. En ese caso, nuestra ayuda se concentra en buscar subvenciones del Estado. Pero, si en ocasiones es necesario, también les ayudamos materialmente en sus edificios.
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