El sol calienta más en lo alto del monte, está más cerca, y puedo adentrarme con facilidad dentro de mí...
Jesús sube con sus discípulos al monte Tabor. No sube con todos. Elige a los más cercanos, Juan, Santiago y Pedro. Y les muestra una luz que iluminará todos sus días, también los más oscuros:
«En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar».
Se lleva a sus amigos a rezar con Él. Subir a la montaña es un ejercicio que me ayuda a encontrarme con Dios.
Por qué la montaña es especial
La naturaleza me ayuda a descansar en Él. Lo veo dibujado en el viento, en el frío, en el calor, y en las aves que surcan los cielos, en lo más alto.
Y lo percibo en ese silencio lejos de la gente, donde casi puedo tocar el cielo con las manos.
También lo percibo cuando callo y dejo atrás lo que me llena el alma de ruidos. Guardo silencio en la montaña.
Me siento pequeño ante la inmensidad que me rodea. Hay otros montes frente a mí y la ciudad desparramada a mis pies. Un valle extenso que no alcanzan a ver mis ojos.
El sol calienta más en lo alto del monte. Está más cerca. Y puedo adentrarme con facilidad dentro de mí.
Porque en la montaña los problemas se vuelven más pequeños, casi desaparecen como esas minúsculas casas que veo desde lejos.
El milagro del Tabor
Los tres discípulos siguen a Jesús y suben al Tabor. Es un monte precioso, con una vista increíble. Todo llano a su alrededor.
Photo Courtesy of Sr. Amata CSFN
Allí oran en silencio. Callan y entonces sucede el milagro:
«Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén».
Jesús en oración se reviste de blanco. Y brilla una luz que todo lo inunda.
Tienen paz los tres discípulos que acompañan al maestro. Y lo escuchan hablar con los profetas. Moisés y Elías. En ellos representada toda la historia de Israel.
Ellos no comprenden, pero el corazón se llena de luz. En ocasiones quisiera encontrar esa luz, ver el rostro de Dios aunque no entienda nada.
Dios calma los miedos
Hoy le grito a Dios:
«Señor, tu rostro busco: – No me ocultes tu rostro».
Estos tres hombres tienen la suerte de contemplar la gloria de Dios y dejan de temblar. Es lo que hoy pido:
«Dios es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer?».
Cuando Dios es mi luz verdaderamente dejo de tener miedo. Ya no temo, ya no me angustio.
Ojalá durara siempre
Dios me consuela y me da su paz. Es lo que sienten los discípulos, por eso exclaman:
«Maestro, ¡qué bien estarnos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
El corazón desea que la felicidad sea eterna. Hay en mi vida momentos en los que siento que soy pleno. Tengo paz, una alegría serena, una calma infinita dentro del alma.
Es como si el tiempo se detuviera y no quisiera que las horas corrieran. Son momentos de cielo en la tierra.
Las personas hacen que esos momentos sean posible. También los lugares, pero sobre todo las personas con las que comparto esas circunstancias que tienen la semilla de eternidad en su seno.
Pienso que el amor de los que amo hace que mis momentos sean especiales. Son recuerdos de Tabor.
Cuando vuelvo a ellos en el corazón siento los mismos olores, los mismos sonidos y vuelven a resonar las mismas palabras de ese momento.
Quisiera que duraran siempre y, cuando se han ido, me gusta volver a el pasado en el corazón para sacar del pozo del alma el agua que sacie mi fe.
No quiero olvidarlos.
Fuerza para afrontar la oscuridad
Porque hay otros momentos de infierno en mi vida. Son cruces, dolores, pérdidas, fracasos, abandonos, desencuentros, guerras, momentos de soledad en los que no sentí el abrazo de quien me quería.
Esos momentos no son de Tabor, son más bien de Calvario, quisiera olvidarlos.
Por eso necesito el agua del Tabor para calmar la sed cuando note el dolor muy dentro y sienta que todo está mal.
Por eso hoy me hace bien subir al monte Tabor con Jesús, para contemplar su gloria. E ingenuamente le pido que lo que siento sea eterno.
Y Él me dice que no es posible. Que será así en el cielo y aquí en la tierra me queda caminar por los caminos llenos de esperanza, sin perder la fe.
Eso es la cuaresma. La realidad diaria, el caminar de cada día rumbo al cielo de la Pascua.
El cielo nos espera
Las palabras del apóstol me dan ánimo:
«Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Manteneos así firmes en el Señor».
Estoy hecho para el cielo y por eso en ocasiones lo toco, lo acaricio y deseo que dure siempre. ¿Qué momentos de cielo guardo en el corazón?
Adelantar la Pascua y vivirla desde ahora
Yo puedo hacer que la vida de los que me rodean sea un Tabor o un Calvario. De mí depende, de mi actitud, de mi carácter, de mi docilidad, de mi alegría.
Tengo una capacidad muy grande para construir cielos o infiernos con mis palabras, mis gestos o mis actos. No me doy cuenta y lo hago casi sin querer.
Ojalá esta cuaresma me ayude a construir un tiempo de luz y de Pascua en mi vida.
No quiero quedarme en el monte, sino bajar al corazón de mi hermano y caminar a su lado, ser servicial y comprensivo, sonreír y alegrarme siempre.
Quiero ver lo positivo, lo bueno de cada hermano. Y ser capaz de llegar al que sufre y hacerlo sentir seguro, en casa.
Y quiero escuchar lo que ocurre en el corazón de mi prójimo. No quiero despreciar a nadie por sus ideas o por sus decisiones.
Quiero animar a todos a volver a empezar después de una caída. Animarlos a ver la misericordia de Dios sanando sus corazones.
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