“Hoy hago un llamado a las personas de cierta edad, para no decir viejos, estén atentos ustedes tienen la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la cual se vive y en la cual va hacia adelante este modo de vivir el relativismo, todo es relativo, como si todo fuera lícito. Vamos hacia adelante. El mundo necesita de los jóvenes fuertes que vayan hacia adelante y de los viejos sabios, pidamos al Señor el don de la sabiduría”, señaló el Santo Padre.
A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje bíblico -con el lenguaje simbólico de la época en la que fue escrito- nos dice algo impresionante: Dios estaba tan amargado por la difundida maldad de los hombres, que se había convertido en una forma de vida normal, que pensó que se había equivocado al crearlos y decidió eliminarlos. Una solución radical. Incluso podría tener un giro paradójico de misericordia. No más humanos, no más historia, no más juicio, no más condena. Y muchas víctimas predestinadas por la corrupción, la violencia, la injusticia se salvarían para siempre.
¿No nos sucede a veces también a nosotros -abrumados por el sentido de impotencia contra el mal o desmoralizados por los “profetas de la fatalidad”- pensar que era mejor no haber nacido? ¿Debemos dar crédito a ciertas teorías recientes, que denuncian la especie humana como un daño evolutivo para la vida en nuestro planeta? Todo negativo ¿eh?
De hecho, estamos bajo presión, expuestos a tensiones opuestas que nos confunden. Por un lado, tenemos el optimismo de una juventud eterna, encendido por los progresos extraordinarios de la técnica, que pinta un futuro lleno de máquinas más eficientes y más inteligentes que nosotros, que curarán nuestros males y pensarán por nosotros las mejores soluciones para no morir. El mundo de los robots.
Por otro lado, nuestra fantasía parece cada vez más concentrada en la representación de una catástrofe final que nos extinguirá. Lo que sucede con una eventual guerra atómica ¿no? El “día después” -si aún habrá días y seres humanos- se deberá empezar de cero. Destruir todo para recomenzar de cero.
No quiero hacer banal el tema del progreso, naturalmente. Pero parece que el símbolo del diluvio está ganando terreno en nuestro inconsciente. La pandemia actual, además, hipoteca, de forma no leve, nuestra representación despreocupada de las cosas que importan, para la vida y para su destino.
En el pasaje bíblico, cuando se trata de poner a salvo de la corrupción y del diluvio la vida de la tierra, Dios encomienda el trabajo a la fidelidad del más anciano de todos, el “justo” Noé. ¿La vejez salvará el mundo? ¿En qué sentido? ¿Y cómo salvará al mundo la vejez? ¿Y cuál es el horizonte? ¿La vida más allá de la muerte o solamente la supervivencia hasta el diluvio?
Una palabra de Jesús, que evoca “los días de Noé”, nos ayuda a profundizar el sentido de la página bíblica que hemos escuchado. Jesús, hablando de los últimos tiempos, dice: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos» (Lc 17,26-27). De hecho, comer y beber, tomar mujer o marido, son cosas muy normales y no parecen ejemplos de corrupción. ¿Dónde está la corrupción? ¿Dónde estaba la corrupción?
En realidad, Jesús destaca el hecho de que los seres humanos, cuando se limitan a disfrutar de la vida, pierden incluso la percepción de la corrupción, que mortifica la dignidad y envenena el sentido. Cuando se pierde incluso la percepción de la corrupción, cuando la corrupción se convierte en algo normal. Todo tiene precio. Todo se compra, se vende, opiniones, actos de justicia, esto en el mundo de los negocios, en el mundo de muchos oficios es común.
Y viven sin preocupación también la corrupción, como si fuera parte de la normalidad del bienestar humano. Cuando tú vas a hacer algo, algo que es lento, aquel proceso es un poco lento. Cuántas veces se escucha, si me das una propina acelero esto, muchas veces, dame algo y yo voy más adelante. Lo sabemos bien todos nosotros. El mundo de la corrupción parece ser parte de la normalidad del ser humano. Y esto es feo ¿eh? Esta mañana hablé con un señor que me hablaba de este problema en su tierra.
Los bienes de la vida son consumidos y disfrutados sin preocupación por la calidad espiritual de la vida, sin cuidado por el hábitat de la casa común. Todo se explota. Sin preocuparse por la mortificación y del abatimiento que muchos sufren, y tampoco del mal que envenena la comunidad. Mientras la vida normal pueda estar llena de “bienestar”, no queremos pensar en lo que la vacía de justicia y amor. Pero “yo estoy bien, ¿por qué debo pensar en los problemas, en la guerra, en la miseria humana, en cuánta pobreza, cuánta maldad. Yo estoy bien. No me importan los otros”. Este es el pensamiento inconsciente que nos lleva a vivir un estado de corrupción.
¿La corrupción puede volverse normalidad? Me pregunto yo. Hermanos y hermanas: Lamentablemente sí. Se puede respirar el aire de la corrupción como se respira el oxígeno. Es normal. “Y si quiere usted que yo haga esto rápido ¿cuándo me da?” Es normal… Es normal pero es algo feo ¿eh? No es algo bueno.
¿Y qué es lo que abre el camino? La despreocupación que se dirige solo al cuidado de sí mismos: este es el pasaje que abre la puerta a la corrupción que hunde la vida de todos. La corrupción obtiene gran ventaja de esta despreocupación que no es buena: ablanda nuestras defensas, ofusca la conciencia y nos hace -también involuntariamente- cómplices. Porque siempre la corrupción no va sola, una persona, siempre tiene cómplices, y siempre se alarga, se alarga.
La vejez está en condiciones de captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el disfrute y vacía de interioridad: vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor. Esto es corrupción, todo.
La sensibilidad especial de, nosotros viejos, la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones. Seremos nosotros que daremos la alarma, la alerta, estén atentos que eso es la corrupción que no te lleva a nada. La sabiduría de los ancianos es necesaria para ir en contra de la corrupción.
Las nuevas generaciones esperan de nosotros viejos, de nosotros ancianos, una palabra que sea profecía, que abra puertas, nuevas perspectivas fuera de este mundo sin preocupaciones, de la corrupción, de la costumbre a las cosas corruptas.
La bendición de Dios elige la vejez, por este carisma tan humano y humanizador. ¿Qué sentido tiene nuestra vejez? Cada uno de nosotros, ancianos, podemos preguntarnos. Es esto. Ser profeta de la corrupción, y decir a los otros, deténganse, yo hice ese camino y no te lleva a nada, ahora te digo mi experiencia, nosotros ancianos debemos ser profetas contra la corrupción, como Noé fue profeta de la corrupción de su tiempo porque era el único que confió en Dios. Yo les pregunto a todos ustedes, y me pregunto también a mí, ¿mi corazón está abierto para ser profeta contra la corrupción de hoy?
Hay algo feo, cuando los ancianos no han madurado, y se convierten en viejos con las mismas costumbres corruptas de los jóvenes. Pensemos en los jueces de Susana, por ejemplo, una vejez corrupta, y nosotros con esa vejez no seremos capaces de ser profetas para las nuevas generaciones.
Y Noé es el ejemplo de esta vejez generativa, no es corrupta, sino generativa: Noé no hace predicaciones, no se lamenta, no recrimina, pero cuida del futuro de la generación que está en peligro. Nosotros ancianos debemos cuidar a los jóvenes, a los niños, que están en peligro. Construye el arca de la acogida y hace entrar hombres y animales. En el cuidado por la vida, en todas sus formas, Noé cumple el mandamiento de Dios repitiendo el gesto tierno y generoso de la creación, que en realidad es el pensamiento mismo que inspira el mandamiento de Dios: una bendición, una nueva creación (cfr Gen 8,15-9,17) que en realidad es el mismo pensamiento que inspira el mandamiento de Dios, una nueva bendición, una nueva generación.
La vocación de Noé permanece siempre actual. El santo patriarca debe interceder todavía por nosotros. Y nosotros, mujeres y hombres de cierta edad -para no decir viejos porque algunos se ofenden- de cierta edad no olvidemos que tenemos la posibilidad de la sabiduría, de decir a los otros: mira este camino de corrupción no lleva a nada. Nosotros debemos ser como el buen vino, el buen vino, que al final de viejo puede dar un mensaje bueno y no malo.
Hoy hago un llamado a las personas de cierta edad, para no decir viejos, estén atentos ustedes tienen la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la cual se vive y en la cual va hacia adelante este modo de vivir el relativismo, todo es relativo, como si todo fuera lícito. Vamos hacia adelante. El mundo necesita de los jóvenes fuertes que vayan hacia adelante y de los viejos sabios, pidamos al Señor el don de la sabiduría. Gracias.
Publicar un comentario