Cuando Pavarotti tendió una trampa a Bono, de U2, por una buena causa

Se cumplen 60 años del debut del cantante italiano, un genio de la música convencido de que su voz "era un don de Dios"

Fue en abril de 1961 cuando un joven tenor de Módena debutaba con el papel de Rodolfo en la ópera La Bohème. Su nombre era Luciano Pavarotti y pudo subirse al escenario gracias a que había ganado un concurso de canto. El premio era un papel en dicha representación.

Desde ese día comenzó a forjarse la leyenda del “Rey del Do agudo”, un hombre que vivió la vida con una tremenda pasión por cada cosa que hacía.

Luciano estaba convencido de que su voz era un don de Dios. Se confesó siempre profundamente creyente y también supersticioso. Aunque sabía perfectamente que era una contradicción cuando era preguntado aseguraba jocosamente que lo era “por si acaso”.

Nació en 1935 en Módena, donde vivió una infancia sencilla y humilde porque nació durante la Italia del período entre guerras. Su padre, además de panadero, era tenor y cantaba en el coro de la parroquia. Luciano sentía admiración por su padre y, por eso, comenzó a cantar como lo hacía él. Y lo hacía mejor que él.

Su madre, Adela, siempre le decía que su voz tocaba los corazones. Luciano replicaba que eso se lo decía porque era su madre, a lo que la mujer respondía: «No hijo, porque cuando escucho a tu padre no siento lo mismo». Sus padres fueron su gran apoyo, quienes le ayudaron y animaron a perseguir su sueño.

En 1963, una actuación en Londres supuso su consagración mundial. El teatro de Covent Garden cayó rendido a sus pies. Después vendrían otros escenarios como el teatro de Viena, el Metropolitan Opera House de Nueva York o La Scala de Milán.

Para entonces, ya se había casado con Adua en su Módena natal. Tuvieron tres hijas en menos de 5 años. Luciano comenzaba a despuntar con fuerza y tenía que separase con mucha frecuencia y durante mucho tiempo de su familia.

Comenzó a hacerse muy famoso, a acumular fans y a recibir correspondencia de todas las partes del mundo. Los espectadores agotaban todos los billetes de las óperas en las que actuaba. Hasta que Pavarotti decidió que era hora de que fuera él quien llegara hasta su público.

Con ayuda de su mánager estadounidense, emprendió una gira de recitales fuera de los teatros. Ningún tenor había hecho nunca algo similar. Pavarotti se presentaba a su público acompañado solo por un piano, sin interpretar a un personaje, sin un teatro, sin otros actores… Era solo una voz. Nunca había hecho eso antes así que estaba nervioso porque no interpretaba a ningún personaje tras el que esconderse, era Luciano Pavarotti, sin más.

Su manager le aconsejó que mientras cantaba sostuviera un pañuelo blanco en la mano. Así nació una de las señas de identidad más distintivas del genio, que pasó de ser una figura de la ópera a prácticamente ser una figura de la música pop con recitales en estadios, en salas de concierto o en grandes parques a lo largo y ancho del planeta.

No solo su voz era única, sino que también lo era su simpatía y desparpajo. Se rodeó de otras figuras de su tiempo, como Josep Carreras y Plácido Domingo con los que formó «Los tres tenores». Fue una combinación inolvidable.

Alemania y Argentina disputaban la final del mundial de fútbol en Italia y fue la excusa perfecta para que Pavarotti convocara a ambos tenores y al director de orquesta Zubin Mehta. Era 1990 y el éxito de aquel concierto en las romanas Termas de Caracalla fue tan arrollador que los tres repitieron durante años con recitales en ciudades de todo el mundo.

Cuando ya lo había conseguido todo profesionalmente hablando, Pavarotti se dio cuenta de que con su fama podía ayudar a los más desfavorecidos. Se volcó en cuerpo y alma en llevar a cabo obras benéficas de calado, recogidas millonarias de fondos, espectáculos para recaudar dinero para distintas causas, conciertos, recitales…

Buscó colaboradores hasta debajo de las piedras y llamó a muchas puertas, literalmente. Una de sus grandes aliadas fue la malograda princesa de Gales, Lady Di. Con ella organizó un concierto benéfico en favor de la Cruz Roja Británica.

Fue el comienzo de la incansable labor caritativa de Pavarotti. Comenzó con su serie de conciertos benéficos «Pavarotti and Friends». Eran los años 90 y en el corazón de Europa se producía una de las más cruentas guerras civiles de nuestro tiempo, el conflicto en la antigua Yugoslavia. Cada día los noticieros de todo el continente emitían noticias sobre alguna nueva atrocidad perpetrada contra la población civil.

En aquellos días, hasta Juan Pablo II solicitó una intervención de la Comunidad Internacional para «desarmar al agresor injusto» de acuerdo con el principio de «injerencia humanitaria».

Pavarotti tuvo una idea, pero necesitaba a U2 para llevarla a cabo. Comenzó entonces a telefonear sin parar a la casa de su líder, Bono, quien, por varios motivos, nunca estaba disponible. Pavarotti llegó a hacerse amigo del ama de llaves de la familia de Bono que era quien respondía siempre al teléfono.

Casualmente, la mujer era italiana y fue su cómplice. Pavarotti quería que Bono le compusiera una canción. Bono le respondía continuamente que no tenía ninguna canción para un tenor como él, a lo que Pavarotti le respondía, «Dios te inspirará».

Pero Pavarotti era impaciente. Por eso, se presentó en Irlanda, en casa de Bono. Compusieron «Miss Sarajevo» inspirados por un episodio que sucedió en la ciudad mientras sufría desde 1992 el asedio del ejército serbobosnio. En medio de las bombas, los habitantes de la ciudad organizaron un concurso de belleza en el que la ganadora Inela Nogić, y el resto de participantes, posaron con una pancarta que decía en inglés «No dejéis que nos maten».  

Pavarotti vivió la II Guerra Mundial en Italia. Siempre recordó la violencia que presenció cuando era niño, los hombres colgados de muros y el sonido de las armas. Por eso, las imágenes desde Sarajevo causaron un enorme impacto en él y por eso su concierto benéfico de 1995 recaudó dinero para los niños de Bosnia. Allí se estrenó el tema «Miss Sarajevo» que Pavarotti «obligó» a Bono a componer. Pavarotti llegó a viajar a Bosnia para comprobar que con ese dinero se estaban llevando a cabo los proyectos pensados para los niños.

Pasaba mucho tiempo viajando por lo que siempre intentaba rodearse de personas de confianza, especialmente, de su Módena natal. Pero, pese a que era un hombre muy familiar que adoraba a sus hijas, aquellas ausencias hicieron mella en su matrimonio y en el año 2000 se separó de su mujer desde 1961, Adua Veroni.

Fue algo que dañó mucho su reputación porque fue siempre visto como el padre y marido modélico. Buena parte de sus fans no se lo perdonaron.

En 2003 se casó con Nicoletta Mantovani, con quien había iniciado una relación años antes y con quien tuvo una hija más, Alice. En realidad, Nicoletta estaba embarazada de gemelos, pero perdieron a uno de los bebés. Nicoletta padecía esclerosis múltiple y estuvo en peligro por el embarazo, pero ella decidió seguir adelante a toda costa.

Pocos años después, Pavarotti fue diagnosticado con un cáncer de páncreas, uno de los más agresivos. En sus últimos momentos de vida, Luciano se reconcilió con su primera esposa y con sus hijas de las que se había distanciado por su relación con Nicoletta.

En sus propias palabras, el tenor confesaba que quería ser recordado como el hombre que había democratizado la Ópera, algo por lo que siempre fue criticado por los más puristas. Pero esas críticas no le importaron y acertó. Así lo demuestran reconocimientos como sus 6 premios Grammy, sus más de 100 millones de discos vendidos y ovaciones de parte del público de hasta 35 minutos, como aquella de 2004 en el Metropolitan Opera House.

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